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Opinión

¿Exigir o pedir disculpas?

Por: Esteban Celis Vilchez | Publicado: 21.08.2023
¿Exigir o pedir disculpas? Sergio Onofre Jarpa | Agencia Uno
Y en el caso de esta dictadura, la de Pinochet, Jarpa fue uno de sus defensores. Más aún, su corazón estuvo por el “Sí” en el plebiscito de 1988 y por extender por 8 años más la presencia de un violador de los derechos humanos al frente del gobierno. Jarpa es un representante claro de los civiles en lo que sabemos que fue una dictadura cívico-militar. Su rostro, hasta hoy, es uno de los rostros del horror. Decir esta verdad no puede ser una ofensa. Un poco de empatía, solo un poco, permite entender esto.

Chile Vamos está molesto. Eso quiere decir, en realidad, que hay personas molestas. Por ahora, recuerdo entre los molestos a Francisco Chahuán, a María José Hoffmann y a Gloria Hutt. Son los que recuerdo espontáneamente a propósito de su declaración pública en la que exigen formalmente al presidente Boric disculparse por sus dichos sobre Sergio Onofre Jarpa. ¿Y qué es lo que dijo? Básicamente, que había muerto en la impunidad pese a las tropelías cometidas.

Hay dos formas de reaccionar frente a esta exigencia de disculpas públicas. Una, válida sin duda, es responder desde la indignación y recordar que quienes fueron personeros de una dictadura brutal, y definitivamente asesina, no pueden andar por la vida, ni ellos ni sus seguidores, con aire ofendido exigiendo que les pidan disculpas si les recuerdan la reprochabilidad de su conducta. Otra, y es la que escogeré hoy, es la de interpelar la conciencia humana que, todos esperamos, habite en los que exigen las disculpas, confiando en una inédita capacidad de reflexionar mejor y con más generosidad.

Mahatma Gandhi decía que su “no violencia activa” descansaba en eso: en interpelar hasta el extremo a la conciencia humana que hubiese en el victimario. Si alguien recuerda la película homónima de 1982, que protagonizó Ben Kingsley y dirigió Richard Attenborough, quizás tenga aún la visión de esa “marcha por la sal”, en la que una innumerable cantidad de personas se acercaba en perfecta paz hasta los soldados ingleses que asestaban a cada manifestante un violento golpe en la cabeza.

Era una interpelación extrema, del tipo que terminó por desmoralizar a los ingleses y que, a la larga, concluyó con la independencia de la India. Se ha dicho que ese sistema no habría funcionado con un sujeto como Hitler y, probablemente, sea cierto. Pero, definitivamente, no podemos dejar de interpelar primero.

Este ejercicio que voy a hacer, lo sé, es extraño en un mundo acostumbrado al argumento duro, al ceño fruncido y a las trincheras desde donde disparamos ironías, sarcasmos y palabras con odio. Pero hay que tratar de recuperar a quienes se han endurecido por años.

Estoy seguro de que tanto Chahuán como Hoffmann aman a los suyos, cuidan de sus familiares y tienen gestos de genuina ternura con hijos, sobrinos o padres. Saben que ellos mismos fueron objeto de cuidados, amor y atención cuando usaban pañales o aprendieron a caminar.

Creo que fácilmente pueden conectarse con ese entorno cálido y, supongo, amoroso de sus familias. Y que podrán intuir el dolor inimaginable que habría significado que a uno de esos seres que han iluminado sus vidas, que los han hecho reír, que los han cuidado o que ellos han cuidado, lo hubiesen detenido, torturado y lanzado al mar desde un helicóptero para perder su rastro para siempre. O que en medio de la noche otros seres de uniforme se lleven a papá o mamá.

Hay que leer el libro de Patricia Castillo Gallardo “Infancia/dictadura. Testigos y actores (1973-1990)” para asomarse siquiera un poco a la destrucción de infancias que una dictadura así provocó. Sé que es duro imaginar que eso le hubiese ocurrido a cualquiera de los que uno ama. Pero en eso consiste la empatía.

En una sala de tortura, en fosas comunes, en listas de desaparecidos, no hay gentes de derechas o izquierdas. Ni la Cheka, la Stasi, la CNI o la Gestapo son de izquierdas o derechas. Solo hablamos de víctimas y victimarios y, como decía Albert Camus, es misión de la gente pensante estar siempre del lado de las primeras y nunca del de los segundos.

Podemos discutir sobre cómo organizar nuestra sociedad. Podemos debatir y disentir acerca de si el mayor bienestar se logra con libertad económica, competencia y empresas privadas, o con Estado, regulaciones y sectores de la vida común regida por criterios ajenos al lucro y la competencia. Pero debemos discutir todo esto desde el compromiso de tratarnos siempre con respeto de nuestros derechos básicos, de no infligirnos dolor, de no asesinarnos y no destruirnos. De resolver las diferencias en las urnas, sin bombas en La Moneda ni golpes de Estado.

