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Desinformación

Por: Marcelo Saavedra | Publicado: 15.08.2023
Desinformación En el nombre de la Rosa | Twitter @AnalystSantiago
La actual generación de seres humanos, incluida la que habita en esta esquina de Sudamérica, es la que tiene a su disposición y arbitrio el mayor volumen de información como nunca lo tuvo algún homínido desde que decidieron bajarse de los árboles y caminar erguidos en este planeta único del universo conocido. Millones de personas tienen, a un click de distancia, la posibilidad de ampliar sus conocimientos sobre un horizonte infinito de intereses, o enterarse de acontecimientos de importancia doméstica o de carácter global, sea que estos ocurren en el barrio vecino o en alguna playa de Tuvalú.

Si Guillermo de Baskerville y su fiel aprendiz Adso von Melk hubiesen sido contemporáneos de este tiempo, el goce del fraile franciscano de contar al alcance de la mano con toda la información disponible en internet hubiese sido tan grande, que habría resuelto el enigma de las muertes de los curas benedictinos en las primeras 15 páginas de la novela de Umberto Eco, “El nombre de la rosa”; o en los primeros 10 minutos de la película homónima de Jeane-Jaques Annaud (y muchos nos hubiésemos quedado con las ganas de conocer a la “Rosa” Valentina Vargas).

Esa fantasía, sin embargo, sólo es posible suponerla considerando los atributos característicos del Fraile de Baskerville, donde el pensamiento y reflexión crítica sobre la información que logra destilar a partir de datos y hechos que ambos protagonistas van recopilando conforme avanza la historia del autor Piamontés, representan las cualidades necesarias para sobrevivir dignamente en cualquier época y lugar.

La actual generación de seres humanos, incluida la que habita en esta esquina de Sudamérica, es la que tiene a su disposición y arbitrio el mayor volumen de información como nunca lo tuvo algún homínido desde que decidieron bajarse de los árboles y caminar erguidos en este planeta único del universo conocido. Millones de personas tienen, a un click de distancia, la posibilidad de ampliar sus conocimientos sobre un horizonte infinito de intereses, o enterarse de acontecimientos de importancia doméstica o de carácter global, sea que estos ocurren en el barrio vecino o en alguna playa de Tuvalú.

Ni en los sueños más alocados de Tim Berners-Lee, hace poco más de 30 años, se le pasó por la cabeza en lo que devendría su proyecto de Gestión de la Información propuesto a los directivos de la Organización Europea para la Investigación Nuclear, que sentaría las bases de lo que conocemos actualmente como INTERNET.

Pero para navegar eficiente y tranquilamente en este océano de información se requiere de una embarcación reforzada y con doble casco, a prueba de filtraciones y embates de olas de información engañosa, marejadas de supercherías digitales y huracanes de mentiras y engaños informáticos. Emulando al fraile Guillermo de Baskerville, si como navegantes del S.XXI no somos capaces de construirnos una chalupa con cuadernas de reflexión crítica, una quilla de razonamiento lógico y dotarla de velas y timón de sentido común que respete los datos de diversas fuentes todas verificables, entonces estaremos condenados a la zozobra eterna en piélagos de temores infundados, miedos inventados o paranoias inexistentes.

Conscientes de este desafío de la nueva era y echando mano a una visión de futuro, cualidad muy escasa en la clase política criolla actual, se creó una Comisión Asesora contra la Desinformación, la que fue objeto, a los pocos días de ser creada, de una andanada de ataques por parte de políticos conservadores de derecha y ultraderecha, aduciendo que la “libertad de expresión y la de emitir opiniones e informaciones sin censura previa” tendría una suerte de “muerte anunciada” de persistir la actual administración en la peregrina idea de mantener esta Comisión Asesora.

En esta era Republicana de moral y conocimientos distorsionados, la “libertad de opinión” se confunde con la verbalización de brutalidades negacionistas y relativizaciones de toda índole, poniendo en duda que la tierra es redonda, que los leones son carnívoros o asegurando que el cambio climático son inventos de resentidos sociales. La ignorancia es la prima pobre de la desinformación, ambas señorean y se manifiestan en cada uno de los puntos de prensa de nuestra actual clase política parasitaria en el parlamento, donde los protagonistas conservadores y ultraconservadores hacen gala de su natural e interesada ausencia de reflexión crítica o, mejor dicho, de la total ausencia de reflexión a secas.

Mientras se interponen recursos de protección en el Tribunal Constitucional por parte de la clase política dominante, que le conviene ejercer su poder en espacios de oscurantismo cultural, proliferan entidades financiadas por la ultraderecha local dedicadas de manera efectiva, diligente y acuciosa a la generación de contenidos digitales engañosos o derechamente falsos, tendientes a confundir, desinformar y mantener en la ignorancia a los millones de navegantes que minuto a minuto surcan los mares digitales que bañan las costas donde esta angosta balsa zozobra una y otra vez en los miedos atávicos generados por comunistas inexistentes que quieren apoderarse de su casa propia, robarle los fondos heredables de unas pensiones que harían llorar al más triste de los payasos o que pretendían cambiar el himno y escudo patrio por símbolos indigenistas, paganos y ateos que no respetan ni siquiera al niño que está por nacer.

Aunque nuestro país tiene más de 4 mil km de costa, Chile no se caracteriza por contar con manufactura naviera de relevancia. Así como brillan por su ausencia astilleros capaces de construir embarcaciones que permitan surcar los mares del futuro, las posibilidades que de los 17 millones de internautas dispongan cada uno de una embarcación construida con acero de reflexión crítica es tan baja como pensar que alguna vez el espíritu y sed del saber genuino de Guillermo de Baskerville alguna vez se instale en esta comarca de ignorancia.

Marcelo Saavedra
Biólogo.