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Opinión

Otra constitución tramposa

Por: Esteban Celis Vilchez | Publicado: 16.10.2023
Otra constitución tramposa Consejo Constitucional | Agencia Uno
Al fin y al cabo, y solo para considerar un ejemplo muy sencillo, si el «quien» realmente fuese idéntico al «que», ¿por qué entonces es tan innegociable para Kast y sus seguidores? ¿No hay algo extraño –y deshonesto– en empecinarse en la expresión y en sostener, al mismo tiempo, su irrelevancia? Por lo demás, ¿qué persona sensata le encarga un trabajo delicado a alguien que no quiere hacerlo y que no cree en la necesidad y nobleza de ese trabajo? Ninguna. Pero nuestro electorado es creativo e impredecible, ¿no?

En diciembre deberemos votar el texto que presente el actual Consejo Constitucional, aprobándolo o rechazándolo.

Dentro de la errática conducta del electorado chileno, debemos recordar que otorgó una abrumadora mayoría a la idea de tener una nueva Constitución, con un apoyo cercano al 80%. Y también otorgó, en ese entonces, una respetable mayoría al mundo progresista o vinculado a corrientes más bien de izquierda, quienes podían elaborar una propuesta de texto constitucional sin tomar realmente en cuenta a las fuerzas de la derecha. De hecho, objetivamente, fue lo que ocurrió. “Nosotros ganamos las elecciones”, decía Stingo muy alegremente.

Luego, ese veleidoso electorado rechazó con un 62% la propuesta. Mi teoría es que ese electorado seguía y sigue siendo individualista, un tanto xenófobo y conservador, de modo que a la derecha le bastó con levantar ideas tales como que no se permitiría a las personas realmente acceder a la propiedad de una vivienda, que habría una justicia indígena que encerraría arbitrariamente en sus cárceles a los huincas que cometieran infracciones en sus territorios, que la migración se descontrolaría, que los ahorros previsionales terminarían en los bolsillos de burócratas estatales, para despertar los instintos más retrógrados de ese electorado. Demasiada inclusión, demasiada participación, demasiada plurinacionalidad, demasiado sentido del bien común… No, para un 62% eso pareció inaceptable.

Después, ese electorado entregó todo el poder redactor a los grupos de derecha y a los grupos que históricamente han querido una democracia representativa que representa poco y han aborrecido cualquier avance que otorgue realmente al pueblo capacidad de decisión. En el mundo de los absurdos, ese pueblo le dio el poder a quienes siempre lo han querido solo para sí.

Y ahora estamos en la posición inversa. La mayor parte del Consejo Constitucional lo forma el partido Republicano, que es un grupo de hombres y mujeres que se distinguen por su pinochetismo apenas disimulado y por su desprecio radical de los derechos humanos de los demás –aunque aman por sobre todas las cosas a los blastocistos, mórulas, huevos recién fecundados o embriones sin sistema nervioso central, acaso precisamente porque no opinan y no pueden ser comunistas o izquierdistas–. Quienes lideran este Consejo son los mismos que nunca han querido una nueva Constitución. ¿Por qué hacen lo que no quieren? Ese es un misterio más de la naturaleza humana, por cierto.

El asunto es que junto a Chile Vamos poseen una mayoría aplastante, gracias al electorado que pasó del progresismo al conservadurismo más rancio, que les permitirá presentar un texto constitucional sin siquiera tener que mirar a las fuerzas de la izquierda. “Ganamos las elecciones”, señalan alegremente los republicanos.

Todo indica que el texto será rechazado por una mayoría tan aplastante como la que rechazó la propuesta anterior.

Dan ganas de pararse en el medio de todos y preguntar: ¿Qué quieren, entonces, chilenos y chilenas? Es la pregunta que nadie puede responder. Yo tengo mis teorías, pero por ahora pueden mantenerse en mi fuero interno.

Lo que sí me parece a mí es que, de entrada, es casi seguro que, al menos yo, rechace lo que provenga de mentes como la del profesor Luis Silva y de liderazgos como el de José Antonio Kast. Sus ideas extremadamente conservadoras y contrarias a valores humanitarios mínimos –para mí las ideas de una persona o un movimiento se descubren ante todo en sus hechos, más que en sus palabras y declaraciones de principios– no auguran nada bueno cuando se ponen a escribir. Por lo demás, se trata de personas que nunca quisieron hacer este trabajo y que están haciéndolo de mala gana. Tal vez, incluso, extremando su mal trabajo y sus desatinos para asegurarse un rechazo que asegure la supervivencia de la Constitución nacida en dictadura. ¿No es acaso eso lo que han querido desde un principio?

Esperaremos la propuesta final pero, sin duda, es imposible esperar que sea buena, humanizadora, protectora del medio ambiente, integradora, respetuosa de los derechos humanos, inclusiva, feminista y centrada en la solidaridad social y el bien común. No, seguramente será una propuesta mala y, además, formulada de mala gana. Seguramente estará llena de pequeñas trampas.

Al fin y al cabo, y solo para considerar un ejemplo muy sencillo, si el «quien» realmente fuese idéntico al «que», ¿por qué entonces es tan innegociable para Kast y sus seguidores? ¿No hay algo extraño –y deshonesto– en empecinarse en la expresión y en sostener, al mismo tiempo, su irrelevancia? Por lo demás, ¿qué persona sensata le encarga un trabajo delicado a alguien que no quiere hacerlo y que no cree en la necesidad y nobleza de ese trabajo? Ninguna. Pero nuestro electorado es creativo e impredecible, ¿no?

Lo sensato, creo yo, será rechazar esa nueva Constitución tramposa que nos propongan, pero no para conformarnos con la que tenemos, sino para promover un proceso constituyente de largo aliento, con cabildos y participación ciudadana verdadera, que termine por crear un texto constitucional que ponga fin a un país que sigue viviendo bajo el peso de la noche que instaló Portales desde la década del 30 del siglo XIX.

Hay que insistir en “la porfía constituyente”, como se titula uno de los libros del historiador Gabriel Salazar, hasta que la soberanía popular se haga costumbre.

Esteban Celis Vilchez
Abogado.