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Opinión

Empeñar la palabra

Por: Natassja de Mattos | Publicado: 07.12.2023
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Desde “una que nos una” a “que se jodan” se despliega un manto de palabra sin arraigo, des-situada y des-historizada. Se han vuelto dispositivos volátiles que se sueltan y dejan caer sin rigor ni escrúpulos. Se ignora el poder del lenguaje y la dimensión declarativa de la palabra, la que compromete, promete, inventa y también clausura. Representa un sinfín de posibilidades o una caída al despeñadero. El próximo pseudo demiurgo que empeñe la palabra puede ser cualquiera bajo la seguridad de la impunidad frente a promesas incumplidas de cara a una elección. Es este el principal problema. Lo que vuelve costumbre hablar sin responsabilidad, escribir letras muertas o decir y luego desdecir es, en gran medida, el vicio de las democracias modernas en que toda política es cortoplacista a la medida del ciclo electoral de turno.

Es costumbre en política hablar sin responsabilidad, escribir letras muertas o decir y luego desdecir. “Una que nos una”, “que se vayan todos, carajo”, “que se jodan”. Y ¿en qué se traduce? Suerte o condena, a veces en todo y a veces en nada, cuando se devela simplemente fue un guion marketero con miras a una elección. Es lo que algunos llaman hoy demagogia tecnológica enmarcada en el consumo de información de masas, mediante la que se intenta atraer al pueblo a una opción, según corresponda.

No es diferente a la original demagogia populista, solo cambian sus soportes, que hoy son principalmente mediáticos debido a una degeneración de la práctica política que va desapareciendo de los territorios y focaliza su acción en comunicación masiva y redes sociales, tácticas cortoplacistas, sensacionalismo y maniobras de manipulación cuyo objetivo es siempre el mismo: VOTOS.

La impunidad del decir y el vaciamiento de la palabra se ha llevado al extremo. Ejemplo de lo anterior es lo que vemos en Argentina, toda vez que el presidente electo, Javier Milei, construyó una campaña que decía no a la casta política, para que, una vez ganada la elección convocase a la misma casta a sumarse a su proyecto para así poder gobernar.

No solo ganó gracias a la casta representada por Juntos por el Cambio -la derecha en alianza-, sino que tardó menos de una semana en anunciar que su ministro de economía, el tema más álgido para Argentina y de su campaña, será Luis Caputo, de la derecha macrista, el PRO. Lejos de encarnar la diferencia que prometió, parece haber sido un león de marioneta o un “gatito mimoso del poder”, como le dijo Myriam Bregman. Parece estar viabilizando un nuevo gobierno de derechas sospechosamente cercano al macrismo y el PRO, que se le subió por la ventana como una burla a sus votantes que fueron convencidos con la idea de expulsar a la casta, que creyeron las palabras enunciadas en la propaganda de una campaña estridente.

Que las y los políticos no cumplen sus promesas es un corolario más viejo que el hilo negro. Candidatas, candidatos y comandos de campaña hacen promesas y proponen programas que luego se diluyen y pasan a la historia como propaganda mentirosa o posverídica de la que después sus locutores se desmarcan con volteretas o contundente desfachatez y, así, el desprestigio de la palabra en política es servil a las crisis de credibilidad, confianza y legitimidad de los sistemas, instituciones y personeros políticos. Sin embargo, los centros indeterminados en la recta política y su voto volátil es fácilmente persuadido por franjas, publicaciones y volantes llenos de palabras con augurios de mejoras milagrosas.

En nuestro país acecha en forma de “A favor”. El mismo sector que representó la opción del Rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022 y hoy representa el A favor para el plebiscito del 17 de diciembre de 2023, en un primer momento enarboló que necesitábamos “una [constitución] que nos una”. Hicieron campaña proponiendo un nuevo proceso constitucional que decantara en una mejor y más convocante constitución que tuviera por finalidad unir a Chile. También llamaron a rechazar con amor, un amor que suponía ser por todas y por todos. Las y los mismos, un año más tarde nos dicen a viva voz “que se jodan”, mientras promocionan una propuesta de nueva constitución que en ningún caso deriva en unión.

Desde “una que nos una” a “que se jodan” se despliega un manto de palabra sin arraigo, des-situada y des-historizada. Se han vuelto dispositivos volátiles que se sueltan y dejan caer sin rigor ni escrúpulos. Se ignora el poder del lenguaje y la dimensión declarativa de la palabra, la que compromete, promete, inventa y también clausura. Representa un sinfín de posibilidades o una caída al despeñadero. El próximo pseudo demiurgo que empeñe la palabra puede ser cualquiera bajo la seguridad de la impunidad frente a promesas incumplidas de cara a una elección. Es este el principal problema. Lo que vuelve costumbre hablar sin responsabilidad, escribir letras muertas o decir y luego desdecir es, en gran medida, el vicio de las democracias modernas en que toda política es cortoplacista a la medida del ciclo electoral de turno.

Urgen ética y responsabilidad en dicha materia, urge recuperar el valor de la declaración más allá de una propaganda o campaña electoral, urge que la palabra tenga la entereza de proyectar un horizonte en el que esta se haga carne.

Natassja de Mattos
Cientista política feminista especializada en temas de género y activista en La Rebelión del Cuerpo.