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Opinión

Los argentinos de bien, los verdaderos chilenos

Por: Jorge Morales | Publicado: 29.11.2023
Los argentinos de bien, los verdaderos chilenos Javier Milei – Beatriz Hevia | Agencia Uno / El Desconcierto
Si algo se puede concluir del triunfo de Javier Milei en Argentina es que la promesa de un país mejor solo puede ofrecerla alguien, por más delirante que sea, que hasta ahora no ha fracasado en el intento. Los “argentinos del mal” y los “falsos chilenos” tuvimos nuestra oportunidad. En Argentina, la perdieron por una pésima administración y una corrupción indesmentible, y en Chile, perdimos la oportunidad histórica de tener una constitución auténticamente democrática por pura arrogancia, ceguera y estupidez. Si gana el “En contra” en diciembre será el triunfo más nauseabundo de nuestra historia, y si gana el “A favor”, la humillación total. Llegó el tiempo del disparate, llegó la hora de los locos.

La primera vez que vi a Javier Milei fue en un estelar de la televisión argentina que se llamaba ‘Intratables’. Aunque nació siendo un programa de farándula, poco a poco derivó única y exclusivamente en un espacio de actualidad y de debate político. Su primer animador, Santiago del Moro, venía desde que ‘Intratables’ era un show de chismes del espectáculo y siempre parecía un poco fuera de lugar. Pero era justamente esa “extrañeza” del conductor lo que mejor reflejaba la seriedad postiza de utilizar las formas y el tono del chismorreo puro para hablar de los entresijos del poder. Porque ‘Intratables’ no parecía en absoluto un programa político.

Un escenario grande, lleno de pantallas, luces multicolores y efectos sonoros aggiornando cada intervención, con un panel enorme -más de una docena de opinólogos y periodistas en apariencia serios y bien informados, pero listos para hacer el espectáculo- mayoritariamente alineados con el macrismo gobernante. Sin embargo, el tema de discusión por excelencia eran los casos de corrupción de funcionarios, sindicalistas y dirigentes vinculados al gobierno anterior de Cristina Fernández; triquiñuelas, abusos y delitos que fueron denunciados o descubiertos durante toda la administración de Macri. Argentina tenía tantos escándalos en aquel entonces, que al programa nunca le faltaba material y, sino, siempre había por lo menos un invitado listo para incendiar la pradera.

Justamente Milei era ese tipo de invitado y, por lejos, al que mejor se le podía endilgar el título de “intratable”. Un economista más liberal que Milton Friedman que cree en una sociedad de mercado sin la más mínima intervención del Estado (el llamado anarcocapitalismo), vociferando sus ideas con la misma insolencia y pasión que le caracteriza hasta hoy. Milei siempre intentaba -entre gritos- hacerse escuchar con un conocimiento minucioso de la economía que a cualquier neófito -pese a la descompostura- podía parecerle un razonamiento serio y audaz. Pero su carisma superaba con mucho su aura de pseudo intelectual: Milei tenía total sentido del espectáculo.

Era capaz de reírse de sí mismo, de ridiculizarse sin vergüenza, al punto que sus alaridos, sus enojos desmedidos, su total falta de mesura, jamás intentó apaciguarlas porque eran su marca registrada, la expresión misma de su autenticidad. Además, podría decirse, que su actitud sintonizaba con la indignación popular hacía las componendas y la corrupción de los gobiernos peronistas. Pero lo más importante, es que el excentricismo de Milei subía el rating.

Así fue como Milei pasó a convertirse en invitado frecuente de un sinfín de programas de política y/o espectáculo indistintamente. Más allá de lo que se pueda suponer hoy, el “Peluca” (como le dicen cariñosamente sus partidarios) fue mucho más un producto de la televisión -alimentado y engrandecido por rostros célebres como el animador Alejandro Fantino, que casi babeaba escuchándolo- que por la derecha misma. Al contrario, la derecha tradicional desconfiaba de su figura y hasta intentaron deshacerse de él.

