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Opinión

Rescatemos el patrimonio histórico del Hospital San Borja Arriarán

Por: Alvaro Pizarro Quevedo | Publicado: 22.09.2023
Rescatemos el patrimonio histórico del Hospital San Borja Arriarán Hospital clínico San Borja Arriarán | Agencia Uno
En este sendero de caminos que se bifurcan, no queremos ser recordados como la generación de profesionales y funcionarios que destruyó el patrimonio histórico del hospital clínico San Borja Arriarán. Optamos por una vía que respete y valore nuestro pasado, y que sirva como una forma de identidad a los nuevos estudiantes y funcionarios del hospital y dignifique nuestra labor, realzando los grandes hitos de la salud pública de nuestro país.

– ¡Dr Commentz!¡ Dr Commentz!, una niña ha sido atropellada por un tranvía en Victoria con Santa Rosa
– ¡Otra vez esos carros! Preparen una cama en el Pabellón Errazuriz.

Cierro los ojos y me imagino en el pasado. Como en una neblina que se va disipando, surgen escenas volátiles que trato de fijar, antes de que se las lleve el olvido. Son historias antiguas, de cuando los carros de sangre, tirados por caballos, se mezclaban con los modernos tranvías eléctricos. Son tiempos anteriores al nacimiento de los que leemos estas letras pero que, por alguna razón misteriosa, se conectan con el devenir actual.

Tal vez, algo del testimonio oral de nuestros antepasados llega mágicamente al presente. Es volver a sentir esa atmósfera nebulosa, de que nada está acabado, de que todo permanece en un fluir, que va más allá de lo material. Es creer que existe ese esquivo sentido último, que siempre se nos escapa, como el agua entre los dedos.

Corrían las primeras décadas del siglo XX y en el flamante nuevo auditórium del pabellón Errazuriz, el doctor Alfredo Commentz inauguraba el Congreso del Niño.

En esa vieja pizarra, aún presente en ese histórico auditórium, se analizaba la mortalidad infantil que llegaba a cerca de 300 por cada 1000 nacidos vivos, los problemas con la poliomielitis que dejaba estragos y secuelas, las infecciones digestivas y respiratorias, como oleadas que se llevaban la vida de los niños hasta los cementerios. Mientras tanto, en las afueras del hospital, los desafíos eran múltiples, la migración del campo a la ciudad, el hacinamiento, la falta de agua potable y alcantarillado. No se disponían de vacunas ni de antibióticos. En ese contexto el Estado chileno apoyó la creación de un gran hospital para niños, en el área sur de Santiago, el Hospital Arriarán.

Vuelvo al presente, el día jueves 10 de agosto del año 2023, el auditórium del pabellón Valentín Errazuriz fue desalojado, por orden de la dirección del Hospital Clínico San Borja Arriarán, con todos sus objetos patrimoniales para convertirse en bodega de archivo. El auditórium ubicado en un edificio que fue declarado monumento histórico en el año 2009, fue un lugar que marcó un hito en la salud pública chilena.

Por su pizarra y sus pupitres pasaron los más insignes pediatras de Chile. Entre otros usaron este lugar, el mencionado doctor Alfredo Comenntz, sub director del recinto, que junto al arquitecto Emilio Jequier dieron vida al Hospital Arriarán. El doctor Cesar Izzo Parodi, creador del primer servicio de urgencia infantil de América Latina en el año 1942. El doctor Julio Meneghello Rivera, que entre los años 1943 hasta el año 1962, impulsó la docencia de miles de médicos y pediatras de Chile. El doctor Rene Artigas, creador del primer centro de quemados en Chile en el año 1960. No es necesario seguir, el doctor Francisco Barrera, ex jefe de servicio de pediatría, realizó un hermoso libro titulado “origen, memorias y vivencias” publicado en Julio 2015, en donde documenta con detalle la historia de nuestro querido hospital.

Me embrujo nuevamente con la historia y me dejo invadir por el placer de sentir los beneficios de los logros de la salud publica chilena en el siglo pasado. Se crea el Servicio Nacional de Salud, se disminuye la mortalidad infantil, aparecen tratamiento preventivos y eficaces para muchas enfermedades, sin embargo, no dejo de pensar que todo fue una apuesta por el positivismo y la incipiente fuerza de la tecnología y la evidencia científica.

Esta visión, desde una retrospectiva crítica, deja silenciados aspectos que van más allá de lo biomédico. La esfera anímica y espiritual se ha resistido a la dominación por instrumentos que intentan maniatarla. El contexto histórico, social y ecológico no sale a la superficie. Vamos quedando sumidos en un manto de superficialidad, al ver con angustia que no son resueltos los grandes problemas de salud. Nuevos instrumentos de precisión para detectar anomalías respiratorias mientras respiramos alegremente y sin chistar un aire contaminado, abandonamos felices los viejos termómetros de mercurio, por nuevos aparatos precisos y digitales, para cuantificar el calentamiento global de un planeta que se quema.

Salto al aquí y el ahora, aunque me digan que no es necesario explicitarlo, que tengo que dejar fluir el texto y las emociones, pero me sirve como una guía, como si fuera una carta petitoria dirigida a las más altas autoridades. Me pierdo en divagaciones y pienso que el museo permite estas contradicciones, como preguntarnos el sentido de estos objetos, analizar su contexto y criticar su desarrollo. Otra vez me voy por las ramas. Digo algo concreto, los objetos del museo patrimonial de la Salud, fueron redistribuidos y guardados, transitoriamente en otras dependencias, mientras se espera con angustia un espacio definitivo para funcionar. Objetos que esperan silenciosos y cubriéndose de polvo, un espacio para gritar que, en las huellas del pasado, se puede descubrir como mejorar el presente

Si recorren por un rato a media tarde, cuando la luz empieza a bajar, el museo patrimonial del hospital, y van caminando con los ojos semi cerrados, sentirán, se los prometo, como se queja el espirómetro de fuelle ubicado en un rincón, el que fuera utilizado mucho antes de los modernos espirómetros con microprocesadores, aún cansado de su laborioso trabajar en los tiempos de los cálculos manuales de las capacidades e índices respiratorios. Un antiguo ecógrafo, que refleja imágenes tristes en su monitor, y parece que llorara, porque sus creadores lo hicieron sin capacidad de registro audiovisual, en aquella época en que los ecos sonoros empezaban a descubrir el latir de la vida por debajo de la superficie de la piel. Les cuento a ustedes, pero solo a ustedes, no se vaya a saber en otros círculos amantes de lo patrimonial, que existe un electroencefalógrafo, una de las primeras máquinas de registro de la actividad eléctrica cerebral en Chile. Según datos aportados por neurología infantil, es un equipo que data de los años cincuenta, en que un pionero neurólogo infantil, El Doctor Juan Clericus, formado en Heidelberg, inició la electroencefalografía en el Servicio de Neuropsiquiatría Infantil del HCSBA.

Cada momento es un momento crucial. Sabemos de las múltiples necesidades en salud, pero también creemos que es importante no olvidarnos del pasado y de esa manera no repetir los errores cometidos. En este sendero de caminos que se bifurcan, no queremos ser recordados como la generación de profesionales y funcionarios que destruyó el patrimonio histórico del hospital clínico San Borja Arriarán. Optamos por una vía que respete y valore nuestro pasado, y que sirva como una forma de identidad a los nuevos estudiantes y funcionarios del hospital y dignifique nuestra labor, realzando los grandes hitos de la salud pública de nuestro país.

Alvaro Pizarro Quevedo
Trabajador de la salud, Hospital Clínico San Borja Arriarán