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Niñeces y juventudes protagonistas para pensar en otras realidades

Por: Susana Solis y Diego Lagos | Publicado: 17.08.2023
Niñeces y juventudes protagonistas para pensar en otras realidades Imagen referencial – Niñez | Agencia Uno
Necesitamos, igualmente, y con urgencia, pensar críticamente acerca de los procesos de crianza, en conjunto con quienes realizan en la actualidad dicho trabajo de forma más directa. Mirar a los ojos la violencia puede ser una tarea difícil al recordarnos las violencias que hemos experimentado y las que hemos ejercido, no obstante, también hace posible que imaginemos otras posibilidades en cuanto a vínculos y cuidados. Así, requerimos de un trabajo colectivo que nos permita dar paso a otros modelos de crianza, los que nos hagan albergar la esperanza de una vida comunitaria mucho más amorosa, satisfactoria y colaborativa.

Fue en 1954 cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas refirió la necesidad de conmemorar un Día del Niño y de la Niña de manera mundial con el propósito de hacer visible la importancia de continuar reuniendo esfuerzos en interés de las generaciones infantiles de todos los territorios.

Al respecto, hablar de infancia, e incluso, de nuestra propia infancia, nos coloca en un terreno donde históricamente han tenido lugar diferentes discursos. Entre ellos, el tipo de discurso adultocéntrico que se ha transformado en hegemónico. Sobre ello, aún cuando la entrada en vigencia en Chile de la Convención de Derechos del Niño y de la Niña en 1989 supone un giro de un modelo tutelar a uno basado en la idea de personas sujetas de derecho, la realidad práctica nos ilustra que el panorama no ha tenido grandes transformaciones.

Así, la narrativa hegemónica ilustra a niñeces y juventudes como personas cuya propia capacidad de acción queda supeditada a los y las adultas. Pareciera, entonces, que no es dable considerar que los las niñas tienen voz, sueños y necesidades propias, y, al contrario, se sigue promoviendo un paradigma relacional que deja a la infancia en condición de tutelaje por parte de las figuras que deben asumir el papel de cuidadoras. La impronta que observamos ahí es aquella que supone que deben obediencia y adaptación.

Expresiones de este modelo adultocéntrico se pueden encontrar en diversos espacios. Si se recurre al análisis de los medios de comunicación masiva, siguiendo los resultados de la encuesta UNICEF (2017), es posible encontrar que la propia voz de las niñeces y juventudes queda la más de las veces invisible, al tiempo en que el discurso de los medios de comunicación reproduce cuestiones como atributos emotivos idealizados, ó heroicos.

Ejemplo de esto último es cuando se habla de las y los niños como ganadores de una competencia deportiva. Las representaciones que siguen en porcentaje son aquellas que les dibujan como sujetos que son incompletos o disruptivos. No hay una representación de niñeces e infancias en cuanto sujetos y sujetas políticas, agentes, con voz y decisión propia.

Por otro lado, el modelo adultocéntrico ha ido acompañado de naturalizar expresiones de violencias físicas, emocionales y materiales. Estas han permanecido fuera del margen de discusión durante décadas y solo han sido más visiblemente problematizadas recientemente desde diferentes ámbitos de estudio. Sin embargo, como indicó Alice Miller, psicoanalista que ahondó particularmente este tema, estas violencias han seguido reproduciéndose a lo largo de los años, dejando secuelas importantes en diferentes generaciones.

A modo de enunciación, porque probablemente tomaría muchas líneas poder explicarlo, la violencia también produce niñeces y juventudes violentas. En estos casos, la prensa les cataloga con liviandad como «delincuentes». Pareciera que frente a esta particular muestra de agenciamiento producto de contextos opresivos, nos guste éste o no, se les resta validez y dejan de ser niñas, niños y jóvenes, como si estás categorías fueran solo lugares de pureza.

Así también y hablando específicamente de las y los niños y jóvenes que se reconocen como parte de la disidencias sexual y de género, quienes escribimos esta columna, como parte de este colectivo, hemos vivido nuestras infancias y juventudes en un closet emocional, de exploración y definición. Conocemos la violencia de ese lugar oscuro, al que muchas veces le falta aire, tanto, que asfixia. Sabemos directamente, entonces, acerca de las consecuencias de la privación de ser protagonistas de nuestras propias vidas.

Sabemos lo que significa ser niña y que te guste otra niña y como esa mirada que nos observaba con
ternura, nos comienza a mirar con sospecha y con odio. Cada cierto tiempo, vemos con profundo dolor como niñeces o juventudes deciden poner término a sus vidas por quedarse sin aire dentro de este closet.

Pero somos más que víctimas de violencia. Somos también alegrías, emociones, resistencia, amor, trabajo, enfermedades, amistades, fiesta, y tantas más, y en cada uno de estos espacios, como evidentemente también niñas, niños y juventudes, decidimos, resistimos y nos desenvolvemos.

En términos propositivos, como adultas y adultos, tenemos que entender que no tenemos que darle voz a nadie, sino que debemos entender que la existencia de las niñas, niños y niñes es suficiente por sí misma. Allí existe la potencia de la capacidad de decisión y del agenciamiento político. La lógica, entonces, no deben ser los vínculos que promuevan una visión de las niñeces como sujetos en situación de total dependencia. Al contrario, necesitamos reconocer que convivimos conjuntamente y que esa convivencia debe darse en horizontalidad, respeto, reconocimiento mutuo y amorosidad.

Necesitamos, igualmente, y con urgencia, pensar críticamente acerca de los procesos de crianza, en conjunto con quienes realizan en la actualidad dicho trabajo de forma más directa. Mirar a los ojos la violencia puede ser una tarea difícil al recordarnos las violencias que hemos experimentado y las que hemos ejercido, no obstante, también hace posible que imaginemos otras posibilidades en cuanto a vínculos y cuidados. Así, requerimos de un trabajo colectivo que nos permita dar paso a otros modelos de crianza, los que nos hagan albergar la esperanza de una vida comunitaria mucho más amorosa, satisfactoria y colaborativa.

Nuestros esfuerzos, además, debieran ir enfocados a la visibilización y la denuncia de las vulneraciones y violencias específicas que viven cotidianamente los y las niñas parte del Colectivo de la disidencia sexual y de género. Debemos generar estrategias colectivas de acompañamiento y acogida entre pares, así como demandar una respuesta estatal que coloque mayores recursos e interés para hacer frente a estas situaciones.

Finalmente, necesitamos, y con urgencia, abrir más espacios para que niños, niñas y niñes y juventudes nos digan qué les gustaría hacer, por cuáles caminos caminar y qué mundos son los que imaginan. Abrir, entonces, más espacios para los sueños, la imaginación, las esperanzas y las realidades concretas de todas las niñeces y juventudes.

Susana Solis y Diego Lagos
Susana Solis Gómez, Trabajadora Social e Integrante Colectiva Disidencia Aquí y en la Quebrá del Ají, Temuco. Diego Lagos Garrido, Abogado e Integrante Colectiva Disidencia Aquí y en la Quebrá del Ají, Temuco.