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Opinión

Karmy. La Unidad Popular y la latencia de los pueblos

Por: Mauro Salazar Jaque | Publicado: 03.09.2023
Karmy. La Unidad Popular y la latencia de los pueblos Rodrigo Karmy | El Desconcierto
Cuando el autor inscribe operaciones de entrada y salida respecto a la experiencia ético-político de la Unidad Popular, da cuenta de una ontología de la potencia igualitaria que va más allá del aparato politológico afiliado a la inmanencia entre monarquía y república. Las potencias son prácticas escriturales y «nuestra confianza en nosotros» es un gesto para reorganizar el pesimismo que padecen las izquierdas y el partido portaliano, a saber, el progresismo transicional, sus tecnologías de orden y capitalismo académico.

El corpus argumental de libro de Rodrigo Karmy anuda un conjunto de intervenciones que buscan retomar una “política de los afectos”, subrayando fragmentos y universos visuales, en los discursos de Salvador Allende. La UP, en tanto experiencia sin peritaje, habría sido la apropiación de una potencia de los pueblos -en plural- donde la singularidad (sujetos políticos) interviene contra el continuum de la dominación.

Desde allí se organiza un diálogo intempestivo con la «excepcionalidad» de la Unidad Popular, impugnando el archivo de la post-dictadura en la época de la desaparición. Un zumbido vitalista que inscribe incisiones Karmynianas, disyunciones y porosidades, para emplazar los contratos gestionales del pacto oligárquico-transicional (1990-2019), interrogando el golpe de Estado (1973) como diagrama -normalizador- de las narrativas transicionales del progresismo chileno.

La Unidad Popular, con su “alegría mundana”, dice Villalobos-Ruminott en el Epílogo del libro, no quiere ser gobierno -“máquina portaliana del orden”-, porque excede las plataformas de gubernamentalidad (Poder). Y pese a que no niega el mandato institucional y sus mínimos de orden, se ha inclinado por la potencia, la metáfora expansiva y, porque no, por un tiempo acontecimental.

La experiencia sensible de los años 70’ encarna una “imagen movimiento”, con vocación de vértigo, que porta una filosofía -del destino- que lleva a la UP a quebrar el pacto con las formas representacionales de la oligarquía (1938-1973). Todo nos lleva a ese deseo, momento dionisiaco, que se expresa en multiplicidades de expresión, estratos y sedimentos posibles de antagonismos y luchas inmateriales.

En un trabajo anterior, Karmy había interrogado una comunidad de preocupaciones, a saber, los acuerdos políticos del mainstream, la expansión de la conflictividad al interior de la demografía elitario-portaliana, el abusivo sociologismo del mal-estar, las posibilidades de una escritura destituyente, arriesgando una tesis liminal sobre el carácter derogador de la revuelta (2019) y su rabia erotizada contra la rotación de los pactos oligárquicos y la impotencia cognitiva de los expertos frente al mundo popular.

La fisura que ha tenido lugar entre modernización e imaginación popular, no nos provee de una decrépita “filosofía de la historia”, pero nos sugiere posibilidades oblicuas, juegos de recovecos, cuerpos populares y retornos a lo reprimido. Habría una tarea pendiente -organología karmyniana-, que pasa por escudriñar resquicios, fugas, fisuras o nodos por descifrar de la Unidad Popular.  La fábula política, la posibilidad de con-fabular es una forma de mantener la latencia de la insubordinación (memorias) poética del desplazamiento. Una tarea mayor, en medio del trauma irrepresentable, ¿cómo nombrar el tiempo que sigue a la dictadura y en cuya sombra aún se habita bajo el nombre de postdictadura?”, se pregunta Miguel Valderrama (2018, 17).

Pese a la estocadas públicas que provee la reflexión pletórica de Karmy, hay puntos que no podemos obliterar. Cabe advertir que, cualquier imagen o calco que se precie de reducir una “imago de pensamiento” a mera negatividad, esencialismo, lirismo octubrista, fetiche de rebelión, incurre no sólo, en una pereza respecto del argot Karmyniano (Agamben, Foucault, Nancy, Marchant), sino que olvida aquello que él mismo autor ha calificado como un «trabajo menor» y la Unidad Popular como un Constituyente menor.

