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Brillar para ser invisible: El drama del financiamiento del arte en Chile

Por: Catalina Chamorro Ríos | Publicado: 12.10.2023
Brillar para ser invisible: El drama del financiamiento del arte en Chile Imagen referencial – Arte y cultura | Agencia Uno
Por muchos años, los y las artistas han sido considerados personas afortunadas por disfrutar del “noble goce de la pasión creadora”, tal como ha señalado Remedios Zafra en su libro El Entusiasmo, donde de manera magistral describe cómo el binomio goce-pasión conceptualizado por la autora como “entusiasmo”, puede convertirse en argumento para la explotación. Y es que tal como esta autora problematiza, hay una cierta ambivalencia en lo que históricamente ha sustentado la identidad artística y que nos ha llevado a idealizar esta labor, al punto de olvidar que, a pesar de su belleza y particularidad: es un trabajo.

En época de postulación a los diversos fondos para el desarrollo de las artes disponibles en Chile (FONDART, Fondo del Libro y la Lectura, Fondo de la Música, Fondo Audiovisual y Fondo de las Artes Escénicas), vale la pena preguntarse por las implicancias de este sistema de concursabilidad para el financiamiento de las artes, pero sobre todo para las y los artistas en nuestro país. Porque a pesar de los múltiples debates que se suscitan año a año sobre cómo se hace la política cultural, el acento pocas veces está puesto allí.

Las preguntas que solemos hacernos cuando discutimos y defendemos la importancia de promover ‘la cultura’ a nivel nacional, versan sobre el tipo de arte que debiéramos financiar, la cantidad de dinero que debiéramos destinar a ello e, incluso, desde una perspectiva más crítica, sobre la pertinencia de la concursabilidad como sistema de financiamiento para esta área. Todos temas absolutamente necesarios, que son y seguirán siendo de la mayor pertinencia, pero que suelen implicar una omisión respecto a la situación de quienes son creadores y creadoras de ‘esa cultura’ que buscamos circular.

Por muchos años, los y las artistas han sido considerados personas afortunadas por disfrutar del “noble goce de la pasión creadora”, tal como ha señalado Remedios Zafra en su libro El Entusiasmo, donde de manera magistral describe cómo el binomio goce-pasión conceptualizado por la autora como “entusiasmo”, puede convertirse en argumento para la explotación. Y es que tal como esta autora problematiza, hay una cierta ambivalencia en lo que históricamente ha sustentado la identidad artística y que nos ha llevado a idealizar esta labor, al punto de olvidar que, a pesar de su belleza y particularidad: es un trabajo.

Un trabajo que, no obstante, sí existe. Un trabajo que sí se realiza. Un trabajo que toma la forma de tiempo invertido en el desarrollo de un talento. Un trabajo que va creando, muchas veces de forma autogestionada, y va habilitando, a partir de ello, una cierta trayectoria artística. Un trabajo que en el marco de la concursabilidad toma la forma de un proyecto escrito. Un trabajo que muchas veces no es remunerado. Un trabajo que, en su mayoría, es subsidiado por los propios artistas como dirán Pinochet y Tobar a partir de su investigación con el Proyecto Ocio.

Un trabajo que, ‘invisible’ a los ojos de espectadores y promotores de la ‘la cultura’, dotan de lo necesario a quienes, a partir de todo este tiempo y esfuerzo invertido, ‘brillan’ para adjudicarse un fondo que les permita finalmente crear, montar o circular al fin esa obra, concierto, libro, disco, práctica creativa o película que hace tiempo se viene fraguando. Un trabajo que es pagado intermitentemente, cuando los fondos de forma muy específica y acotada en el tiempo lo asocian a la obtención de aquel producto cultural postulado. Un trabajo para el que no se consideran fondos que permitan habilitar acciones de prevención de riesgos en salud y seguridad laboral. Un trabajo que no llega a cotizar lo suficiente como para realmente optar a una licencia de salud o maternidad. Un trabajo que inevitablemente se alargará hasta el final de la vida porque no permitirá conseguir fondos suficientes para jubilar.

Un trabajo que permite a los artistas ‘brillar, pero para ser invisibles’, porque a pesar del alto estatus que en el discurso adquiere el arte como portador privilegiado de ‘la cultura’, lo cierto es que, en el fondo, en Chile no hay una valoración del arte en tanto trabajo. Tal como lo señalan sentidamente las y los propios artistas cuando nos dicen que en nuestro país se sigue pensando que “arte y plata no van en la misma vereda, como si los artistas no tuviéramos que comer, no tuviéramos hijos, no tuviéramos derecho a enfermarnos”, y probablemente así seguirá siendo mientras se crea que “somos unos seres volátiles, etéreos, conectados con la divinidad… y que vamos por ahí volando”, como se indica en la investigación “Riesgos en salud y seguridad laboral de los/as trabajadores/as de la cultura en Chile. Aproximaciones para su abordaje y prevención”, realizada en el marco de convocatoria a proyectos de investigación e innovación de la Superintendencia de Seguridad Social (SUSESO). Disponible acá (link).

Entonces, no basta con una política cultural que sólo haga brillar el arte. Por el contrario, necesitamos de una política cultural que considere el arte como vida, donde lo material y lo cotidiano no pueden sino ser una dimensión central. En definitiva, necesitamos de una política cultural que deje de invisibilizar a sus trabajadores y trabajadoras, haciéndoles, una vez más, tocar fondo.

Catalina Chamorro Ríos
Académica Escuela de Psicología Universidad Academia de Humanismo Cristiano e Investigadora del Núcleo de Sociología de las Artes y las Prácticas Culturales de la Universidad de Chile.