De hecho, en ‘Javier Milei: La revolución liberal’ (Santiago Oría, 2023), una especie de documental propagandístico y hagiográfico que sigue su trayectoria desde chico hasta su campaña a diputado en 2021, su principal enemigo, su némesis, era Horacio Rodríguez Larreta. El actual alcalde de Buenos Aires y ex precandidato presidencial de la derecha fue, según la película -realizada por uno de sus acólitos-, el verdadero responsable de varias operaciones que intentaron frenar el llamado “fenómeno Milei”. Pero Rodríguez Larreta fracasó estrepitosamente: Milei salió electo diputado y él mismo perdió la interna presidencial con Patricia Bullrich, la candidata derechista (y futura ministra de seguridad del nuevo gobierno) que apoyó al “Peluca” en el balotaje pese a que éste se pasó insultándola durante toda la campaña.

No sé porque me atraía tanto el programa (lo veía en YouTube desde Francia), pero, por lejos, Milei era el personaje que más me despertaba interés y curiosidad. Aunque dejé de verlo hace años, si alguien me hubiera dicho que ese tipo podría algún día ser presidente de Argentina, hubiera pensado que estaba más chiflado que Milei.

Con sus múltiples medios oficiales (entiéndase la prensa tradicional como ‘La Nación’ en todas sus plataformas) y semi oficiales (como el canal ‘Break Point’ del joven youtuber Mariano Pérez), la derecha y ultraderecha mediática se encargó de repetir durante las semanas previas a la segunda vuelta que el Kirchnerismo estaba haciendo una “campaña del terror”. Efectivamente los seguidores del candidato oficialista Sergio Massa se dedicaron a advertir sobre los derechos que estaban amenazados sí Milei llegaba a la presidencia. Lo que no decía la derecha mediática es que ninguna de esas amenazas difundidas por el peronismo militante se alejaba demasiado de la verdad.

Las particulares ideas de Milei, en todos los planos, las había dicho con suma claridad o sugerido e insinuado alguna vez en las múltiples entrevistas y declaraciones que hizo a esos mismos medios: desde la venta de niños y órganos hasta la eliminación de todo tipo de subsidios. Era la incontinencia verbal de sus locuras anti-Estado y promercado la que facilitaba esa “campaña del terror”. El mismo ex presidente Mauricio Macri, pese a su clave y decidido apoyo a Milei, solía “precisar” que nadie tenía que preocuparse por las ideas más extremas del economista porque serían contenidas por su partido en el Congreso donde la Libertad avanza, la coalición detrás del “Peluca”, no tiene los votos.

En cualquier caso, la campaña peronista realmente nunca hubiera podido funcionar: el horror hace rato que ya estaba instalado en la sociedad argentina por la situación económica. De hecho, ya parecía completamente absurdo y un contrasentido que la tabla de salvación del oficialismo viniera de manos de Sergio Massa, ministro actual de Economía en un país con un 140% de inflación anual. Por eso la elección de Milei, aunque pueda parecer una insensatez total, no tenía al frente una verdadera alternativa.

El escenario era votar por un político clásico, flemático, experimentado y serio, pero que era la continuidad de un gobierno o una serie de gobiernos incompetentes, o votar por un outsider, alborotador, sin ninguna experiencia administrativa y tan demente que se comunica a través de médiums con Conan, su perro muerto (al que ha clonado en otros cuatro), pero que prometía devolver la grandeza pérdida de inicios del siglo XX cuando Argentina era considerada “el granero del mundo”. Una elección tan imposible que un reputado periodista como Jorge Lanata (fundador de ‘Página12’ y que se considera a sí mismo como un “liberal de izquierda”), planteó que el voto en blanco era una opción legítima.

Paradójicamente, aunque en otro plano, en Chile nos enfrentamos a un dilema similar. En diciembre tenemos que votar por dos opciones igualmente impresentables: quedarnos con la vieja constitución escrita en dictadura o aprobar la novísima constitución escrita mayoritariamente por sus herederos, pero con un articulado aún más sospechoso y retrógrado que la actual. Es decir, una ecuación que solo culminará con un modelo de país -el que sea- que ya se quisiera Milei.

