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La afrodescendencia en Chile

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 11.12.2023
La afrodescendencia en Chile Afrodescendencia en Chile | Cedida
Desde su irreductible exterioridad a la cultura blanca y colonial la población afrodescendiente ha sido un reto histórico a la estética y la política europeísta de la elite. A principios del siglo XIX la cueca, bailada por hombres y mujeres de ascendencia africana, inspiró la insurrección de cuerpos y almas más allá de la cultura acartonada de magnates y eclesiásticos monarquistas y post-monarquistas. La subversión estética continuó durante la época burguesa y republicana. ¿Pudo una elite blanca y sobre todo tiesa de cuerpo apropiarse de los ritmos y piruetas de la cueca de ancestros africanos? Difícil.

La revitalización de la presencia afrodescendiente es uno de los hechos sobresalientes del Chile actual. Esta acompañó desde un principio nuestra historia colonial. En el siglo XVI la Inquisición local procesaba a los africanos por renegar de Dios al ser azotados (J. T. Medina, Historia de la Inquisición en Chile, 1952). Durante la Independencia esclavos africanos participaron en el ambiente de la agitación anticolonial. En 1814 el obispo monarquista de Concepción Diego Villodres lamenta que en el movimiento insurgente hagan “el papel más brillante las personas más despreciables del pueblo, y entre ellas un vil esclavo, bien conocido por sus insípidas bufonadas y sandeces” (Carta pastoral del obispo de la Concepción de Chile, Lima, 1814).

Alberto Blest Gana inmortaliza la presencia cómica y desprejuiciada de los mulatos durante la Independencia. Destaca, por ejemplo, la “seriedad cómica” de José Retamo, conocido popularmente como Callana: “Era imposible resistir a la alegría franca que brillaba en su rostro bronceado, a la inofensiva malicia de su mirada inteligente”. (Durante la Reconquista: novela histórica, Santiago, 1897). En 1829 el intelectual ilustrado José Joaquín de Mora denuncia en la prensa que los bailes de las chinganas se parecen al de los “mozambiques” (P. Garrido, Historial de la cueca, 1979).

Con sus pretensiones racistas republicanas el siglo XIX nos alejó de África

En 1819 Bernardo O´Higgins prohíbe las danzas africanas por considerarlas espectáculo vergonzoso e indigno de un país civilizado (R. Donoso, Las ideas políticas en Chile, 1967). Juan Egaña se dirige al presidente del Reino: “Debe V.S. prohibir la introducción de negros para quedarse en Chile […]. Hombres que tienen la infamia vinculada a su color y que por ello deben vivir sin esperanza de alguna consideración, no pueden tener costumbres ni honor; […]; ellos se unen a la restante plebe y la hacen igualmente vil.” (M. A. Talavera, Revoluciones de Chile, 1937).

El hijo de Juan Egaña, Mariano, el sin par Lord Callampa, escribe desde Gran Bretaña en 1825: “Si yo no hubiera venido a Londres, Chile me parece que tendría hoy el mismo crédito que algunas de las tribus del interior de África” (M. Egaña, Cartas a su padre, Santiago, 1948). Al fin, se impone la borradura. En 1857 Vicente Pérez Rosales, impulsor de la cacareada inmigración alemana en el sur de Chile, la deja estampada en francés: “Au Chili il n’y a pas de nègres […]. Aujourd’hui, Madagascar et la Guinée ne sont répresentés que par 31 individus” (Essai sur le Chili, Hambourg 1857). En 1869 Benjamín Vicuña Mackenna desprecia del todo a los pueblos indígenas y africanos de Chile: “Arauco y Congo eran los países limítrofes de la cuna de nuestros abuelos […] esos seres crueles o simplemente estúpidos que no tienen de nodrizas sino una glándula húmeda!” (B. Vicuña Mackenna, Historia crítica y social de la ciudad de Santiago: desde su fundación hasta nuestros días 1541-1868, 1869).

