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Los cincuenta años desde 1973: La guerra y la paz mundial

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 03.08.2023
Los cincuenta años desde 1973: La guerra y la paz mundial Guerra Fría – Richard Nixon con Leonid Breznev | Twitter @affari_politici
El Chile de 1973 vivió el desencuentro de dos historias inconmensurables. De un lado, un pueblo reclamando la exuberancia de su dignidad humana. Recorriendo las formas de su verdad, su justicia, su amor, su libertad. Llamando la atención de toda la humanidad. Con la calidez de una vía pacífica inspiradora, a contrapelo del clima extraviado de la Guerra Fría. De otro lado, la ceguera del enfrentamiento entre quienes pretendieron atrapar de modo cruel e infeliz una verdad a medias. Presumiendo detener la primavera de la paz en la Tierra.

“Si es posible, Dr., hágame la gracia de una paginita con alguna noticia sobre el momento chileno en relación con la paz mundial. Guardo viva simpatía hacia su noble, valeroso y valioso espíritu de paz. Mande a su servidora adicta”. Gabriela Mistral a Salvador Allende, 1949.

El cincuentenario que conmemoramos este año puede leerse desde la recortada y borrosa historia local. Pero, mejor aún, es instalar una perspectiva larga y mundial, que visualice más nítidamente los acontecimientos.

Salvador Allende fue ovacionado de pie en la Asamblea General de Naciones Unidas tras su discurso de Nueva York el 4 de diciembre de 1972.

El golpe de Estado, al año siguiente, fue rechazado desde el primer momento en el mismo seno de Naciones Unidas, sin mencionar la reprobación inmediata del papa Paulo VI, quien ante Naciones Unidas expresó en 1965: “Nunca más la guerra, nunca más”.

El golpe militar de 1973 no se concibe sin Estados Unidos bajo la administración de Richard Nixon, el presidente de la guerra de Vietnam, el responsable del bombardeo que quitó la vida a más de mil vietnamitas en la Navidad de 1972 (J. Glover, Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX, Cátedra, 2001).

Hace un siglo la presencia norteamericana en América latina es motivo de particular inquietud.

En 1922 Gabriela Mistral se pregunta: “¿Odio al yankee? ¡No! Nos está venciendo, nos está arrollando por culpa nuestra […]. Dirijamos toda la actividad como una flecha hacia este futuro ineludible: la América Española una, unificada por dos cosas estupendas: la lengua que le dio Dios y el Dolor que da el Norte.” (El grito, Repertorio Americano, 17.4.1922).

Desde México se dirige al filósofo chileno Enrique Molina en 1924: “No sé qué iría yo a hacer en Estados Unidos. Iría a oír lo que hablan y escriben los norteamericanos; pero aquí he visto lo más importante: lo que hacen […]. Los admiro, como Rodó, pero no los quiero, don Enrique, y sólo se mira bien lo que se ama siquiera un poco.” (Gabriela Mistral a Enrique Molina, México, 16.3.1924).

Ese mismo año le confiesa a Joaquín García Monge, editor del Repertorio Americano: “Ahora Estados Unidos. Me acerqué: no los quise, pero me dejaron hasta hoy llena de asombro y de pesimismo. Nos absorberán sin remedio. Mañana, pasado, después, pero no tenemos salvación, a menos que Dios ponga sus manos […]. El personal del Boletín Panamericano me invitó a hablarles ‘en privado’ sobre nuestros pueblos […]. Les dije todas las violencias y maldades yankees vistas en México desnudamente”. (Carta de Gabriela Mistral a Joaquín García Monge, 30.9.1924).

En 1928 reflexiona a propósito de la figura de Sandino: “[Hasta] dónde llega la crueldad norteamericana, hija de la lujuria de poseer […]. [Cuando] la zancada de botas de siete leguas, que es la norteamericana, vaya bajando hacia el Sur, los del Sur se acordarán de ‘los dos mil de Sandino’». (Sandino, Repertorio Americano, 14.4.1928).

En Nueva York le sorprende la imagen severa y ensimismada de la estatua de la Libertad: “[En] ningún pedazo aparecen insinuaciones ni de sensualidad ni de ternura, ni de melancolía ni de sonrisa blanda […]. [Me] doy cuenta de que la desnudo de femineidad, de que ella no es mujer sino por el manto”. (La estatua de la Libertad, 1931).