No vamos a descubrir hoy que Pinochet encabezó una dictadura horrorosa, con más de 30.000 torturados, niños incluidos, y más de 3.000 víctimas directas. Si hacemos el ejercicio de imaginarnos como una de esas víctimas o uno de sus familiares, quizás podamos observar desde otro lugar la figura de Sergio Onofre Jarpa.

La declaración de Chile Vamos dice que “Jarpa fue un defensor de la libertad antes de septiembre de 1973 como en el retorno de la democracia…”. Si tomamos el retorno a la democracia como un periodo iniciado en 1988 tras el triunfo del “No”, entonces esta declaración dice que Jarpa fue un defensor antes de septiembre de 1973 y a partir de 1988. ¿Qué ocurrió entre medio?

Entre 1973 y 1988, ¿defendió la libertad? Fue delegado ante las Naciones Unidas en 1974. Y fue embajador en Colombia (1976-1978), en Argentina (1978-1983) y fue ministro del interior entre 1983 y 1985. Tomemos el año 1984, en pleno ejercicio de su cargo como ministro del interior, y veamos qué ocurrió entonces.

Fue el año del asesinato de padre André Jarlan. Las muertes ocurridas por represión a los manifestantes durante las jornadas de protestan los calculaba la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 37. Otras 15 muertes se debieron a actos de abuso de poder cometidos por miembros de las fuerzas de seguridad. Otras 24 muertes fueron reportadas como consecuencia de ejecuciones sumarias disfrazadas de enfrentamientos con grupos supuestamente armados.

Entre heridos de bala y otros lesionados durante las manifestaciones, entre octubre de 1983 y junio de 1984, había 647 personas reportadas. Se mantenían las denuncias de torturas cometidas por las fuerzas de seguridad y en especial por la CNI e Investigaciones.

El dirigente opositor Jorge Lavandero Illanes fue agredido en la vía pública por parte de entre 8 y 12 civiles no identificados, ocasión en la que se le arrebataron documentos con pruebas sobre presuntas irregularidades económicas cometidas por personeros gubernamentales. Tuvo tres fracturas en el cráneo.

Las detenciones masivas o colectivas ascendieron a 1.816. Se denunciaron más de 744 detenciones individuales. Hubo gran cantidad de “relegaciones”. En ese año, el gobierno de Pinochet publicó una lista con 4.932 personas con provisión de regresar al país. Todos estos datos pertenecen a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

¿Fue Jarpa un defensor de la libertad? O antes que eso, ¿puede un personero tan alto de una dictadura ser un defensor de la libertad? Es como el libro de cuentos “¿Puede una papa andar en bicicleta?”. La respuesta es “No, claro que no”.

En los procesos judiciales, uno de los sistemas de valoración de la prueba se conoce como “sana crítica”. En él, el juez tiene más libertad para apreciar las pruebas, ateniéndose a la lógica, las máximas de la experiencia y a los conocimientos científicamente afianzados. Es una forma elegante y enrevesada de referirse al “sentido común”.

Pues bien, el sentido común nos dice que un ministro del interior de una dictadura no es, precisamente, un defensor de la libertad, sino un agresor de ella. Y también nos dice, que con total seguridad, es responsable político de la represión y que muy probablemente pueda, también, tener responsabilidad penal en ella. Esto se aplica para los ministros del interior de cualquier dictadura, sea de izquierda o de derecha.

Un ministro del interior de una dictadura es causante de sufrimientos indecibles, de tristezas inabarcables; forma parte de una organización que trunca vidas, que destruye familias, que ahoga risas y alegrías para siempre. No es siquiera un “cómplice pasivo” de un gobierno que causa un sufrimiento humano evitable, sino un engranaje eficiente en esa máquina de las tristezas y las muertes.

Y en el caso de esta dictadura, la de Pinochet, Jarpa fue uno de sus defensores. Más aún, su corazón estuvo por el “Sí” en el plebiscito de 1988 y por extender por 8 años más la presencia de un violador de los derechos humanos al frente del gobierno. Jarpa es un representante claro de los civiles en lo que sabemos que fue una dictadura cívico-militar. Su rostro, hasta hoy, es uno de los rostros del horror. Decir esta verdad no puede ser una ofensa. Un poco de empatía, solo un poco, permite entender esto.

Quizás –y reconozco que sería asombroso–, tras este ejercicio, al menos uno o dos de los que se han molestado tanto, se pongan del lado del sufrimiento humano y, en lugar de exigir disculpas para el señor Jarpa, las ofrezcan en su nombre y en el de todos los que apoyaron una dictadura cruel y moralmente deplorable. ¿O es muy tonto lo que estoy pidiendo?

Esteban Celis Vilchez
Abogado.