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Opinión

Barbie y placement: Feminismo desde una oda a la propiedad privada

Por: Daniela Céspedes | Publicado: 25.08.2023
Barbie y placement: Feminismo desde una oda a la propiedad privada Imagen referencial – Película Barbie | Pantallazo @CNN
¿Barbie es “todo” y él es solo Ken? Pareciera ser todo lo contrario: Ken es el que resiente, Ken se subleva, Ken desea singularmente: Barbie es el repositorio de la venganza o del autocastigo. No es casualidad que Greta Gerwig haya confesado que su vivencia en colegio católico influenció el guion de la película, porque este arquetipo está presente en el vínculo “puro” entre mujeres vírgenes y en su reverso: la mujer perversa. Siempre que vemos a Barbie actuar, será con los ojos de un hombre, desde la privación y la inaccesibilidad.

Para nadie es sorpresa que Barbie es un comercial de 114 min. de Mattel.

Esta no es la hipótesis del artículo, sino que sólo su punto de partida.

Construida desde la narrativa del viaje del héroe que busca su Yo auténtico, Barbie pretende un heroísmo sin épica ni hombres, pero anclado estéticamente en los dos grandes protagonistas: el placement y la perspectiva de Ken. El guion no disimula que quiere vender, hacernos reír y proponer un existencialismo y feminismo de stand up comedy: lo suficientemente débil de afectos para no angustiarnos y lleno de lugares comunes como para que podamos tomarlo y no tomarlo en serio (a la vez).

Si piel humana y de plástico están separadas por un zapato Birkenstoke y un viaje en un Chevy Blazer EV SS (mira el comercial de Chevrolet con planos de la película, en este link), el Yo de Barbie es la proyección de contextos donde las marcas siempre funcionan y en el que Ken refleja una psiquis disociada, que oscila entre el resentimiento y la idealización.

Cuando pequeña era muy pobre y un poco ladrona. Iba a tomar once al pasillo de yogurts de un Líder de calle Mapocho. Los abría, me los comía y los botaba. Me gustaba estar en el supermercado por la escala del espacio, el volumen de productos, la saturación de etiquetas y las perspectivas con la que se organiza la mirada de quien compra.

Al igual que los planos de Barbie, un pasillo de yogurts puede verse de lejos y de cerca; está pensado como un rectángulo de alta resolución, estático como una maqueta, donde nuestro espectro visual puede tener foco en la marca y en el contexto plástico que la contiene. Lo interesante de la estética del placement es que no puede tener un punto de vista unificado: tenemos que ser conscientes simultáneamente del objeto que referencia la imagen, pero también de las características de diseño que nos permiten ver el valor del objeto.

Por ello es que, en la película, el Chevy funciona en condiciones perfectas, mientras adquiere un contexto afectivo. Vemos un paneo hacia el capó y un zoom a la marca, mientras escuchamos la palabra “patriarcado”. Para mí, esta estrategia agota toda posibilidad de crear alguna experiencia angustiante. Si es que hay angustia, es posterior a ver la película.

Barbie es conservadora y su incomodidad “existencial” depende de acciones que son evidentes para todos: sus pies son planos y se cae de su casa. Se necesita que la angustia se asocie a una acción específica y no a una atmósfera expresiva, porque así el problema se reduce a eventos particulares. Al modo de un mal stand up comedy, el afecto depende del suceso anecdótico. Es un existencialismo conservador, individual y localizado. La película tiene que decirlo fuerte, sino no le creemos: “patriarcado” “feminismo”, “mujeres”. No tiene tiempos muertos ni contemplativos, no hay subtexto. Siempre que vemos “feminismo”, podemos verlo literalmente.

Desde el comienzo, el supuesto feminismo de Barbie se propone desde los gestos de frialdad hacia Ken: “todos los días son días de Barbie”. En este punto, discrepo de las lecturas que vinculan esta distancia a un posible lesbianismo de Barbie. Más bien, esta distancia es la proyección patriarcal de la femme fatale.

Siempre que vemos a Barbie, la vemos desde el punto de vista de Ken: un objeto angustiante que fragiliza su yo masculino. Al igual que un envase de yogurt esperando a ser contenido, Barbie refiere todo el tiempo a la mirada idealizada o resentida de Ken y su carácter reactivo muta entre la frialdad de la Virgen de las Pieles o la ingenuidad de la Dama en aprietos.

¿Barbie es “todo” y él es solo Ken? Pareciera ser todo lo contrario: Ken es el que resiente, Ken se subleva, Ken desea singularmente: Barbie es el repositorio de la venganza o del autocastigo. No es casualidad que Greta Gerwig haya confesado que su vivencia en colegio católico influenció el guion de la película, porque este arquetipo está presente en el vínculo “puro” entre mujeres vírgenes y en su reverso: la mujer perversa. Siempre que vemos a Barbie actuar, será con los ojos de un hombre, desde la privación y la inaccesibilidad.

Pero esta falta de intimidad no es solo de la relación entre Barbie y Ken, sino que recorre las mismas alianzas de las Barbies: las mujeres se vinculan desde un extrovertido victimismo de las buenas costumbres. Ninguna de ellas se conoce sino mediatizada por frases de coaching y quejas hacia Mattel. La película proyecta esta idea blanca y burguesa de pensar las revoluciones desde la repetición de “patriarcado” y “feminismo” en cada ocasión. Más bien, pensar que una revolución requiere de imagen mediática y que se reduce a la demanda: ¿!Por qué le piden a Mattel que cree una Barbie común y corriente?! (pregunta abierta).

Las revoluciones siempre son silenciosas y menores. Funcionan como los virus: son un tejido de vivencias corrientes, como las de un pulmón enfermo que aún bombea sangre. Cotidianas y repetitivas. Es el pulso y determinación de un objeto atrofiado que aún desea sostenerse en pie. Esta atrofia nos aparece fantasmal en algunos personajes descontinuados y en Alan, que no pertenece a ningún lugar y lo habita como extranjero. Vive subterráneamente y pertenece al mundo de las cosas que existen, antes que se conviertan en algo. Lo que deja claro la película es que Barbie sí es algo. Y su autenticidad está dada por la sólida y sistemática red de privatización, que la hace difícil de falsificar.

Daniela Céspedes
Daniela Céspedes, directora creativa de Pliegue