Si todo régimen escritural -transido de deseo- se debe a la distancia, a la verdad de sus sonidos, al emplazamiento infatigable, ello es de la mayor reciprocidad ante la prosa pública -Karmyniana- que corroe los formatos circunspectos de las ciencias sociales y se mueve en la tensa filigrana de una hipérbole. Con todo, las intervenciones del autor, y su letra discrepante, frente al tiempo homogéneo de las modernizaciones, merecen ser asediadas. Es bueno mantener un litigio abierto.

Dado la distancia que Rodrigo Karmy ha declarado contra la complicidad de las políticas del conocimiento -epistemologías gerenciales e identitarismos disciplinarios- en las ciencias sociales y su mansedumbre ante la fuerzas elitarias, esto ha conminado afanes, pasiones, pero también ha despertado una “zona de incordios”, respecto a los mitos de la modernización y sus indicadores de logro (1990-2010).

Cuando el autor inscribe operaciones de entrada y salida respecto a la experiencia ético-político de la Unidad Popular, da cuenta de una ontología de la potencia igualitaria que va más allá del aparato politológico afiliado a la inmanencia entre monarquía y república. Las potencias son prácticas escriturales y «nuestra confianza en nosotros» es un gesto para reorganizar el pesimismo que padecen las izquierdas y el partido portaliano, a saber, el progresismo transicional, sus tecnologías de orden y capitalismo académico.

Para Karmy, en “Nuestra confianza” tiene lugar “una activación de la potencia de los cuerpos antes que la inercialización promovida por el portalianismo histórico: si el fantasma portaliano escinde la vida de la materialidad de su potencia provocando que ésta termine inerte, gobernada bajo el peso de la noche”. En efecto, el despertar de la república de los cuerpos sería una manera posible de enfrentar una subjetivación inercial de tipo portaliana. Por eso Karmy, insiste en la voz perdida de Allende -trenzada de metal- atravesando tiempos y olvidos mientras “La Moneda se desploma en llamas, parece resonar en la revuelta de Octubre bajo otra forma, otros rostros, otros problemas”.

La Unidad Popular es una experiencia empapada de imaginación popular y “secundariamente”, un gobierno del realismo. Una ética de los pueblos (siempre en plural) comprende admitir los enjambres de las luchas populares que se abrieron luego desde los años 30, como así mismo, en la disrupciones del estallido. Las memorias irredentas, sin domicilio, de antes y después de 1973, irrumpen oblicuamente bajo la imaginación popular del 2019 e interpelan la racionalidad abusiva de las instituciones. Por fin, más allá de una ética de lo testimonial, o bien, un uso instrumental de la memorias del realismo, “lo plural-discordante” de las memorias, no implica el incesto de la distribución culpógena (intercambio de culpas que ha formado parte de la conmemoración de los 50 años).

Y sí. Nuestra confianza en Nosotros, sería un borde posible –hilo de voz– contra el actual silencio ensordecedor de las izquierdas. En suma, una posible tensión para intersectar las distopías del presentismo y la dura facticidad de lo real. Por fin, Karmy asestó una interpretación radical e innegable durante el golpe de desigualdad que habló el 2019. Luego arremetió una tormenta de estetizaciones que gobiernan nuestro presente. Con todo, no hemos dado con un pensamiento que, si se precia de político, debe articular alguna relación -hegemónica, o no- con los mínimos de una teoría post-hegemónica en la era geológica. Karmy avanzó intensamente en la tesis destituyente, pero ahora viene una tarea infinita, heterogénea y colectiva, a saber, emplazar la resaca epocal si (aún) pretendemos reorganizar el pesimismo.

No es poco, en los últimos días no solo el progresismo, sino una parte del campo crítico ha declarado el trabajo de Daniel Mansuy sobre la Unidad Popular -de méritos innegables- como un texto guía, de referencia obligada, o bien, un oráculo a la hora de repensar los 50 años de la UP.

Mauro Salazar Jaque