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Opinión

Olvidemos la quimera de la reconciliación

Por: Esteban Celis Vilchez | Publicado: 11.09.2023
Olvidemos la quimera de la reconciliación Imagen referencial – Disputa en el Congreso, 22 de agosto | Agencia Uno
No tiene diferencia con el agresor sexual que se defiende alegando sobre lo corta que era la falda. Ni con el marido que golpea a su mujer porque –dice él– es muy coqueta. Son delincuentes que cometen delitos distintos, pero que comulgan en el mismo cinismo: la víctima tuvo la culpa. El golpe de Estado, dice este cinismo, fue culpa de la UP, no de los golpistas.

Maduremos. Dejemos de soñar. Es hora de abandonar la quimera de la unión nacional, del perdón, de la reconciliación, de mirar juntos hacia el futuro. Es un sueño casi infantil, una demostración de ingenuidad completa.

Los violentos, los violadores de mujeres detenidos, los torturadores, los asesinos en serie pagados con sueldo fiscal, los que desaparecían personas y las lanzaban al mar, los destructores de familias, los mentirosos que negaban las violaciones de derechos humanos, los que hacían montajes, los que mentían a las madres, esposas, maridos o hijos que buscaban a los suyos, los que se beneficiaron de la dictadura, los que piensan que murieron pocos, todo ese tipo de seres siguen sin arrepentirse, siguen dispuestos a repetir sus actos horrendos si es, en su concepto, necesario. Si el agresor ni siquiera está dispuesto a reconocer la agresión y, por ende, mucho menos aún a pedir perdón por ella, ¿qué posibilidad hay de mirar juntos al futuro, como majaderamente sugieren Frei Ruiz-Tagle, Alberto Undurraga y la derecha amnésica?

Veamos dos ideas que retratan quiénes son aquellos con los que hay que reconciliarse.

“El golpe de Estado era inevitable” Falso. Siempre es posible una salida pacífica. El golpe de Estado de 1973 fue una decisión libre y soberana de sus instigadores y ejecutores, no un acto reflejo ni una conducta determinada por seres sobrenaturales.

“El golpe de Estado fue responsabilidad de la propia UP”. La clásica mentira de los agresores, demostrativa de su cobardía moral.

Daniel Mansuy, que parece oficiar de intelectual de la derecha, escribió un libro sobre Allende en el que ensaya esta explicación abyecta según la cual la víctima es culpable de su desgracia, mientras que el agresor se viste de marioneta del destino, casi de inocente. Pinochet no quería el poder y fue arrastrado a La Moneda, según esto. Después de muchas páginas donde intenta mostrar una argumentación objetiva, Mansuy se desenmascara y finalmente, en el capítulo 18, formula la pregunta propia de la derecha: “¿Cómo ponderar la influencia de factores exógenos y endógenos al gobierno? ¿Cuánto hay de responsabilidad de la Unidad Popular y cuanto de fenómenos cuyo control no estaba en sus manos?

Pero la pregunta es una afrenta a la inteligencia, porque un golpe de Estado es una agresión que tiene por único responsable a quien la despliega. El agredido, en este caso un gobierno derrocado por militares ejerciendo una violencia brutal, solo recibe la agresión y nadie puede responsabilizarlo por ello, haya hecho lo que haya hecho. ¿La crisis institucional era muy intensa? ¿Esa es la justificación o explicación para derrocar a un gobierno democráticamente elegido?

No tiene diferencia con el agresor sexual que se defiende alegando sobre lo corta que era la falda. Ni con el marido que golpea a su mujer porque –dice él– es muy coqueta. Son delincuentes que cometen delitos distintos, pero que comulgan en el mismo cinismo: la víctima tuvo la culpa. El golpe de Estado, dice este cinismo, fue culpa de la UP, no de los golpistas.

Y después del golpe vino lo absolutamente previsible: el horror. Dieciséis años y medio de brutalidades: torturados y desaparecidos, incluyendo niños y mujeres embarazadas; montajes de falsos enfrentamientos; personas dinamitadas en el desierto, lanzadas al mar; la expresión burlona de Pinochet sobre lo que consideraba un ahorro de espacio cuando se le preguntó por las fosas comunes; asesinatos selectivos en el extranjero; exiliados con sus vidas destruidas; exonerados de todo tipo. ¿También de eso sería responsable la UP? Estas conductas execrables no tienen contexto posible ni hay paliativos para su condena moral y jurídica. Solo la insinuación de que hay que “contextualizar” las torturas y los asesinatos es demostrativo la laxitud moral de quien tenemos al frente.

Y ahora vemos, en la declaración de Chile Vamos sobre los 50 años, condensado todo esto.

