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Opinión

Sobre las políticas de la identidad (o la identidad de la política)

Por: Luca De Vittorio | Publicado: 04.12.2023
Sobre las políticas de la identidad (o la identidad de la política) Imagen referencial – Marchas 2019 | Agencia Uno
Por lo tanto, la izquierda debe recuperar su vocación universalista de transformación social, y esto incluye a los grupos que por razones históricas se les ha marginado de la representación universal de la especie en condiciones de igualdad y semejanza. Por lo mismo, sin desconocer las peculiares opresiones que padecen ciertas comunidades, pero tampoco cayendo en derivas identitarias que desmarquen a estos grupos de la totalidad social según una supuesta cultura propia, es menester integrar estos conflictos en un programa progresista que permita representarlos bajo el ideario universal de la igualdad y la libertad.

Recientemente hemos asistido a un auge de las derechas extremas que trae aparejado una actitud crítica respecto a los criterios de elaboración programática de las izquierdas progresistas. Dentro de esto último, la forma en que las tareas y los compromisos se jerarquizan no parece obedecer a estándares de urgencia, esto es, la idea de que las necesidades más próximas para el desarrollo vital de los individuos, y de la comunidad que lo abriga, deben ser las prioritarias en su atención y solución.

Por el contrario, se ha configurado un nuevo horizonte político en donde el conflicto recae en ciertas comunidades de sentido (identidades colectivas agrupadas según marcas diferenciadoras, tanto sexuales, raciales, geográficas, etc.) que, en virtud de determinadas opresiones, reclaman para sí la compensación bajo forma de reconocimiento, noción que reemplaza a la anterior emancipación, y que les permitiría la libre expresión de su más íntimo núcleo existencial (así, muchos integrantes de estas comunidades se definen según aquellos rasgos, que no ven como meramente accidentales).

Como ya notó Taylor, los antecedentes históricos y filosóficos para la erección de las identidades como agentes participantes de lo político implican la idea romántica de autenticidad individual y colectiva, con la noción del reconocimiento como su correlato verificativo (estas identidades son lo que son en virtud de este reconocimiento) y, junto a esto, el desplazamiento de la idea de soberanía desde el Estado hacia el yo realizado por la Ilustración. A su vez, todo esto fue condicionado por la aparición del mercado como espacio de distribución de posiciones sociales que desactivó la antigua ética del honor, en tanto esta última asignaba un lugar prestablecido según nacimiento en el cuerpo social.

Ahora bien, en los últimos decenios, esta forma de concebir la política y sus objetivos se ha visto generalizada por la caída de imaginarios y relatos alternativos a la forma de organizar la sociedad fuera del mercado y el capitalismo. La imposición del comercio global y la masificación del consumo tuvieron como consecuencia una cierta homogeneización relativa de las costumbres, gustos, intereses, etc. Por lo mismo, la búsqueda de arraigo en identidades locales puede operar como un intento de construir coordenadas de referencia ante un mundo cada vez más acelerado y en perpetua modificación.

No obstante, a mediados del siglo XX, las aspiraciones contenidas en quienes participaban en ciertos conflictos sectoriales sobre racismo, colonialismo, discriminación sexual, entre otros, no buscaban sino reclamar para sí la participación completa en la igualdad humana, y el reconocimiento de la pertenencia a esa universalidad. Así, la emancipación implicaba eliminar discriminaciones arbitrarias y opresiones basadas en estigmas y prejuicios que marginaban y degradaban a ciertos grupos portadores de ciertos rasgos (raza, proveniencia, sexualidad, etc.) y buscaba integrar a los mismos consagrando su derecho a la participación en la misma comunidad de iguales.

Césaire, Fanon, Said, de Beauviour, entre otros tantos en aquella época, exigían, a través de ideales universalistas (igualdad y libertad), la supresión de opresiones arbitrarias basadas en discursos infundados y espurios. Por lo mismo, el movimiento político que los animaba tenía un vector ascendente, pues aspiraba a la igual participación en la universalidad de la especie humana de un grupo injustamente perjudicado.

Ahora bien, por su parte, los defensores de la política identitaria pretenden realizar el movimiento inverso: la protección de una determinada comunidad de sentido en contra de la avasalladora cultura hegemónica blanca-heterosexual-europea-masculina. Butler, Fraser, Brown, Bouyahia, entre otros, más que apelar al pleno reconocimiento de estas comunidades dentro de la universalidad de la especie humana, con igualdad de derechos y libertades que los demás, sostienen una posición particularista que busca defender la “cultura propia” de aquellos, creando una deriva identitaria que no estaba contenida en las aspiraciones de los precursores de estos movimientos.

La consecuencia fundamental es que la política deja de ser el espacio a través del cual se contraponen distintos imaginarios globales de lo social, enfrentados según la comprensión del ideario de la revolución francesa, deviniendo así una mera administración de demandas locales dentro de un campo jurídico prestablecido (sin posibilidad de cuestionar a este campo mismo). Esto no implica, por supuesto, la desaparición del conflicto, pero si asegura que la inscripción de ese conflicto en el espacio social sea de antemano susceptible gestión y control.

Como Stefanoni y Roudinesco ya han señalado, la deriva identitaria no afecta únicamente a las izquierdas, sino que se inscribe con semejante intensidad también en las nuevas derechas. Las identidades en cuestión se contraponen, por supuesto, radicalmente: defensa de un nacionalismo exacerbado (contra la amenaza la inmigración), de valores occidentales religiosos (como el catolicismo y la tradición judeocristiana), del lugar de la familia tradicional (en contra de las disidencias), etc. No obstante, la diferencia de los contenidos no debe ocultar la misma lógica identitaria operando en dos posiciones diversas: una signada por las banderas del progresismo, la otra protegida por la égida de la reacción. En ambos, también, la defensa identitaria constituye el anverso del odio o menosprecio por la alteridad.

Por lo tanto, la izquierda debe recuperar su vocación universalista de transformación social, y esto incluye a los grupos que por razones históricas se les ha marginado de la representación universal de la especie en condiciones de igualdad y semejanza. Por lo mismo, sin desconocer las peculiares opresiones que padecen ciertas comunidades, pero tampoco cayendo en derivas identitarias que desmarquen a estos grupos de la totalidad social según una supuesta cultura propia, es menester integrar estos conflictos en un programa progresista que permita representarlos bajo el ideario universal de la igualdad y la libertad.

Solo en este sentido el reconocimiento puede equivaler a la emancipación, y solo en este sentido la política puede desbordar la mera administración y convertirse en una actividad colectiva que pretenda transformar las normas a través de la cuales se regula la vida en comunidad, considerando, por supuesto, las múltiples formas y conflictos en que esta actividad puede manifestarse.

Luca De Vittorio
Licenciado en Filosofía.