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Opinión

Oráculo patrimonial

Por: Alvaro Pizarro Quevedo | Publicado: 30.01.2024
Oráculo patrimonial Hospital San Borja Arriaran | AGENCIAUNO
No puedo dejar de pensar que esta visión trae inmerso el hecho de que pareciera que la forma lógica y natural de resolver los agobiantes temas de salud son por la generosidad de un particular. Y se oculta, sin querer queriendo, el esfuerzo colectivo y de muchos funcionarios de la salud

La noche me ha sentado bien, me levanto y recorro los pasillos del pabellón Errazuriz del San Borja Arriarán, con su bella arquitectura y sus enormes muros que resisten, ya por más de un siglo y tan solo con algunos quejidos transformados en grietas de algunas de sus paredes, los embates de la naturaleza sísmica de nuestro país.

Disfruto divagando que una fuerza desconocida me incita a conservar, al menos, una parte de nuestra historia. Pese a que todo terminará en escombros me dejo llevar puerilmente por la fuerza interior de una vida que aún late y sueña por reconstruir las relaciones humanas y con el ecosistema. De tal manera que permita a los museólogos del futuro descubrir los arañazos de algunos que intentaron frenar este tren desbocado que va a su pronta extinción.

Deseo alejarme del conservadurismo que solo quiere replicar las viejas y caducas estructuras con sus anhelos de autoritarismo y mantención de privilegios, como si todo tiempo pasado fuera mejor. No busco conservar la superficialidad de la vida de reyes y príncipes. Sus ostentaciones que se las lleve el viento. Me intereso por aquello que hable de nosotros y de nuestras penas y alegrías.

Quiero comunicarme con el cuidador de la salud de antaño y sus motivaciones a trabajar con los escasos elementos y evidencias disponibles. Me imagino al químico preparando la solución de Gibert, antes de la invención de la penicilina para tratar al paciente con sífilis que se internó la noche pasada. Al técnico del laboratorio que ansioso esperaba el amanecer para encontrar la luz y poder enfocar su microscopio del año 1950, sin fuente eléctrica. Al equipo de patólogos en la década del 60 que descubrían con su nuevo proyector -que se podía ocupar por un tiempo acotado ya que no tenía ventilación-, las células malignas que aquejaban al paciente cuyo diagnóstico nadie lograba encontrar.

Busco lo profundo de la ética que movía a esos personajes que se enfrentaban a las epidemias del siglo pasado con un delantal, unas pócimas empíricas y un vago sentimiento de que era posible mejorar las condiciones globales de salud. Pienso en lo lejos que estamos de esa salud pública que nos enorgullecía como personas y como comunidad, y que cerca estamos ahora de una salud en que se salva solo el que tiene los recursos para pagarla.

Como en un oráculo, me detengo en la puerta del subterráneo del Hospital y con ese nihilismo que me quema lanzo mis dudas a su oscuro corredor ¿Qué sentido tiene conservar? Es difícil el camino por el mundo interior, no funcionan ni las brújulas ni el reloj. Recurres inicialmente a tus instintos y luego a fragmentos de razón, pero cuando todo queda en silencio, sólo se escucha el corazón.

En ese estado de ánimo avisto un fogón como si fuera una réplica de los realizados por los ancestros primitivos. Un fuego protector e iluminador. Rara y simbólica respuesta. Solo atino a pensar que no hay una razón global, no hay un único por qué. Se me ocurre que, tal vez, con la lumbre del fogón podamos encontrar en los vestigios del pasado, una historia que resignifique el presente y nos ilumine el futuro. Y con ese resto de luz aprovecho de continuar.

Descubro, por ejemplo, que el nombre del hospital tiene su origen en la donación de cuatrocientos mil pesos por Manuel Arriarán y su entrega en el año 1911 a la junta de beneficencia de Santiago de Chile. Hecho loable, sin duda. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que esta visión trae inmerso el hecho de que pareciera que la forma lógica y natural de resolver los agobiantes temas de salud son por la generosidad de un particular. Y se oculta, sin querer queriendo, el esfuerzo colectivo y de muchos funcionarios de la salud que, en forma anónima trabajaron, y aun lo hacen, por mejorar y desarrollar el hospital. Este viaje desde la caridad a la formación de un servicio de salud público y universal marcó gran parte del siglo pasado.

De esa manera vamos descubriendo paulatinamente que en nuestro hospital se gestaron innumerables actos que han quedado impregnados en los múltiples objetos del museo patrimonial. La tarea del momento es ir a encontrarlos, sacarles el polvo y así como los astrónomos que miran el cielo, transformarlos en una nueva estrella del firmamento.

Alvaro Pizarro Quevedo
Trabajador de la salud, Hospital Clínico San Borja Arriarán