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El gran golpista Merino y la niña de la paloma

Por: Gustavo González Rodríguez | Publicado: 18.09.2023
El gran golpista Merino y la niña de la paloma Estatua de Merino antes de ser removida en el Museo Marítimo Nacional | Agencia Uno
Personaje central de la dictadura, el almirante hizo ostentación desde el poder de un fundamentalismo católico que se traducía en un encono contra los marxistas, a los que calificaba de humanoides, mientras menospreciaba igualmente a Bolivia y sus habitantes: “son auquénidos metamorfoseados que aprendieron a hablar pero no a pensar”, decía.

El Centro Cultural Gabriela Mistral ha repuesto, con motivo de los 50 años del golpe de Estado, la exposición “La resistencia de una espora” que reúne obras donadas al Museo de la Solidaridad, iniciativa del presidente Salvador Allende con la cual artistas de todo el mundo testimoniaron su apoyo al gobierno de la Unidad Popular y a su inédito proyecto de socialismo en democracia.

Quienes visiten esta muestra se encontrarán con el poco grato recuerdo del almirante José Toribio Merino, verdadero cerebro junto al general Gustavo Leigh del cruento pronunciamiento de 1973 y de la instalación de la dictadura.

A medio siglo del bombardeo de La Moneda, reconstrucciones históricas, entrevistas, columnas, reportajes y series televisivas e incluso el cine, con el ejemplo de la taquillera película “El Conde”, dan un protagonismo central a Augusto Pinochet, el general que se sumó a última hora al golpe, y que es majaderamente reivindicado como estadista por una derecha que relativiza o niega el terrorismo de Estado y los crímenes de lesa humanidad, ámbitos en que en rigor Merino, Leigh y el general César Mendoza fueron tan responsables como el exdictador.

La exposición del GAM recuerda además que casi medio centenar de las obras donadas al Museo de la Solidaridad fueron robadas o desaparecieron durante el largo periodo en que el edificio, construido para la UNCTAD III, fue ocupado como sede de la Junta Militar por el régimen dictatorial. Entre estas creaciones está la “Niña de la paloma”, obra del escultor uruguayo Armando Germinal González (1912-1981), que Merino instaló en su despacho cuando el inmueble fue renombrado como edificio Diego Portales.

El testimonio de este secuestro fue casual. En 1976 el cineasta español José María Berzosa, exiliado en Francia, viajó a Chile y realizó entrevistas a Pinochet, Merino, Leigh y Mendoza, sobre las facetas humanas de los cuatro personajes. Merino hizo grabar parte de la entrevista en su oficina. A su lado estaba la escultura en bronce, de tamaño natural, de la “Niña de la paloma”.

–¿Qué hace esa escultura en su despacho? ¿Qué representa?– le preguntó Berzosa.

–Esta escultura es una de mis hijas, sin parecerse a ninguna de ellas, pero fue encontrada por mí acá, cuando entramos a este edificio, el día 18 o 20 de septiembre (de 1973). Representa a mis hijas también, que son tres– respondió Merino.

–¿Y la paloma?

–La paloma es la paz, la tranquilidad y la inocencia– contestó el almirante.

Las grabaciones de Berzosa fueron difundidas inicialmente por la televisión francesa. En 2004 el cineasta las editó en el documental “Pinochet y sus tres generales”. El fragmento respectivo, que se exhibe en el GAM, puede verse aquí (link).

Un halo trágico rodea a esta escultura. Armando González la creó en 1951 y fue instalada en un parque en Montevideo. En 1961 donó una réplica a Cuba y a comienzos de los 70 hizo la donación de una segunda réplica a Chile, para enriquecer el acervo del Museo de la Solidaridad, cuya creación fue propuesta a Allende por artistas que apoyaron la Operación Verdad. La primera escultura fue robada durante la dictadura uruguaya en los años 80 y en 2006 el gobierno del Frente Amplio la restauró e instaló en la Intendencia de Montevideo.

Corita Balbi tenía seis años cuando posó en 1951 como modelo para la escultura. Su hermano Álvaro Balbi, militante del Partido Comunista uruguayo, fue arrestado por la dictadura en julio de 1975 y está desaparecido desde entonces.

La soltura con que Merino habló de la paz, la tranquilidad y la inocencia en el documental de Berzosa remite a la banalidad del mal, para usar la repetida conceptualización de Hannah Arendt. Sus palabras pueden contrastarse con el testimonio en torno a este 50 aniversario del golpe de la poeta y académica chilena Valeria Varas, radicada en Costa Rica, quien rememoró este mes en una entrevista el infierno que vivió como prisionera política de la Armada en Valparaíso. Con apenas 19 años, estuvo recluida en la Academia de Guerra Naval, el cuartel Silva Palma y el buque Lebu.

“Hoy en día se quiere minimizar lo que pasó. Me duele profundamente porque yo vi y viví cuestiones horrendas que estoy dispuesta a contar entre lágrimas y lágrimas (…) A las mujeres nos desnudaban, hacían lo que querían. A mí me pusieron tanta electricidad que, en un momento, cuando me dieron un pequeño respiro, me tiraron al suelo donde estábamos todas las detenidas políticas. Yo creía que había terremoto porque saltaba y saltaba. Y no lo había, sino que era mi cuerpo el que temblaba por la cantidad de electricidad que me habían puesto. Me pusieron ratas en los pechos”, dijo Valeria en su testimonio.

La Armada, bajo el mando de Merino, no fue a la zaga del Ejército, la Fuerza Aérea y Carabineros en las estadísticas represivas. Aún más, Merino fue el primer jefe naval que se vinculó a preparativos golpistas desde 1971 como parte de la llamada «Cofradía Naútica del Pacífico Austral”, un club de intercambio con civiles en cuya gestación tuvo un papel clave Agustín Edwards Eastman, de acuerdo al libro “La Conjura” de la periodista Mónica González.

Como comandante de la Primera Zona Naval, Merino aplicó profusamente la Ley de Control de Armas en Valparaíso para allanar empresas estatales y neutralizar bases obreras y sociales afines a la Unidad Popular. Reprimió asimismo a los marinos constitucionalistas que denunciaron los preparativos sediciosos en la Armada, y pidió el desafuero del senador socialista Carlos Altamirano y el diputado mapucista Oscar Guillermo Garretón, que los apoyaron.

El 11 de septiembre asumió la dirección del golpe, autoproclamándose comandante de la Armada y encarcelando a su superior, el almirante Raúl Montero.

Personaje central de la dictadura, el almirante hizo ostentación desde el poder de un fundamentalismo católico que se traducía en un encono contra los marxistas, a los que calificaba de humanoides, mientras menospreciaba igualmente a Bolivia y sus habitantes: “son auquénidos metamorfoseados que aprendieron a hablar pero no a pensar”, decía.

Los llamados “martes de Merino”, con sus intervenciones llenas de chascarros y prepotencia, deleitaban a la prensa oficialista, como muestra de la condescendencia hacia el poder militar, y aún después de su retiro de la comandancia de la Armada, el 11 de marzo de 1990, había políticos que lo consideraban un personaje pintoresco.

Merino falleció el 30 de agosto de 1996, cuando todavía campeaba con fuerza la impunidad que se comenzó a desmoronar con la detención de Pinochet en Londres en octubre de 1998. Se llevó a la tumba su rol en violaciones de derechos humanos no juzgadas y al parecer también el destino de la “Niña de la paloma”.

Gustavo González Rodríguez
Periodista. Ex director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.