Está rara encrucijada, sin embargo, no es solo consecuencia de las virtudes o el talento político del Partido Republicano en Chile (como no solo fue las virtudes y el talento de Milei como candidato lo que le hizo crecer y triunfar en Argentina), sino del rotundo fracaso de la izquierda. Porque así como el abuso y corrupción del aparato del Estado por parte del Kirchnerismo hicieron de Milei una posibilidad real, fue la negligencia y el nulo olfato político de la izquierda chilena -léase Frente Amplio, Partido Socialista, Partido Comunista y la desaparecida Lista del Pueblo- que convirtieron una virtuosa situación original (una mayoría abrumadora de izquierda para escribir una nueva constitución) en este desenlace bochornoso y contradictorio donde “lo mejor” es votar por la constitución de Pinochet en vez de desmantelarla.

Los “argentinos de bien” -como les llama Milei a sus electores- o los “verdaderos chilenos” -como les llamó Beatriz Hevia, la presidenta del Consejo Constitucional a los posibles votantes del “A favor”- son, en realidad, más allá de la pequeña fanaticada ultraideologizada, una mayoría de personas que no se identifican con ningún sector político. Milei podrá ser el primer presidente libertario de la historia del mundo, como suele repetir en cada entrevista, pero la mayoría de sus votantes no tienen la más remota idea de qué significa eso.

Lo que saben -y es indesmentible- es que Milei no va a hacer la cosas como se han hecho hasta ahora, y esa radicalidad, para un país con una crisis tan explosiva, es un fascinante misterio. Porque si un pueblo tiene que elegir entre seguir bebiendo agua contaminada o deambular sediento por un desierto buscando un oasis, seguramente escogerá correr el riesgo de perderse entre las dunas persiguiendo un espejismo.

La disyuntiva en Chile es mucho menos seductora y hasta parece un juego de palabras: elegir entre una flamante constitución que no convence a nadie o seguir con la vieja, que solo convence a los que escribieron la nueva.

Pero, ¿qué harán “los verdaderos chilenos”? La reciente encuesta del Centro de Estudios Públicos dice que hay un 62% de personas que aún no sabe qué va a votar. O sea, a menos de un mes del plebiscito, más de la mitad del país está indecisa, o no quiere o le da pereza reconocer su preferencia, o simplemente no le importa. Si “los argentinos de bien” se arriesgaron con Milei y mantuvieron escondida su predilección hasta el final, no veo para nada imposible que “los verdaderos chilenos” voten por la nueva constitución. Porque fueron “los verdaderos chilenos” los que votaron en contra de la constitución emanada de la convención anterior, porque fueron “los verdaderos chilenos” los que votaron luego por una mayoría de consejeros constitucionales de derecha y ultraderecha para escribir el nuevo texto. Por eso, encuestas más, encuestas menos, la pura lógica aritmética dice que “los verdaderos chilenos” deberían aprobarla.

Esa mayoría de compatriotas desconfiados y asqueados que nunca había votado hasta que los obligaron, no solo no siguen ninguna directriz, estoy convencido que tampoco es posible medir su intención de voto que es tan voluble y circunstancial como su indiferencia. Mirando un extracto de las pésimas campañas televisivas del “A favor” y “En Contra”, el mensaje es tan confuso y ambiguo que parece que todo el mundo está en contra de algo y nadie tiene algo que ofrecer. No hay épica alguna. Ese país convulso, pero tan “violentamente dulce” del estallido social -parafraseando a Julio Cortázar– no solo desapareció, perdió toda su dulzura, todo su capital simbólico o ¿alguien todavía se atrevería llamarle Plaza Dignidad a Plaza Italia sin un poquito de vergüenza?

Si algo se puede concluir del triunfo de Javier Milei en Argentina es que la promesa de un país mejor solo puede ofrecerla alguien, por más delirante que sea, que hasta ahora no ha fracasado en el intento. Los “argentinos del mal” y los “falsos chilenos” tuvimos nuestra oportunidad. En Argentina, la perdieron por una pésima administración y una corrupción indesmentible, y en Chile, perdimos la oportunidad histórica de tener una constitución auténticamente democrática por pura arrogancia, ceguera y estupidez. Si gana el “En contra” en diciembre será el triunfo más nauseabundo de nuestra historia, y si gana el “A favor”, la humillación total. Llegó el tiempo del disparate, llegó la hora de los locos.

Jorge Morales
Crítico de cine y guionista radicado en Francia.