Dice la declaración que “renuevan su compromiso con los derechos humanos”. Si no fuera dramático, me partiría de la risa. Si es renovación de un compromiso antiguo, díganme, por favor, cuándo hicieron el primer compromiso. ¿Alguna reunión con Patria y Libertad después de la muerte de Schneider? ¿En el cerro Chacarillas? ¿Tras alguna de las muchas condenas de la ONU? ¿Después de descubrir a los muertos de Lonquén? ¿Después de las muertes de Prats o Letelier, o del atentado a Leighton? ¿Después de los informes Rettig y Valech? ¿Visitaron el campo de concentración, estilo nazi, de Río Chico en la isla Dawson y sintieron amor por los derechos humanos? ¿O hicieron un compromiso durante un almuerzo en Colonia Dignidad?

Pero, sobre todo, esa declaración aparece como carente de toda sinceridad si no tienen, sus autores, la valentía siquiera de hablar de “golpe de Estado” y prefieren usar el equivalente anodino de “quiebre de la democracia”. Si lo hacen es porque les parece todavía que todos tuvimos que ver con eso, que todos la quebramos, cuando la verdad es que la democracia desapareció desde los primeros movimientos de la Armada en Valparaíso y bajo las explosiones de bombas lanzadas desde el aire en contra de La Moneda.

Hasta esa hora la democracia existía, con problemas, profundos y complejísimos si se quiere, pero existía. Al enfermo se le pudieron aplicar plebiscitos, negociaciones, reformas constitucionales para adelantar elecciones… pero se eligió bombardearla, ametrallarla. Fue entonces, y no antes, cuando dejó de existir. Que quienes dispararon y pidieron y aplaudieron los disparos asuman su responsabilidad exclusiva y monstruosa de la destrucción y la muerte, en lugar de tratar de invitarnos a todos a formar parte de ella.

Si todavía, en su declaración, este grupo de sujetos no es capaz de hablar de dictadura y de violaciones a los derechos humanos, sino de “dolor” y “huellas”, y son los mismos que se ofenden si se reprocha, por ejemplo, la trayectoria de Sergio Onofre Jarpa, ministro del Interior de esa dictadura brutal, es porque no tienen la más mínima intención de reconocer lo ocurrido. La declaración de Chile Vamos es una promesa en el aire, porque no es capaz de hablar de lo medular: de la destrucción de la democracia en 1973 operada desde su sector y de una dictadura aplaudida por ellos. Quieren hablar de futuros negando su vergonzoso pasado. Imposible creerle a gente así.

Dice este conglomerado que se compromete con la democracia “siempre” y con los derechos humanos en “toda circunstancia y oportunidad”. Pero no son capaces de hablar de las circunstancias de 1973. El diputado Jorge Alessandri de la UDI ha sido claro: justifica el golpe de Pinochet. Entonces, no podemos creer que su compromiso con la democracia sea uno sempiterno. Cuando la democracia le moleste, cuando él y los de su sector vuelvan a estimar que corresponde, se saltarán la democracia, olvidarán las urnas y usarán la fuerza. Como en 1973. En esa declaración, “siempre” no significa “siempre”.

Y entre 1973 y 1990 no estuvieron por los derechos humanos, pues, en esa oportunidad y en esas circunstancias, no les parecieron dignos de defensa. Hoy, después de tanta barbarie, esa derecha se retira de la sala cuando se recuerda a diputados que fueron desaparecidos por la dictadura. Esos derechos humanos, los de esos diputados, ¿no valen? ¿Es que en las circunstancias y oportunidad en que los mataron no eran derechos humanos que ellos hubiesen defendido o que vayan a honrar hoy? Porque es bastante decidor y perturbador que 50 años después ni siquiera puedan permanecer en el hemiciclo cuando se recuerda a estas víctimas. ¿Abandonan la sala en homenaje a Pinochet, a Contreras, a Krassnoff? Lo indudable es que muestran con sus actos el vacío de sus palabras y su desprecio intacto por los derechos humanos.

No, no hay reconciliación posible, sencillamente porque los agresores mantienen sus odios y deseos de agredir intactos.

Dejemos de soñar con reconciliaciones con este tipo de gente. Su maldad no ha variado y con ese tipo de gente no quiero mirar juntos al futuro. Prefiero reconocer sus rostros y sus intenciones, para que los demás tratemos de cuidarnos de ellos.

Son agresores. Y no tienen remordimientos. Y volverán a agredir cuando sus privilegios se vean amenazados por la democracia. Reconciliarse con quien odia es imposible. Es imposible perdonarlos, porque no han pedido ni pedirán perdón. Es mejor aceptarlo de una vez.

Esteban Celis Vilchez
Abogado.