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Opinión

Defender el Golpe y condenar las violaciones

Por: Ignacio Moya Arriagada | Publicado: 09.09.2023
Defender el Golpe y condenar las violaciones Imagen referencial – Bancadas Chile Vamos/Republicanos, Congreso | Agencia Uno
Este mensaje entregado a sangre y fuego no sólo se escuchó en Chile, sino que en el mundo entero. Las élites dijeron “sin nosotros no. Y nosotros nunca estaremos”. Condenar inequívocamente el Golpe es condenar inequívocamente ese mensaje. Y eso es algo que la derecha no puede hacer, porque ellos existen, su razón de ser, es precisamente esa: la de impedir cualquier cambio profundo en la sociedad. Condenar el Golpe es condenar su propio ADN.

Es momento de lecciones. La vida humana, y por extensión las sociedades, se construyen mejor con un ojo puesto en el pasado. Se puede, por supuesto, construir una vida sin tener ese ojo puesto en lo que ya fue, pero una vida así es una vida pobre; pobre en entendimiento, limitada a vivir el efímero presente, e indiferente a las posibilidades y los límites del futuro.

Ahora que se avecinan los cincuenta años del Golpe, los análisis históricos abundan, y está muy bien que así sea. En última instancia, que exista una pluralidad de perspectivas, análisis y opiniones sólo enriquece nuestra historia. Bienvenidas todas las visiones.

Lo que quiero decir aquí en relación al Golpe, no es nuevo. Pero vale la pena repetirlo para recordar y tener presente que la debacle que ocurrió el 11 de Septiembre no consiste sólo en que la democracia se quebró o que el diálogo fracasó; que las reglas o la institucionalidad fueron violentadas o que los acuerdos se hicieron imposibles. En suma, el horror de ese día no sólo consiste en que murió la democracia; no es sólo que los procedimientos, los rituales republicanos o las voluntades no fueron capaces de dar cauce institucional a las diferencias políticas.

Pensar que este ese el mensaje principal que tenemos que aprender como sociedad es, en cierta medida, lo que nos tiene donde estamos ahora–tratando de entender por qué la derecha se niega a condenar rotundamente el Golpe militar o intentando comprender por qué ciertos sectores de la derecha se muestran dispuestos a apoyar otro Golpe militar si circunstancias similares a las vividas bajo el gobierno de la Unidad Popular se repitiesen.

¿Acaso no recibieron el mensaje? ¿Acaso no entienden que la democracia se defiende contra viento y marea?

La respuesta es que para la derecha ese no es realmente el aprendizaje del 11. Sí, todos aprendimos (o ya lo sabíamos) que la democracia se puede quebrar de forma violenta, pero lo que ellos quieren que aprendamos es otra cosa. Quieren que aprendamos, de una vez por todas, que las estructuras de poder no se pueden tocar (y esto, en cierto nivel, también lo sabíamos).

Que el Golpe puso fin a la democracia es innegable (ni la derecha lo niega). Pero para la derecha la pérdida de la democracia no es lo que el 11 de septiembre realmente representa. Para ellos, el fin del sistema democrático es visto como un mal necesario, el resultado tal vez poco deseable de un bien mayor.

El 11 de septiembre no es un día donde los valores de la libertad, la justicia y el respeto a los derechos humanos fueron borrados a sangre y fuego y donde se dio inicio a una persecución política que buscaba aniquilar a la izquierda. El 11 no es visto como la derrota de la democracia, sino como la victoria definitiva sobre lo que ellos consideraban (y consideran) una amenaza a sus intereses.

No aceptar esta profunda discrepancia es la razón por la cual algunos se esfuerzan vanamente, una y otra vez, en tratar de sacarle a la derecha una condena clara y rotunda al Golpe. Hay quienes piensan que debe haber una condena transversal. Condenar inequívocamente el quiebre de la democracia parece algo tan obvio que causa cierta incredulidad cuando la derecha no se muestra resuelta ni entusiasta en la condena.

Pero lo cierto es que, ese acuerdo, no es posible. Porque para la derecha lo importante del 11 no es que ese día murió la democracia sino que ese día ellos le entregaron a Chile y al mundo un contundente mensaje: que los cambios sociales nunca se realizarán sin el apoyo de las élites y que esas élites jamás darán ese apoyo.

Este mensaje entregado a sangre y fuego no sólo se escuchó en Chile, sino que en el mundo entero. Las élites dijeron “sin nosotros no. Y nosotros nunca estaremos”. Condenar inequívocamente el Golpe es condenar inequívocamente ese mensaje. Y eso es algo que la derecha no puede hacer, porque ellos existen, su razón de ser, es precisamente esa: la de impedir cualquier cambio profundo en la sociedad. Condenar el Golpe es condenar su propio ADN.

El mensaje fue inscrito a sangre sobre los cuerpos de miles de chilenos y sobre la psiquis de millones más. No hay dudas; ese mensaje fue recibido e internalizado. Esto sucedió a tal nivel que gran parte de la izquierda renunció a la aspiración de cambios profundos. No más revolución. Sólo reformas. E incluso eso, sólo con el permiso de los poderes. Esa fue la “democracia de los acuerdos” de los 90. Mensaje recibido.

Entonces cuando algunos en la derecha lamentan el Golpe (usualmente de forma muy timorata) la lectura más caritativa que se puede hacer de esa condena es que lo que realmente lamentan es que tuvieron que recurrir a la violencia genocida para defender sus intereses.

Tal vez hubiesen preferido no hacerlo. A la hoy denominada “derecha liberal” no le cuesta mucho condenar la existencia de la DINA o la CNI. En efecto, esto explica muy bien porque hoy día no es tan difícil condenar las violaciones a los derechos humanos, pero sí les cuesta condenar el Golpe mismo. Allí prefieren relativizar. Buscan contextualizar (de muy mal manera sea dicho).

Por eso prácticamente todos los sectores políticos condenan las violaciones, pero no así el Golpe. Ese fue el precio por sacar al Presidente Allende. No debemos olvidar que la derecha hizo todo lo posible por impedir que Allende asumiera la presidencia. No lo querían bajo ninguna circunstancia y durante su breve gobierno, hicieron lo posible por boicotear y paralizar el país. Puede ser cierto que, en cierto nivel, lamentan el Golpe. En sus mentes, mejor hubiera sido que Allende no asumiera. O que dimitiera. Pero una vez en el poder, todas las opciones estaban sobre la mesa, incluyendo el Golpe.

Por esto, me parece, una de las lecciones más importantes que tenemos que sacar es que las reglas democráticas, los procedimientos y los pilares del sistema económico en Chile, no se pueden cambiar sin el consentimiento de las élites, de los que ostentan el poder económico. Esto es, para algunos, una obviedad. Pero una cosa es entender, en teoría, que las élites se van a resistir a ciertos cambios y otra cosa es ver que en la práctica no dudan y no trepidan en usar la fuerza genocida cuando lo estiman necesario. Hay un sólo amo y ya no podemos derrotarlo. Ahora hay que pedirle permiso. Esa es la lección del Golpe que la derecha espera que nunca olvidemos. Y por eso seguirán, por siempre, justificando el Golpe.

 

Ignacio Moya Arriagada
PhD. (c) en Filosofía.