Gabriela se identifica con el descontento del pacifista Waldo Frank ante la forma de vida de Estados Unidos: capitalismo, urbanismo exagerado, exceso de trabajo, ola de lujo y búsqueda de placeres estúpidos a causa del agotamiento de hombres y mujeres. (Waldo Frank y nosotros, Repertorio Americano, 5.11.1932).

A Doris Dana le describe el militarismo de Estados Unidos en 1950: “Uds. creen demasiado en el viejo Mac-Arthur. Este ha tratado a los japoneses como a bichos. Es aquello de no entender en absoluto al mongol de allá y al mongol de la América Latina. El americano no comprende ni al europeo”. (Carta a Doris Dana, 9.7.1950).

El belicismo estadounidense alcanza ribetes exasperantes con la Guerra Fría.

La causa de la paz, por lo mismo, invita a una dimensión universal, vital, mística. En La palabra maldita Gabriela Mistral propone en 1951: “Malograr la poca paz que tenemos es comprometer todo el porvenir del mundo. Porque la guerra, además de ser una quiebra de la humanidad y la señal de que ha fracasado nuestra cultura, es también la quema de las empresas nuestras que están a medio madurar […]. Muchas pedagogías ‘a lo humano’ nos han enseñado; pero preferimos a todas ellas, la de Cristo que precisamente se llama PAZ: MI PAZ OS DEJO, MI PAZ OS DOY”. (Repertorio Americano, 1.1.1951).

Elegido en 1958 el papa Juan XXIII, hijo de una familia campesina y pobre, al igual que la poeta chilena, con su desbordante cordialidad se empeñó en el logro de la paz mundial.

Su protagonismo es clave durante la crisis de los misiles soviéticos en Cuba en 1962. Sus mensajes a John Kennedy y Nikita Jruchev fueron afortunadamente escuchados. Tras esa exitosa gestión da a conocer su encíclica Pacem in Terris el 11 de abril de 1963. La paz fundada en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

En Chile Salvador Allende se entusiasma con esta convocatoria a una nueva experiencia ética de la humanidad. “No conocía el mundo, mediante las encíclicas, otro lenguaje que el de dividir a los hombres entre buenos y malos, entre fieles e infieles […]. [En] el mundo convulsionado en que vivimos, no se puede hablar de paz cristiana o liberal, paz musulmana o comunista. Hay una sola paz, suprema e indivisible, en toda la familia humana. Juan XXIII supo interpretar esa armonía universal con el poderoso diapasón de su ejemplo de bondad […]. [Afirmo] y proclamo que, cualesquiera sean las vicisitudes que nos reserven las jornadas de lo por venir, reiteramos en la acción y ejecutaremos en los hechos los principios que Juan el Bueno, con grandeza insuperable, ha sabido magnificar.” (S. Allende, Discurso ante la muerte del papa Juan XXIII, 5.6.1963).

Desde 1969 presidente de Estados Unidos, Nixon representa la ceguera absoluta ante este anuncio de paz: su actitud irresponsable fractura la humanidad entre los estimados buenos y los desestimados malos. “Puede parecer melodramático tratar los polos representados por los Estados Unidos y la Unión Soviética como los equivalentes del Bien y del Mal, la Luz y las Tinieblas, Dios y el Diablo, y, sin embargo, si nos permitimos pensar en ellos de ese modo, aunque sea hipotéticamente, se aclarará nuestra perspectiva de la lucha mundial.” (R. Nixon, La verdadera guerra. La tercera guerra mundial ha comenzado, Planeta, 1980, 350).

El Chile de 1973 vivió el desencuentro de dos historias inconmensurables. De un lado, un pueblo reclamando la exuberancia de su dignidad humana. Recorriendo las formas de su verdad, su justicia, su amor, su libertad. Llamando la atención de toda la humanidad. Con la calidez de una vía pacífica inspiradora, a contrapelo del clima extraviado de la Guerra Fría. De otro lado, la ceguera del enfrentamiento entre quienes pretendieron atrapar de modo cruel e infeliz una verdad a medias. Presumiendo detener la primavera de la paz en la Tierra (Patricia Verdugo, Allende. Cómo la Casa Blanca provocó su muerte, 2019).

“Para vencer al hombre de la paz / tuvieron que afiliarse para siempre a la muerte / matar y matar más para seguir matando / y condenarse a la blindada soledad / para matar al hombre que era un pueblo / tuvieron que quedarse sin el pueblo” (Mario Benedetti, Allende. Viento del exilio, 1980-1981).

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.