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El camino de la mujer en la política chilena: Entre tensiones, persistencia y feministización

Por: Natalie Rojas | Publicado: 03.12.2023
El camino de la mujer en la política chilena: Entre tensiones, persistencia y feministización Imagen referencial | Agencia Uno
En un país donde las mujeres han luchado históricamente por su lugar en la política, la «feministización» de los movimientos sociales representa un hito importante. Este cambio no solo es necesario, sino también urgente, ya que desafía las estructuras arraigadas de desigualdad de género y da voz a quienes han sido marginadas durante mucho tiempo.

En los ochentas, Julieta Kirkwood advertía sobre la ardua tarea que enfrentaban las mujeres para ocupar un rol destacado en la política, una advertencia que resuena aún hoy, generando tensiones incluso dentro de la izquierda política. La historia de la participación femenina en la política chilena es un relato de lucha, avances, obstáculos y, más recientemente, de una «feministización» que ha marcado un cambio fundamental en la dinámica de los movimientos sociales y la política chilena.

A principios del siglo XX, el sufragismo abrió una ola de reclamos sobre la situación de las mujeres en Chile, respaldado por la solidaridad internacionalista de sufragistas y/o feministas de la época –como la española Belén de Sarrega– quienes recorrieron el norte del país politizando. Sin embargo, este movimiento no estuvo exento de críticas, incluso desde el seno del feminismo, que cuestionaba la disputa electoral como un camino poco viable para las mujeres y sus reivindicaciones propias.

El rol del feminismo obrero fue crucial para la instalación de ideas feministas dentro del debate político de la época, el cual estaba impactado por desigualdades de clase social y la aparición de las primeras organizaciones de mujeres que abogaban por el derecho a voto. Como ejemplo de las distintas tensiones que ha enfrentado la incorporación de las mujeres a la vida política, este tipo de demandas de las mujeres tensionaban la colaboración con sus compañeros varones, quienes identificaban a la mujer como una compañera de lucha: la que ejerce labores de cuidado y “acompaña”, pero sin reconocerla como un agente político de cambio.

Aunque se reconoció como primer triunfo femenino su incorporación a la educación superior a fines del siglo XIX, la crisis económica de 1929 generó importantes problemas en la economía chilena, dando lugar a avances laborales, pero también para la consolidación de organizaciones sociales. Apareció el Movimiento pro-Emancipación de las Mujeres de Chile, el cual centró sus objetivos en la lucha sufragista y la transformación social que mejorara directamente la vida de las mujeres.

La lucha por el voto femenino continuó durante décadas, enfrentando obstáculos políticos y, aunque en 1941 se redactó un proyecto de ley para otorgar el voto a las mujeres, su tramitación demoró hasta 1948. Finalmente, en 1949 se logró la aprobación del voto femenino, resultado de la persistente existencia de mujeres organizadas exigiendo participación en la vida política y democrática.

Tras el logro del voto femenino, el periodo de «silencio feminista» –1953-1978– se caracterizó por la activación política de las mujeres trasladándose a los partidos políticos. Las feministas no desaparecen, sino que sus espacios de participación son los partidos de la época. A finales de ese período la dictadura militar generó una rearticulación de grupos de mujeres, organizadas por la defensa de los derechos humanos y la creación de organizaciones en contra del régimen y por la democratización, proceso en el cual las mujeres jugaron un papel central.

Así, los años 80 marcaron una nueva etapa del feminismo en Chile, desafiante y cuestionadora tanto de la dictadura como de las estrategias de la izquierda. La reflexión sobre la distinción entre los espacios de la casa y la calle llevó al centro del debate la democracia y su relación con las mujeres, interpelando de manera tácita a sus compañeros de militancia, que también estaban en la vereda de la lucha antidictatorial. A lo anterior, se suma la fuerza con que mujeres pobladoras se transformaron en el sostén de la crisis económica de la década, autogestionando ollas comunes y nutriendo las filas de la resistencia callejera.

Si bien la recuperación de la democracia trajo lo que se denomina el segundo “silencio feminista”, este se condice con la cooptación de líderes y la pérdida del enemigo común al movimiento feminista de las décadas precedentes, tras salir los militares de La Moneda. Sin embargo, recientemente, la sociedad chilena ha sido testigo de un fenómeno trascendental: la «feministización» de los movimientos sociales.

Este germen feminista ha emergido desde las entrañas de las luchas sociales, desentrañando micromachismos y actitudes patriarcales previamente pasadas por alto. Desde 2011, una ola de movilizaciones globales, como la Primavera Árabe y Occupy Wall Street o los Indignados en España han posicionado los movimientos sociales como un actor político acelerador de cambios sociales, impulso que se ha visto tensionado por un giro global feminista que ha sacado a la luz los problemas de género no resueltos en los movimientos sociales ni la política institucional.

La explosión de movilización en Chile que se abrió desde el ciclo de 2006, especialmente en el ámbito estudiantil, ha llevado a la cristalización de una crítica feminista a los movimientos sociales y la política tradicional. Compartiendo elementos con el movimiento transnacional #MeToo, las estudiantes chilenas, a partir del año 2018, dieron vida a lo que se conoció como “mayo feminista”, visibilizando el sexismo y la violencia de género en las universidades y al interior del movimiento estudiantil. Este cuestionamiento feminista ha permeado todas las esferas de los movimientos sociales, convirtiéndose en una parte integral y no simplemente quedando relegado como una preocupación secundaria.

Este fenómeno de «feministización» no solo desafía las bases patriarcales de la sociedad chilena, sino que también redefine los movimientos sociales desde qué son, cómo se perciben y hacia a dónde van. El Movimiento Estudiantil feminista se presentó como una oportunidad para que las mujeres y el feminismo definan procesos políticos cruciales, mirando no sólo hacia sectores de izquierda, sino incluso a la política en general, vemos cómo la participación de mujeres y el autoreconocimiento como espacios feministas o proclives a la participación femenina excede los márgenes ideológicos.

En un país donde las mujeres han luchado históricamente por su lugar en la política, la «feministización» de los movimientos sociales representa un hito importante. Este cambio no solo es necesario, sino también urgente, ya que desafía las estructuras arraigadas de desigualdad de género y da voz a quienes han sido marginadas durante mucho tiempo.

Es imperativo reconocer que, aunque hemos avanzado, el camino hacia la igualdad está lejos de completarse. La «feministización» es un llamado a la acción, un recordatorio de que la lucha feminista sigue siendo esencial para construir una sociedad más justa e inclusiva.

En resumen, la historia de las mujeres en la política chilena es una narrativa de organización y evolución constante. Desde los primeros pasos al sufragio hasta la «feministización» de los movimientos sociales, las mujeres en Chile han dejado una huella imborrable en la lucha por la igualdad. Sigamos construyendo sobre estos cimientos, desafiando las normas establecidas y trabajando juntos hacia un futuro donde la participación activa de las mujeres en la política sea la norma, no la excepción.

Natalie Rojas
Socióloga, PhD. en Ciencias Políticas. Investigadora de Nodo XXI.