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Opinión

La sinceridad de un golpe inevitable

Por: Mauricio Soto Retamal | Publicado: 17.09.2023
La sinceridad de un golpe inevitable Imagen referencial | Agencia Uno
Cuando la derecha defiende el golpe cívico militar como inevitable hace en el fondo una declaración sincera. Para sus intereses fue, sin duda, la forma más efectiva de paralizar y hasta retrotraer las conquistas sociales. Si hubiese sido para “salvar a la patria”, que somos todos, hubiesen intervenido en cuanto esta supuesta vocación se develó como una de las dictaduras más crueles que se recuerden a nivel global.

La pretensión de separar el golpe cívico-militar de los horribles atropellos de los DDHH, y declarar a éste como inevitable, se estrella con varios elementos: En primer lugar, con la complacencia de la derecha, y no únicamente de forma pasiva, con la violencia de la dictadura desde el primer minuto del alzamiento. ¿Pudieron hacer algo para frenar la masacre que se vino? ¿pudieron rechazar públicamente las violaciones, las torturas, los asesinatos y desapariciones? ¡Qué duda cabe! Los generales golpistas formaban parte de esa gran familia de clase alta.

Compartían en las mismas Iglesias, colegios y clubes. Convivían con ellos a diario. ¿Por qué no lo hicieron? No lo hicieron porque no quisieron, no porque no supieron o no pudieron. No lo hicieron porque la bestia que desataron fue un guardián implacable de sus privilegios y un protector siniestro ante su pánico por la posibilidad de un cambio estructural hacia una mayor justicia y equidad, que les implicara algún grado de desprendimiento mayor. Solo así se entiende que el atropello a la dignidad de la vida les resultara un costo marginal en comparación a las ventajas obtenidas, pues no solo les permitió mantener sino ampliar de manera obscena su poder y riqueza.

Los únicos ganadores, si se puede decir así en un proceso de muerte y despojo, fueron quienes desde antes de asumir Allende comenzaron una sistemática acción de sabotaje. Los que durante la dictadura se hicieron aún más millonarios, promoviendo leyes a su favor y apropiándose de las riquezas de todos a costa de una población pisoteada y empobrecida. Fue, y es tan evidente su profunda adhesión al régimen que, quince años después, tuvieron la desvergüenza de votar a favor de que el tirano continuara ejerciendo sin contrapeso por ocho años más. Siendo obvio que ya conocían hace rato las atrocidades que sufrieron tantas y tantos chilenos.

Yo con quince años, en un liceo público de un pueblo lejano de la capital, ya tenía noticias de lo que estaba pasando. No puede ser creíble que quienes se integraron al gobierno, o eran los partidarios civiles en las primeras líneas de influencia, no lo supieran. Sin embargo, ¿si en esos tres lustros habían caminado en la opulencia y seguridad garantizadas, para que darle término a un gobierno de su propiedad? Una mezcla de complicidad, gratitud y egoísmo salvaje fue superior a la búsqueda del bien común, que partía por la recuperación de un sistema democrático.

Cuando la derecha defiende el golpe cívico militar como inevitable hace en el fondo una declaración sincera. Para sus intereses fue, sin duda, la forma más efectiva de paralizar y hasta retrotraer las conquistas sociales. Si hubiese sido para “salvar a la patria”, que somos todos, hubiesen intervenido en cuanto esta supuesta vocación se develó como una de las dictaduras más crueles que se recuerden a nivel global.

No se puede desconocer que hubo acciones protagonizados por líderes y seguidores de la unidad popular en que se fue más allá del marco democrático institucional, movilizadas no por un idealismo revolucionario sino por una irresponsabilidad revolucionaria, que incluyó una lectura voluntarista de las posibilidades de avance que ofrecía la situación contingente. Todo esto contribuyó de manera evidente a exacerbar un clima de confrontación y violencia política. Revisar y reconocer de manera crítica y explicita la actuación, de la izquierda en su conjunto, sigue siendo indispensable y un aporte fundamental al presente y futuro de nuestra democracia.

Pero ello, con todo, no tiene parangón con el peso de los que se concertaron para abortar el proceso progresista con todas las herramientas que su posición hegemónica, en lo económico, mediático y militar, les facilitaba emplear. Fueron el soporte y combustible al incendio no solo de la moneda sino de la incineración de los derechos humanos más esenciales.

Este análisis, no obstante, solo ha tenido como propósito rebatir la falacia, ideológica y moral, de separar el golpe de los macabros abusos de la dictadura, los que acontecieron desde las primeras horas de esa lúgubre mañana de un martes 11 de septiembre de 1973.

Mauricio Soto Retamal
Psicólogo Pontificia Universidad Católica de Chile