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Opinión

Del capitalismo eterno al pensamiento único

Por: Pablo Salvat | Publicado: 10.11.2023
Del capitalismo eterno al pensamiento único Imagen referencial | Agencia Uno
Sin embargo, pensar es trascender. El humano es un animal de deseos y razones y, también, un animal utópico. Sin utopía esa racionalidad dominante se volverá contra nosotros mismos, dando curso a la barbarie y presagiando la catástrofe. En eso estamos ahora. Visito nuevamente las palabras de Rafael Bautista: “Lo utópico de la política consiste precisamente en devolverle eso que, de sagrado, posee todo proyecto de vida; porque se trata de la vida (…) y afirmar la vida significa afirmar la vida de todos”. Dicho de otra forma, concebir y realizar una sociedad en la cual quepan todos. “La verdadera fe es fe en la vida, en que la vida es posible para todos”. ¿Estaremos aún a tiempo?

Tiempos de confusión soplan por todas partes. Y, claro está, no dejan incólume el territorio del lenguaje y las palabras. Al contrario, comunicación y lenguaje se ven subvertidos en su manipulación cotidiana. La lucha por las palabras, por su sentido y significado, es elemento primordial de la cosa pública.

A través de ellas, de su articulación y entramado, se conforman evaluaciones y acciones sobre la realidad de las cosas; sobre la sociedad en la cual se vive y, como no, también sobre nosotros mismos. A través de ellas circulan prejuicios, preconceptos, sentidos comunes, y también, conceptos, crítica, preguntas, poesía, conocimientos más elaborados y disciplinarios. Pero, con la globalización neoliberal se intensificó al extremo el uso del lenguaje en función de los intereses del sistema y su poder particularizado.

A su modo, bien queda reflejado este uso pragmático cuando Humpty Dumpty -en Alicia en el espejo-, señala “cuando yo uso una palabra, quiere decir lo que yo quiero que diga (…) La cuestión, le comenta a Alicia, es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión -insistió Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda (…) eso es todo”.

Y profundizando aún más en ello, la crisis civilizatoria, como bien nos señala Rafael Bautista, produce una torre de babel donde la confusión es un padrenuestro diario, que cotiza muy bien en el reino del comercio y donde los negocios son la política.

Pues bien, con esto me refiero a unas declaraciones que hizo el Presidente Gabriel Boric hace unas semanas, en las cuales sostenía que aún, en un rincón de su corazón y deseos, guardaba un espacio para creer en la posibilidad de superar el capitalismo realmente existente. Obviamente, la reacción de nuestros buenos adalidades de la antiutopía no se dejó esperar. Primero, como no, qué es eso de hablar de capitalismo. En el mes del negacionismo, faltaba más hablar de algo que no está claro en su estatuto de realidad. Lo segundo, una vez más, como es eso de querer y pensar su posible superación ¡Tamaño sacrilegio, oiga!

Sobre lo primero, el capitalismo es un modo de producción cuyas relaciones sociales fundamentales vienen mediatizadas por la forma mercancía, dando lugar a un tipo estructurado de practica y cosmovisión social, el cual, al mismo tiempo, influye, moldea las estructuras de las acciones y las conciencias de cada uno de nosotros. Representa un proceso de desposesión de los medios de producción (incluida la naturaleza) y/o de proletarización general de la población. Esto se da de la mano con un proceso de apropiación privada de esos medios por una minoritaria parte de la sociedad (los capitalistas).

Ahora, la economía no es sólo eso. También conforma un modo de ser y hacer que pasará, con el tiempo, a considerarse como algo natural, dado ahí, espontáneo. En este modo de producción, sus principales actores, lo sabemos, son el capital y el trabajo. Aquí el trabajo asalariado va conectado con la apropiación privada de la labor y el tiempo de vida de unos seres humanos por otros y que genera plusvalor. Apuntaba ya Marx que “ (…) el tiempo lo es todo, el ser humano nada, si acaso el armazón del tiempo (…) La cantidad decide todo por sí sola: hora por hora, jornada por jornada”.

Sobre lo segundo. En su fase actual, el capitalismo financiarizado aliado con la tecnociencia vive un nuevo momento de crisis. Lo presagiaba también lúcidamente Marx cuando afirmaba que “(…) la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”. Por eso el ‘confusionismo’ (la expansión de la confusión), tanto de forma interesada como espontánea.

Nos toca vivenciar una crisis pluridimensional, sistémica y no coyuntural que, entre otras de sus dimensiones, se muestra como: una crisis bélica (guerras), medioambiental, energética, migratoria, económica, alimentaria, política. No parece haber terceras salidas frente a esta multicrisis: o transformamos el modelo de modernización vigente, y pasamos a trabajar, producir y consumir de otra forma, o será el despliegue y mejoramiento de las estructuras de poder neofascistas (o neonazis) que existen in nuce, de modo que la raza de los señores domine sobre la raza de esclavos al interior de un mundo congelado en enormes y crecientes desigualdades.

Y, a pesar de ello, para los adalides del utopismo antiutópíco del mercado total, el actual sistema se les antoja como aquello mayor que lo cual nada puede pensarse (parafraseando a San Anselmo). Según el Sr. Vargas Llosa, cuestionar el capitalismo sería como cuestionar la ley de la gravedad (sic). Pero otros colegas se preguntan: ¿por qué el capitalismo neoliberal sería el único régimen socioeconómico de la historia humana que se congelaría en un Reich de mil años?

Al parecer, no quedaría de otra que plegarse, adscribirse y replicar lo que alguna vez Ignacio Ramonet -recreando la crítica marcusiana al pensamiento “unidimensional”-, llamó acertadamente el pensamiento “único”, esto es, “una traducción a términos ideológicos de la pretensión universalizante de los intereses del capital financiero internacional”. Las elites de poder reclaman “una única racionalidad, un solo orden, una sola intransigencia verdadera”, como comenta Carlos Fazio. Por eso que a la biopolítica del cuerpo le sigue y suma hoy una psicopolítica de la mente.

Así entonces, los saberes normalizados como políticamente correctos, pasan a formar parte del modelo de dominación y le marcan el ritmo a “la pulsión del poder”. Los que no se plieguen a este consenso impuesto (el famoso “es lo que hay pues”), serán apartados, excluidos o ignorados. Ya lo decía la “dama de hierro”: no hay alternativa.

Sin embargo, pensar es trascender. El humano es un animal de deseos y razones y, también, un animal utópico. Sin utopía esa racionalidad dominante se volverá contra nosotros mismos, dando curso a la barbarie y presagiando la catástrofe. En eso estamos ahora. Visito nuevamente las palabras de Rafael Bautista: “Lo utópico de la política consiste precisamente en devolverle eso que, de sagrado, posee todo proyecto de vida; porque se trata de la vida (…) y afirmar la vida significa afirmar la vida de todos”. Dicho de otra forma, concebir y realizar una sociedad en la cual quepan todos. “La verdadera fe es fe en la vida, en que la vida es posible para todos”. ¿Estaremos aún a tiempo?

Pablo Salvat
Licenciado en Filosofía y doctor en Filosofía Política. Profesor del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.