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Opinión

Pesimismo esperanzado

Por: René Solís de Ovando Segovia | Publicado: 11.08.2023
Pesimismo esperanzado Ministerio de Desarrollo Social | Agencia Uno
Para cualquiera que se detenga un momento a reflexionar sobre los problemas actuales de la sociedad, como son el desempleo, la carestía de la vida o la inseguridad ciudadana, resulta fácil concluir que éstos no se solucionarán eliminando población activa para que haya menos demandantes de empleo, o menos consumidores para que bajen los precios o, incluso, menos extranjeros en situación irregular para que disminuyan los delitos. No, evidentemente las causas de todos esos problemas se solucionan combatiendo la injusticia que arroja a los márgenes de la sociedad tanto a los extranjeros más necesitados, como, por ejemplo, a los chilenos más pobres.

En prácticamente todo el mundo la agenda de la izquierda parece estar en retroceso. Fue en Estados Unidos dónde se inició el proceso de exacerbación del más rancio conservadurismo, modernizado con las peores prácticas que bri9da la globalización via Internet, y que ha alcanzado a todo el planeta.

El trumpismo ha venido para quedarse, y no se trata de que Donald Trump en EEUU, Orbán en Hungría, Bolsonaro en Brasil, Berlusconi en Italia o Johnson en el Reino Unido gobernaran formalmente, sino que el estilo de político zafio, abusador, normalmente rico y poderoso, lenguaraz y desvergonzado, genera una fuerte adhesión en una parte significativa de la población.

Este fenómeno resulta difícil de explicar desde un punto de vista ideológico, ya que los seguidores del populismo de ultraderecha no se guían por convicciones o ideas, ni siquiera por principios éticos o morales más o menos estrictos, sino por consignas que apelan a intereses o pasiones primarias, donde el “patriotismo” ocupa el lugar más relevante.

La ultraderecha -y cuantos la apoyan, que no son pocos-, no tiene un discurso propositivo, de mejora del bienestar social y de la calidad de vida de la gente, su mensaje es simple: “el enemigo es el diferente, lo importante es cuidar lo nuestro, el cambio social trae pérdida de identidad, es necesario armarse ante la amenaza foránea que quiere destruir lo más sagrado que tenemos, la familia, la patria”.

Es necesario, para completar la ecuación, introducir un componente clave: la amenaza que viene desde fuera está compuesta por gente pobre, personas que “envidian y quieren quitarnos el trabajo, nuestras propiedades… incluso nuestras buenas costumbres”.

A eso apela Trump cuando dice que construirá un muro para impedir la entrada de mejicanos, o VOX (España) cuando hace campaña contra la acogida de menores extranjeros no acompañados, o Meloni (Italia) cuando no deja desembarcar en Lampedusa a migrantes que acaban muriendo en el Mar Mediterráneo. A eso apela la ultraderecha chilena cuando pone el foco de la amenaza en los venezolanos, o peruanos, o haitianos inmigrantes, sobre todo si son pobres. Eso entienden, todos ellos, que es el patriotismo.

Para cualquiera que se detenga un momento a reflexionar sobre los problemas actuales de la sociedad, como son el desempleo, la carestía de la vida o la inseguridad ciudadana, resulta fácil concluir que éstos no se solucionarán eliminando población activa para que haya menos demandantes de empleo, o menos consumidores para que bajen los precios o, incluso, menos extranjeros en situación irregular para que disminuyan los delitos. No, evidentemente las causas de todos esos problemas se solucionan combatiendo la injusticia que arroja a los márgenes de la sociedad tanto a los extranjeros más necesitados, como, por ejemplo, a los chilenos más pobres.

Pero esta argumentación, por evidente que parezca, no está vigente. Pertenece a lo que Enzo Traverso llama “melancolía de izquierda”, esa suerte de batalla perdida por la ideología marxista que, objetiva y lamentablemente, resulta casi innombrable. En rigor, es como si se hubiera perdido la utopía que habría sido tragada por la crisis ideológica que sacudió el mundo tras la caída del muro de Berlín (1989).

Recuperar la ilusión por nuevos proyectos y alternativas políticas en tiempos de crisis, redefinir la ideología de izquierda y la agenda progresista, debería producir nuevas opciones políticas alternativas al neoliberalismo y a la ultraderecha trumpista.

Esta no es una tarea fácil, cuando la izquierda se encuentra acorralada entre las consignas simples que movilizan a mucha gente y una suerte de pesimismo estructural instalado desde 1989. Probablemente la solución venga de la mano de la necesaria combinación de voluntad política y eficiencia técnica, dos factores de los que, en estos momentos, la izquierda es deficitaria.

Por ejemplo, el ministerio de Desarrollo Social, debiendo ser una de las banderas del Gobierno (las cuestiones sociales deben constituir la esencia de su proyecto), se debe ocupar de aclarar robos estrafalarios o acusaciones que nada tienen que ver con los derechos sociales, al tiempo que las políticas sobre servicios sociales comunitarios o infancia, son vistas como manifiestamente mejorables.

En definitiva, como diría Shopenhauer, la izquierda vive un momento de pesimismo esperanzado, de pérdida de ilusión para perseguir un sueño, al tiempo que necesita reconstruirse para hacer viable su participación activa en la sociedad actual, para transformar sus proyectos en realización práctica.

Lo más preocupante es que el discurso ideológico, con fondo reflexivo y fundamentado en la investigación social, suena trasnochado y no genera adhesión. Ahora lo que entusiasma es el patriotismo, el odio al diferente, la exaltación del sectarismo excluyente, aunque, como también dijo Shopenhauer, “el patriotismo es la pasión de los estúpidos.”

René Solís de Ovando Segovia
Licenciado en Psicología y máster en Gerencia de Servicios Sociales por la Univ. Complutense de Madrid. CEO del Centro Iberoamericano de Estudios Sociales - CIBES