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Opinión

Los «Rucos»: Entre la indolencia y la impotencia

Por: Francisco Flores R. | Publicado: 13.08.2023
Los «Rucos»: Entre la indolencia y la impotencia Imagen referencial – Rucos | Agencia Uno
Debemos evitar trivializar las injusticias sociales, reconociendo que banalizar estas problemáticas es igualmente perverso. Este conflicto, que lentamente se ha vuelto crónico debido a la falta de resolución y a las dificultades que genera en la convivencia, queda a merced, de esta manera, de aquellos que ofrecen soluciones simplistas y alzan la voz apelando a pulsiones básicas. El malestar de los sectores medios al convivir forzadamente con los «rucos», debido a la falta de intimidad y condiciones mínimas de vida, parece resonar únicamente en ciertos sectores que apoyan posturas de este tipo.

El fenómeno creciente de los «rucos», esas chozas precarias que parecen expandirse sin control en nuestros entornos urbanos, plantea un dilema crucial en nuestro discurso colectivo. Estos enclaves, evocadores de refugios improvisados, emergen en lugares inesperados, convirtiéndose en una postal recurrente en Santiago: bordeando el río Mapocho, en el pulmón verde del Parque Forestal, y en territorios transitados como Recoleta, Estación Central y San Miguel. Lejos de ser aislados en áreas de extrema precariedad o confinados a comunas del sector oriente, se asientan ahora en dominios de la clase media.

Los «rucos» irrumpen como una perturbadora manifestación en nuestro entorno urbano, desvelando complejidades y conflictos subyacentes en nuestra sociedad. Estos asentamientos precarios, con sus carpas y chozas frágiles, se alzan, en toda su fragilidad, como monumentos tangibles a una dolorosa realidad que clama por ser reconocida cada día.

La actitud hacia esta nueva realidad varía según la cercanía de los vecinos afectados. La proximidad al fenómeno provoca reacciones dispares. Algunos lo perciben como un síntoma más de una realidad desbordada, una manifestación cruda de un problema social que no puede ni debe ser invisibilizado por decoro o incomodidad.

Sin embargo, la exposición cruda de la miseria, al igual que la ostentación de riquezas, perturba el alma sensible.

A menudo se confunde la transparencia total como un valor absoluto, sin considerar que, en ocasiones, puede convertirse en una forma de pornografía social. Aquellas personas y sus familias que viven en estas condiciones carecen de la más mínima privacidad en sus aspectos íntimos.

La miseria, en su esencia, trasciende más allá del mero fracaso en la obtención de satisfacciones materiales mínimos; es la dolorosa exhibición de una herida abierta, el despojo de una dignidad que merece ser resguardada.

Es una representación palpable de la inacción del Otro, ese espacio simbólico que compartimos con nuestros semejantes. Pero también, es la manifestación del fracaso del campo simbólico que encarnan los espacios comunes. Exhibir lo que habitualmente se inhibe, donde se ha borrado toda referencia de límites, es una de las marcadas diferencias entre la perversión y la neurosis. La Ley, con sus diversas normativas, no solo desempeña un papel restrictivo y prohibitivo, sino que también cumple la función de apaciguar las pasiones humanas. En nuestros tiempos, como época, todo parece ser que puede ser expuesto y saciado públicamente, y se espera, incluso, que sea validado socialmente.

El crecimiento de estos asentamientos, sin intervención que los acote por medio de la Ley, en su doble función, no es una muestra de tolerancia o compasión hacia los estragos de la pobreza, sino un reflejo de nuestra indolencia y la impotencia política para abordar esta problemática que nos confronta día a día.

¿Cómo es posible que todavía no se haya articulado una respuesta, una política pública robusta y efectiva, más allá de anuncios y cámaras, que procure condiciones mínimas de dignidad para quienes viven en esta extrema precariedad?

Debemos evitar trivializar las injusticias sociales, reconociendo que banalizar estas problemáticas es igualmente perverso. Este conflicto, que lentamente se ha vuelto crónico debido a la falta de resolución y a las dificultades que genera en la convivencia, queda a merced, de esta manera, de aquellos que ofrecen soluciones simplistas y alzan la voz apelando a pulsiones básicas. El malestar de los sectores medios al convivir forzadamente con los «rucos», debido a la falta de intimidad y condiciones mínimas de vida, parece resonar únicamente en ciertos sectores que apoyan posturas de este tipo.

Si no enfrentamos con urgencia y adecuadamente esta realidad, corremos el riesgo de impulsar a los sectores medios y populares hacia quienes promueven respuestas superficiales y paranoides, una consecuencia preocupante que ya estamos observando en temas vinculados a las problemáticas sociales.

Es momento de superar la indolencia y la impotencia, y exigir políticas públicas sólidas que aborden esta realidad.

Francisco Flores R.
Psicólogo. Director de la ONG Mente Sana.