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Estrategias mediáticas para despolitizar

Por: Daniela Céspedes | Publicado: 22.10.2023
Estrategias mediáticas para despolitizar Imagen referencial – Estallido social | Agencia Uno
La gran trampa de la estrategia mediática es esta: una relación de dominación solo se hace importante si es que la legitima el poder en sus propios términos. Y para hacerlo, hay que caer en sus trampas de simplificación, censura y desmultiplicación del otro. Lo clave es hacernos sensibles a las premisas y lo que invisibilizan, cambiando la naturaleza de la hipótesis y de la pregunta, ocupando el espacio a contrapelo, pervirtiéndolo hasta aniquilar el vínculo con la lógica del poder, aún en la misma ambivalencia de estar atrapado en ella. Como dice Oscar Hahn, el mismo viento que rompe tus naves es el que hace volar a las gaviotas.

El poder tiene la aspiración de volvernos tristes de impotencia y las imágenes son una herramienta efectiva, ya que nos permiten aislarnos del mundo o penetrar en él. Ya sea deprimiendo nuestra capacidad de acción directa al multiplicar el miedo; agotar un futuro alternativo al construir imágenes de la resignación, o anular los deseos de cambio al instalar un cinismo de “las cosas siempre serán así”, el poder históricamente ha reinventado una y otra vez las maneras de producir despolitización.

Neutralizar la desobediencia civil es un proceso de repetición mediática: en primer lugar, tienen que construirse las condiciones en las que una relación de dominación se nos aparezca sensiblemente como “natural”. Para lograr esto, se crea una tramposa simetría aritmética. El tiempo con su espesor cualitativo se transforma en un presente numérico: 1 contra 1, A versus B. Luego de esto, se refuerza la falsa simetría con cuñas descontextualizadas, énfasis en elementos que confirman prejuicios, evitación de los matices y ocultamiento de toda la información que contradice la hipótesis del poder. Un ejemplo concreto de esta discusión es la columna de Daniel Matamala (ver aquí), que en apariencia es neutral y pacifista. Pero si analizamos profundamente, crea una falsa simetría entre el poder del Estado de Israel y el pueblo palestino y refuerza tramposamente una lectura que homologa la solidaridad con Palestina, a un apoyo hacia el terrorismo de Hamás.

El proceso de colonización al pueblo palestino es uno de los muchos casos donde se ejercen estas estrategias. Pero más profundamente, tal como lo planteó Julian Assange en una entrevista a RT el 2011, todas las guerras de los últimos 15 años pudieron haberse evitado por la prensa. En 1990, cuando Saddam Hussein invadió Kuwait, George Bush fijó un límite para que el ejército de Irak se retirara. En ese momento, la opinión pública estaba dividida y rechazaba una intervención. Fue entonces cuando Nayirah al Sabah se presentó frente al Congreso de los Estados Unidos con un relato brutal, donde aseguraba que los soldados sacaban bebés prematuros de las incubadoras en los hospitales kuwaítes donde ella era voluntaria. Todo esto era mentira y la prensa reforzó la ocupación imperialista, haciéndola ver como necesaria. En el largo plazo, estas operaciones buscan justificar una acción y recordarla como “inevitable” y “sensata” frente a una posible “catástrofe”.

Obligados a caer en la trampa del poder, la resistencia a través de redes sociales produce más hashtags: “esto no es una guerra, es genocidio”, “esto no es un conflicto, es colonialismo”. Y si bien es una alternativa que yo uso porque produce ecos de resonancia, no resuelve el problema en sí, porque beneficia a los clicks pero termina por agotar el pensamiento y a despolitizar por cansancio de multiplicación de clichés. El tiempo dedicado a brindar contexto es ocupado para reducir el espacio de conversación a ejercicios condenatorios y a slogans, que solo desvían la atención del problema.

En Chile, analizar la revuelta de 2019 es clave. El slogan de “Estallido” fue creado el mismo 18 de octubre y produjo un imaginario contado por el poder como “grito de rabia”, llenando a la prensa de conversaciones sobre la naturaleza irracional, vandálica y espontánea de la revuelta. Destinada a morir en su “infantilismo”, Carlos Peña la definió como producto de jóvenes presos de sus pulsiones, carentes de orientación ideológica. Actualmente, esta asociación es clave para defender en retrospectiva un imaginario de la resignación: “si no hubo cambio constitucional, la revuelta fue en vano”. De la misma forma que la dictadura lo hizo con la UP, Carlos Peña asocia el estallido a un signo de crisis, fracaso, desorden y suciedad, reproduciendo la sensibilidad de la dominación colonial, que distinguen ciudadanos de primera y segunda categoría como civilizados y salvajes.

La gran trampa de la estrategia mediática es esta: una relación de dominación solo se hace importante si es que la legitima el poder en sus propios términos. Y para hacerlo, hay que caer en sus trampas de simplificación, censura y desmultiplicación del otro. Lo clave es hacernos sensibles a las premisas y lo que invisibilizan, cambiando la naturaleza de la hipótesis y de la pregunta, ocupando el espacio a contrapelo, pervirtiéndolo hasta aniquilar el vínculo con la lógica del poder, aún en la misma ambivalencia de estar atrapado en ella. Como dice Oscar Hahn, el mismo viento que rompe tus naves es el que hace volar a las gaviotas.

Daniela Céspedes
Daniela Céspedes, directora creativa de Pliegue