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Opinión

Oposición desleal

Por: Miguel Torres Romero | Publicado: 02.09.2023
Oposición desleal Imagen referencial – Oposición | Agencia Uno
La responsabilidad de la oposición no es solo representar sus intereses particulares, sino también velar por el bienestar del conjunto de la sociedad. La falta de colaboración, la radicalización y la ciega obsesión por el poder pueden alejar a las fuerzas políticas de sus verdaderas responsabilidades y causar un daño profundo al país.

En la compleja realidad política chilena, el concepto de oposición desleal cobra una relevancia crucial. Las acciones de la oposición en el gobierno de Gabriel Boric han levantado preocupaciones legítimas sobre su rol y su responsabilidad en el funcionamiento de la democracia. El papel de la oposición es fiscalizar, cuestionar y presentar alternativas, pero no puede traspasar la línea hacia la desestabilización ni co-gobernar cuando su deber es mantenerse en el ámbito de ser oposición.

El politólogo Juan Linz, cuyas ideas ayudan a comprender esta situación, define la oposición desleal como aquella que, en lugar de ejercer su función de control, opta por actitudes que dificultan la gobernabilidad y el funcionamiento de las instituciones democráticas.

Desde el inicio del mandato de Boric, la derecha ha persistido en este enfoque obstruccionista. Esto se evidenció claramente con la presión que ejercieron para la salida de Giorgio Jackson del Ministerio de Desarrollo Social, condicionando así las negociaciones sobre reformas al sistema de pensiones. No obstante, en un principio, esta misma oposición pareció olvidar su compromiso básico, negándose a entablar un diálogo constructivo sobre este y otros temas críticos.

También se refleja en su desempeño en el Congreso. Sus propuestas legislativas parecen estar diseñadas más para dañar y fragmentar aún más el sistema de partidos que para contribuir constructivamente al progreso del país. En lugar de abordar los desafíos que enfrenta Chile con soluciones pragmáticas, se enfocan en ataques al gobierno y en la resurrección y reivindicación de la ideología autoritaria que prevaleció durante la dictadura.

Esta actitud no solo socava la confianza en las instituciones democráticas, sino que también aleja a la política chilena de la senda de cooperación y progreso que la ciudadanía merece.

Mientras algunos podrán argumentar que esta oposición enérgica es necesaria para equilibrar el poder y garantizar la transparencia y responsabilidad gubernamental, afirmando que en medio de los desafíos sociales y económicos, una oposición fuerte es la única forma de asegurar decisiones basadas en el interés público en lugar de agendas partidistas, es importante considerar que este argumento pierde validez cuando las acciones de la oposición cruzan la línea hacia la obstrucción sistemática y la polarización extrema. Esto, en última instancia, quebranta el funcionamiento democrático y la capacidad de abordar los problemas reales que enfrenta la nación.

Esta oposición desleal, al bloquear proyectos de ley y rechazar el diálogo constructivo, no solo afecta negativamente la confianza de la ciudadanía en la política, sino que también plantea preocupaciones adicionales. El crecimiento en el liderazgo y el apoyo electoral de la extrema derecha ha provocado una inquietante fragmentación en el espectro político de derecha. Esto ha dejado a la derecha tradicional, históricamente dominante, en una posición de incertidumbre, llevándola a luchar por mantener un poder que antes parecía sólidamente arraigado.

Esta lucha por el poder, en lugar de estar enfocada en responder a las demandas y necesidades de la ciudadanía, puede llevar a la derecha tradicional a alejarse aún más de su base electoral. Los ciudadanos esperan líderes capaces de comprender sus preocupaciones, impulsar soluciones para los desafíos actuales, y promover un bienestar general. Si la derecha tradicional se centra más en proteger su posición y menos en servir al país, corre el riesgo de alienar a sus propios votantes.

La falta de coherencia en la postura de la derecha tradicional es notoria. Promesas hechas luego de la crisis social de octubre de 2019, que impulsaron la demanda por cambios sociales y económicos, parecen haber quedado en el olvido.

La defensa acérrima del neoliberalismo, pese a las demandas por un modelo más inclusivo, resulta desconcertante. Además, la radicalización ideológica, en un momento de reflexión por los 50 años del golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende, añade un componente preocupante a la situación.

Para entender las consecuencias de una oposición desleal, es instructivo mirar ejemplos en otros países. Cuando la oposición se aparta de su deber de control y debate, los resultados suelen ser perjudiciales. En muchos casos, la parálisis gubernamental afecta la implementación de políticas públicas necesarias y se deteriora la confianza ciudadana en las instituciones. La polarización extrema y la falta de colaboración conducen a sociedades divididas y, a menudo, al estancamiento económico y social.

La responsabilidad de la oposición no es solo representar sus intereses particulares, sino también velar por el bienestar del conjunto de la sociedad. La falta de colaboración, la radicalización y la ciega obsesión por el poder pueden alejar a las fuerzas políticas de sus verdaderas responsabilidades y causar un daño profundo al país.

La ciudadanía merece una oposición responsable, que mantenga su función de fiscalización y presentación de alternativas, sin intentar co-gobernar o desestabilizar el gobierno de turno. La democracia chilena necesita de una oposición que, en lugar de bloquear proyectos de ley y negarse al diálogo, trabaje para alcanzar acuerdos en beneficio de todos los ciudadanos. En este contexto, recordar las lecciones del pasado y mantener una mirada crítica y constructiva es fundamental para el futuro de Chile.

Miguel Torres Romero