El siglo XX prolongó el blanqueamiento

En 1906 un redactor financiero de El Mercurio Julio Pérez Canto exhibe a los chilenos como un pueblo homogéneo “free from all influence of Asiatic or African races” (Economical and Social Progress of the Republic of Chile, Santiago, 1906). En 1937 el suizo-chileno Eduardo Frei afirma que en los trescientos años del Chile hispano colonial “se formó la raza que no tuvo negros” (Chile desconocido, Santiago, 1937). Francisco Frías Valenzuela, redactor de textos escolares de historia, remata en 1949: “La raza africana no ha dejado, felizmente, sus huellas en el pueblo chileno.” (Historia de Chile. Tomo IV. La República, Santiago: Nascimiento). Sin embargo, en la década de 1920 los empresarios estadounidenses de la “Chile Exploration Company” entienden a los chilenos como meros explotados: son simplemente negros. “Exploit the natives, they are only black men” (R. A. Latcham, Chuquicamata Estado yankee, Nascimento, 1926).

A principios de la década de 1960 la presencia africana en Santiago se volvió tan invisible como sorprendente: “[El] único negro que vi en Santiago iba seguido por un verdadero enjambre de niños, impresionados por el espectáculo que ofrecía este hombre de color. Al advertir la presencia de los chicuelos, la piel oscura de su rostro se distendió en una amplia risa, tremendamente simpática. Los pequeños quedaron maravillados: ¡Cómo un hombre tan negro podía tener una risa tan blanca! Siguieron tras él, jugando y saltando. A su alrededor sentíanse frescos, como nuevos. Corrían felices junto al forastero cuya sola presencia en una de las arterias céntricas constituía de por sí un pequeño Carnaval.” (S. Utternut, Revolución en Chile, Del Pacífico, 1962).

África hacía adivinar un mundo distinto y extraño al orden establecido de la capital

Conocemos ahora en detalle los ancestros africanos de Gabriela Mistral. El tatarabuelo de Lucila Godoy era un mulato hijo de Tomás Godoy, esclavo natural del valle de Elqui. Su bisabuelo Pedro Pablo Godoy era un mulato libre bautizado en 1785 (G. Papen, Una campesina llamada Lucila de María, Santiago, Instituto Nacional de Pastoral Rural, 1989). El espíritu africano siempre se introdujo en el telar polícromo de las culturas populares, mezclándose con las identidades ancestrales chilenas. Rodolfo Lenz dice de la mentalidad mapuche en 1902: “Los cuentos tradicionales y las fábulas transmitidas por los europeos y los negros a los indígenas contribuirán a esclarecer la imagen de la psiquis de los mapuches.” (J. A. Ennis, C. Soltmann, Robert Lehmann-Nitsche y Rudolf Lenz. Epistolario (1897-1928), Universidad Nacional de La Plata, 2022).

Desde su irreductible exterioridad a la cultura blanca y colonial la población afrodescendiente ha sido un reto histórico a la estética y la política europeísta de la elite. A principios del siglo XIX la cueca, bailada por hombres y mujeres de ascendencia africana, inspiró la insurrección de cuerpos y almas más allá de la cultura acartonada de magnates y eclesiásticos monarquistas y post-monarquistas.

La subversión estética continuó durante la época burguesa y republicana. ¿Pudo una elite blanca y sobre todo tiesa de cuerpo apropiarse de los ritmos y piruetas de la cueca de ancestros africanos? Difícil. En la última década del siglo XX La Moneda auspició una comunidad imaginada a partir de la migración del “hombre europeo” (P. Aylwin, “Discurso ante el Parlamento europeo”, La transición chilena, Santiago, 1992). ¿Quién no se acuerda de la cueca del hijo del presidente de la república Ricardo Lagos Escobar en 2007? En el Norte Grande, en los tradicionales carnavales, las mujeres afrochilenas bailaban tumbando al suelo a los hombres: “Tumbe, tumbe carnaval” (C. Báez Lazcano, Lumbanga. Memorias orales de la cultura afrochilena, Arica, 2010).

La mentalidad y la cultura africanas están en la centralidad subterránea del pueblo chileno, construida durante siglos a contracorriente del colonialismo monárquico y republicano (M. Hafeman, M. Morales, El pueblo tribal afrodescendiente chileno. Memoria, identidad, archivos, Archivo Nacional de Chile, 2021).

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.