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Paz y Literatura: Los nóbeles más esperados y polémicos 

Por: Gustavo González Rodríguez | Publicado: 09.10.2023
Paz y Literatura: Los nóbeles más esperados y polémicos  Premios Nobel Jon Fosse y Narges Mohammadi | Imágenes de la cuenta en X de @NobelPrize
Como en los Óscares de la industria cinematográfica, también en la industria editorial pesan las transnacionales y hay una hegemonía de los países más ricos. El Nóbel no escapa a esta realidad, con un listado de latinoamericanos postergados, como el cubano Alejo Carpentier, el argentino Jorge Luis Borges, el nicaragüense Rubén Darío, el venezolano Rómulo Gallegos, el peruano César Vallejos y nuestro antipoeta Nicanor Parra.

Lo cierto es que a poca gente le importa, más allá de las comunidades científicas y académicas, quienes ganan cada año los Nobeles de Medicina, Química, Física o Economía. En cambio, los reconocimientos en los campos de la Paz y la Literatura siempre acaparan la atención y dejan tras de sí aplausos, alguna crítica, comentarios y polémicas.

Este año 2023 no ha sido la excepción y en el caso del Nóbel de la Paz para la encarcelada periodista iraní Narges Mohammadi han predominado los aplausos, mientras que el galardón literario para el dramaturgo noruego Jon Fosse fue recibido en Chile más bien con curiosidad por el escaso conocimiento de su obra en nuestro país.

Resultan lógicas estas reacciones. El Nóbel de la Paz, discernido cada año por una comisión especial del Parlamento de Noruega, apunta generalmente a la contingencia y en ocasiones ha dejado la impresión de un predominio de consideraciones políticas por sobre los motivos humanitarios que deben inspirarlo.

El Nóbel de Literatura, en cambio, se mueve en el infinito mundo de la creación, donde el reconocimiento a la trayectoria de un autor o autora está mediado por la fama, que a la vez se desprende tanto del talento como de otros múltiples factores culturales, estructurales y comerciales de la industria editorial, donde pesan a la postre las categorías internacionales de regiones y países ricos o pobres.

Por eso, las decisiones de la Academia Sueca van configurando un pináculo de consagrados y consagrados donde quedará siempre un trasfondo de descontento por omisiones más que por los reconocimientos, generando entonces una suerte de panteón con los nombres de quienes se merecían en vida el Nóbel de Literatura y fallecieron sin obtenerlo.

Nadie podría negar que en el Nóbel de la Paz de este año influyeron razones políticas, pero no en el sentido de la airada reacción del gobierno de Teherán que calificó el reconocimiento a Mohammadi como “una medida de presión de Occidente”, vinculado a “una política intervencionista y antiiraní”, a la vez que justificó las condenas a 31 años de cárcel y los 154 latigazos contra la activista por los derechos de la mujer “por cometer actos criminales” y “violar repetidamente la ley”.

Fueron precisamente las leyes del régimen teocrático de Irán las que desataron hace un año multitudinarias protestas tras el arresto y muerte de la joven Mahsa Amini, detenida por la policía religiosa por llevar mal puesto el velo. Las protestas fueron duramente reprimidas por el gobierno con un saldo de unos 500 civiles muertos, pese a lo cual continúa la lucha de las mujeres iraníes por sus derechos.

A sus 51 años Narges Mohammadi, ingeniera de profesión, periodista y activista de derechos humanos, pasa a ser un símbolo de la lucha contra el patriarcado revestido de fundamentalismo religioso y a la distancia es también un ejemplo para Chile, donde un proyecto constitucional de extrema derecha pretende desconocer importantes conquistas del movimiento feminista.

Se reivindica así la importancia y el significado del premio a la Paz bajo la inspiración de su creador, Alfred Nobel, aunque en el pasado quedan registros de reconocimientos inmerecidos. En 1973, el mismo año en que se consumaba el golpe de Estado en Chile, Henry Kissinger, principal gestor de la desestabilización del gobierno de Salvador Allende, recibió el Nóbel de la Paz por las gestiones que apuntaban a poner fin de la guerra de Vietnam. El galardón fue compartido con el ministro de Relaciones Exteriores de Vietnam del Norte, Le Duc Tho, que lo rechazó.

Más tarde, en 1978, fueron premiados simultáneamente el presidente de Egipto, Anwar Al Saddat, y el primer ministro de Israel, Menachem Beguin, en cuyo pasado se inscribía la masacre contra la aldea árabe Deir Yassin en 1948 y que, más tarde, en 1982, amparó los sangrientos ataques en El Líbano contra los campamentos palestinos de Sabrá y Chatila.

Hay un sesgo a favor del Norte en el Nobel de la Paz, con numerosos dirigentes políticos de Europa y Estados Unidos galardonados desde 1901, mientras América Latina registra apenas seis premios: los argentinos Carlos Saavedra Lamas (1936) y Adolfo Pérez Esquivel (1980), el mexicano Alfonso García Robles (1982), el costarricense Oscar Arias (1987), la guatemalteca Rigoberta Menchú (1992) y el colombiano Juan Manuel Santos (2016).

Este desequilibrio geográfico, que en este caso es también cultural, es más ostensible con el Nóbel de Literatura. Desde que en 1901 se galardonara al francés Sully Prudhomme, hasta este 2023 con el premio al noruego Jon Fosse, se ha otorgado el Nobel a 120 creadores: narradores, poetas, dramaturgos, ensayistas y a un músico. Por nacionalidades, encabezan el listado catorce franceses, diez estadounidenses, ocho británicos y siete suecos, seguidos por Alemania, Italia y Polonia, con seis premios cada uno. Con Fosse aumentó a cuatro el número de noruegos.

En cuanto a las lenguas en que escribieron los elegidos, el inglés tiene 32 premiados y las demás lenguas germánicas en conjunto 26 (sueco, alemán, noruego, danés e islandés). Hay 13 premiados que escriben en francés, 11 en español y seis en italiano. Las lenguas eslavas (ruso, polaco, checo y serbocroata) registran 15 galardonados.

Los 11 Nobeles en español se dividen en cinco de España, dos de Chile y luego Guatemala, Colombia, México y Perú, cada uno con un premiado.

El chino mandarín y el chino cantonés suman más de mil millones de hablantes y superan ampliamente el número mundial de angloparlantes, pero solo dos autores chinos han recibido el máximo reconocimiento literario.

La India, país superpoblado, tiene el solitario Nobel de 1913 a Rabindranath Tagore, quien escribía en bengalí e inglés. Un nigeriano, una sudafricana y un sudafricano son los escritores de África ganadores del Nobel. Los tres escriben en inglés. Unos 80 millones de africanos hablan suajili, pero la literatura en esa lengua es desconocida internacionalmente.

Como en los Óscares de la industria cinematográfica, también en la industria editorial pesan las transnacionales y hay una hegemonía de los países más ricos. El Nóbel no escapa a esta realidad, con un listado de latinoamericanos postergados, como el cubano Alejo Carpentier, el argentino Jorge Luis Borges, el nicaragüense Rubén Darío, el venezolano Rómulo Gallegos, el peruano César Vallejos y nuestro antipoeta Nicanor Parra.

Gustavo González Rodríguez
Periodista. Ex director de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.