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Opinión

La carta de las señoras

Por: Cristián Pérez | Publicado: 21.08.2023
La carta de las señoras Imagen conmemoración Carlos Prats | Agencia Uno
La carta de las señoras, conspiración de los generales golpistas que usaron a sus esposas para causar el agravio que terminó con la carrera del general Carlos Prats, principal obstáculo para que el Ejército se embarcara en una acción subversiva, resultó exitosa. En la tarde del 23 de agosto de 1973, hace medio siglo, el golpe cívico-militar que terminaría con la democracia chilena era ya una certeza. Faltaban 19 días.

Santiago de Chile, 14 horas del martes 21 de agosto de 1973, hace justamente medio siglo, Carlos Prats González, ministro de Defensa y comandante en jefe del Ejército, agripado y con fiebre, se acuesta en la residencia oficial de calle Presidente Errázuriz n° 4290. Tres horas más tarde despierta alterado por el griterío frente a la casa. Allí se han congregado 300 mujeres que vocean consignas y lo insultan.

Exigen que Sofía Cuthbert, su esposa, las reciba para hacerle entrega de una carta. Esta se niega. Las señoras acusan a Prats de haber pasado a retiro al general César Ruiz Danyau, comandante en jefe de la Fuerza Aérea, y de amenazar al general Gustavo Leigh, su sucesor, con echarle encima el ejército si no resolvía con rapidez la rebelión de Ruiz.

En la protesta participan las cónyuges de nueve generales, entre ellas, Mary Teresa Menchaca, esposa del general de división Óscar Bonilla, director de Logística del Ejército y ex edecán de Eduardo Frei Montalva. Además, asisten la señora del teniente coronel Sergio Hidalgo, del Comando de Ingenieros del Ejército; la esposa del coronel Pedro Medina, de la Academia Politécnica Militar; y muchas otras mujeres de altos oficiales.

Apoyando la manifestación, en clara violación al deber de prescindencia política, se encuentran el capitán en servicio activo, Renán Ballas Fuentealba, yerno del general retirado Alfredo (Macho) Canales; el mayor Francisco Ramírez Migliassi, del comando de tropas del Ejército a cargo del general Sergio Arellano Stark; y el mayor Claudio Lobos Barrios, ex ayudante del general Augusto Pinochet, quien el 28 de junio había asistido al almuerzo donde se decidió la sublevación del Batallón Blindados n° 2, que se materializó al día siguiente y fue conocida como Tanquetazo.

A cada hora se congregan más personas frente a la residencia. Las manifestantes continúan con los insultos, arrojan piedras e intentan ingresar al antejardín. El capitán Renán Ballas, se dirige a la concurrencia expresando que el general Carlos Prats no representa al Ejército de Chile y es un traidor. El ambiente es sumamente tenso.

Tarde en la noche llega el general Augusto Pinochet, comandante en jefe subrogante del Ejército, a solidarizar con su superior, las manifestantes lo insultan y pifian.

Poco después de las 22 horas arriba Salvador Allende con algunos ministros. El presidente está indignado porque generales y oficiales superiores han utilizado a sus señoras para atacar al general Carlos Prats. El mandatario sabe que, en el estricto mundo militar, las cónyuges no salen a protestar sin la autorización de sus maridos, por lo que advierte que, tras la entrega de la carta, el objetivo es sacar al comandante en jefe del Ejército. A las 23 horas, cansado de los insultos, el jefe de Estado ordena al mayor Juan Francisco Concha, Comisario de la Prefectura Santiago Oriente, despejar la calle.

Al día siguiente, Carlos Prats dialoga con Augusto Pinochet, le dice que está dispuesto a olvidar el agravio si los generales le expresan en carta pública su solidaridad. Poco después, el comandante en jefe subrogante del Ejército le cuenta que solo algunos firmarían la declaración.

Esa tarde, el comandante en jefe se reúne con los generales, solo faltan Manuel Torres de la Cruz, Héctor Bravo, Joaquín Lagos, Carlos Forestier, Washington Carrasco y Ervaldo Rodríguez, que están lejos de Santiago. Les expresa que está dispuesto a olvidar la afrenta hecha por las esposas de nueve de ellos y de otros altos oficiales en servicio activo, si le entregan una declaración de apoyo. También, les explica los acontecimientos del caso Ruiz-Leigh, les relata que no intervino, y que jamás amenazó con echarles encima el ejército. Les da 24 horas para que respondan. Los subalternos callan…

A las 18 horas de ese mismo día, Salvador Allende se reúne con algunos ministros y mandos militares. Les expone la gravedad de la situación en que se encuentra el gobierno, que el vejamen a Prats es parte de un plan sedicioso de la derecha y de la Democracia Cristiana para derrocarlos, porque los golpistas imperiosamente deben deshacerse del comandante en jefe que es el gran obstáculo para ejecutar el golpe. El presidente, sagaz político, sabe de dónde viene la maniobra y que pretende.

En la mañana del jueves 23 de agosto de 1973, Prats se entera por boca de Pinochet que la mayoría de los generales se niegan a firmar la declaración; y Guillermo Pickering, comandante de Institutos Militares, y Mario Sepúlveda Squella, jefe de la Segunda División de Ejército, que lo apoyan, han renunciado indeclinablemente al Ejército para evitar la escalada de la crisis. Carlos Prats ya no cuenta con respaldo en el alto mando.

Esa misma tarde, el ministro de Defensa y comandante en jefe del Ejército de Chile entrega a Salvador Allende una carta donde renuncia a sus cargos. Prats piensa que no es posible usar la facultad presidencial y dar de baja a 15 generales opositores porque apuraría la confrontación armada. Recomienda que Augusto Pinochet lo suceda porque, quizás, éste logre sustraer al Ejército de la acción golpista que llevaría al país a la guerra civil. El Gobierno ha quedado herido de muerte.

La carta de las señoras, conspiración de los generales golpistas que usaron a sus esposas para causar el agravio que terminó con la carrera del general Carlos Prats, principal obstáculo para que el Ejército se embarcara en una acción subversiva, resultó exitosa. En la tarde del 23 de agosto de 1973, hace medio siglo, el golpe cívico-militar que terminaría con la democracia chilena era ya una certeza. Faltaban 19 días.

Poco más de un año después, el lunes 30 de septiembre de 1974, en la ciudad de Buenos Aires, una bomba colocada bajo su auto por agentes de la policía secreta chilena acabó con la vida del general Carlos Prats González y la de Sofía Cuthbert.

Ese fue el precio que debió pagar un oficial fiel a la Constitución que trabajó incansablemente por la continuidad democrática de su país.

¡Descanse en paz, General!

Cristián Pérez
Historiador de la UDP