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El doble crimen contra Ever y la urgencia de remirar la perspectiva de género

Por: Katherine Maturana Iturriaga | Publicado: 07.09.2023
El doble crimen contra Ever y la urgencia de remirar la perspectiva de género Imagen referencial – Manifestación por muerte mujer trans en Valparaíso | Agencia Uno
En el estudio exploratorio sobre discriminación y violencia contra personas LGBTI+ se sostiene que el 94,1% de las personas identificadas como trans han experimentado mayores episodios de discriminación en su vida. En el último año esto ha afectado al 85,4% de la comunidad trans. Matar a una persona a través del lenguaje es, precisamente, lo que significa dis-criminar. Un primer crimen que abre otros crímenes posibles.

“El monstruo es aquel que vive en transición. Aquel cuyo rostro, cuyo cuerpo, cuyas prácticas y lenguajes no pueden todavía ser considerados como verdaderos en un régimen de saber y poder determinado” (p. 45) Preciado, 2020.

El sábado 2 de septiembre fue encontrado, en Los Ángeles, el cuerpo descuartizado de un sujeto de género masculino. Calificado como un femicidio por las autoridades y la prensa, este hecho esconde un crimen primordial en tanto la calificación jurídica del crimen niega una identidad de género no binaria.

El cuerpo de Ever fue encontrado en la vía pública y en los pasquines del sensacionalismo se mantienen, a la fecha, titulares que encasillan este asesinato bajo la figura de femicidio. Ever nació con un cuerpo que no era subjetivamente el suyo, y su pareja fragmentó ese cuerpo en un asesinato del que quedaron las huellas de un origen adverso el cual, lamentablemente, fue nuevamente invisibilizado por la lectura bi generista de la opinión pública. A las y los trans asesinados la sociedad los mata siempre más de una vez.

Aunque las estadísticas podrían no ser alarmantes, según el último Informe Anual de Derechos Humanos de la Diversidad Sexual y de Género en Chile del MOVILH, durante el año 2022 cuatro mujeres trans fueron asesinadas, una mujer lesbiana y un hombre gay. El problema, en consecuencia, es que la muerte no implica tan sólo la emergencia de un cadáver, sino es también la denegación de modos de existir.

En tal sentido, la dimensión de la violencia que pone en juego una dimensión de género se ciñe sobre otros múltiples fenómenos. Por ejemplo, en el estudio exploratorio sobre discriminación y violencia contra personas LGBTI+ se sostiene que el 94,1% de las personas identificadas como trans han experimentado mayores episodios de discriminación en su vida. En el último año esto ha afectado al 85,4% de la comunidad trans. Matar a una persona a través del lenguaje es, precisamente, lo que significa dis-criminar. Un primer crimen que abre otros crímenes posibles.

Respecto de estos fenómenos de violencia con componente de género, es que emerge, hace ya 13 años, la categoría mencionada de femicidio. Resulta por lo menos paradójico, que un término que significó un avance en materia de regulación de ciertas formas de violencia hoy emerja como dispositivo reproductor de una violencia primordial, que sigue apelando al binarismo femenino-masculino a través de la denegación de un modo otro de existir.

La serie de medidas que se denominan con perspectiva de género no permite la mirada ni la adopción de medidas frente a subjetividades que rebasen el binarismo de género, es decir, comprender las vivencias de género desde una lectura de lo femenino y masculino. Lo que reproduce, como diría Cabral (2011), una lectura símil en la forma en que el colonialismo realiza en referencia a los lenguajes y dialectos.

Frente a esto ¿cuáles son las implicancias de no referir y, por lo tanto, negar la existencia de ciertas formas de vida sexo genéricas? Por una parte, es útil lo mencionado por Judith Butler a comienzo de los años 90, las categorías permiten la inteligibilidad; en el marco de esta columna hace sentido la tercera acepción de la RAE: que pueda ser oído claramente.

Por lo tanto, ¿qué puede ser más violento que dejar de escuchar el sufrimiento de una persona? En términos legislativos y programáticos esta no escucha, se cristaliza en la falta de medidas regulatorias que aporten a disminuir las formas de violencia que se dan en el contexto público y privado. Esto se vuelve aún más relevante si consideramos lo mencionado por Butler (2006) en tanto hay sujetos que no son completamente reconocibles como sujetos y vidas, no del todo reconocidas como vidas.

En segundo lugar, podríamos mapear que esta falta de escucha, y su consiguiente ceguera, de la tan denominada perspectiva de género ha sido producto de que ésta ha sido fisionada del carácter reflexivo que permitió su emergencia. No es primera vez en la historia que ocurre esto, así también fue y es, el concepto legal de Violencia Intrafamiliar que, pese a surgir desde la demanda de movimientos feministas respecto de violencia que sufrían mujeres en el ámbito doméstico, la discusión con grupos conservadores solo permitió su emergencia en un anclaje con la familia.

Es imperante, por lo tanto (¿o por lo menos?), volver a recuperar el carácter reflexivo que permitió la emergencia de la perspectiva de género y prestar oído a qué estamos dejando de oír: en este caso, los gritos de dolor de una vida no vivible (Butler, J., 2006, Vida precaria. El poder del duelo y la violencia, Buenos Aires, Paidós).

Katherine Maturana Iturriaga
Académica de la Escuela de Psicología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.