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Ortúzar y la aristocracia

Por: José Sanfuentes Palma | Publicado: 05.02.2024
Ortúzar y la aristocracia Image referencial | AGENCIAUNO
El fantasma que recorre a la educación y sus crisis tienen que ver con estos fenómenos emergentes y no con la simplona mirada elitista de Ortúzar, y menos con sus extemporáneas obsesiones contra las nuevas generaciones frenteamplistas.

La tesis aristocrática de Pablo Ortúzar sobre la educación superior chilena es una ofensa para generaciones de jóvenes que han podido acceder a ella en los últimos 40 años y que, gracias a lo cual, han experimentado nuevas posibilidades de vida que ayer les estaban negadas.

Su tesis central es que la masividad de la educación superior en Chile es un error garrafal, causante de su deterioro a la vez que de la frustración de expectativas de miles de jóvenes. Tal cual mi hija, que se culpaba de un temblor pues segundos antes había botado su tenedor al suelo, Ortúzar concluye que el Frente Amplio sostiene esta política para profitar del apoyo de millones de jóvenes eventualmente frustrados. Liviandad pura y dura.

En los años sesenta se levantó el clamor de la ciudadanía por universidad para todos, pues ya se advertía la educación meramente elitaria como factor que obstaculizaba el desarrollo de las fuerzas productivas y culturales del país cuando, además, ya se avizoraban las nuevas tendencias hacia la sociedad del conocimiento y la experiencia.

Vaya paradoja, pues tal consigna, de la izquierda chilena y mundial, la implementó en 1980 la dictadura militar. Fue parte de las transformaciones con sentido neoliberal que introdujeron los parámetros de mercado y conceptualizaciones como bienes de consumo, en ámbitos que el mundo aún considera como derechos sociales, mercantilizando la educación, así como la salud y las pensiones.

Con todo, en estos 30 años de democracia el progresismo fue ampliando el acceso a la educación superior y estableciendo un sistema de aseguramiento de la calidad respetado en el mundo. Pareciera que Ortúzar desconfía de quienes lideran y trabajan en este sistema puesto que la inmensa mayoría de las instituciones están acreditadas en su calidad en distintos estándares. Considérese que tales estándares de la calidad, en lo principal, se sustentan en la las características de sus estudiantes.

Aquí deviene un primer asunto de fondo. En todos los tiempos se han titulado médicos, ingenieros y abogados unos con evaluaciones sobresalientes y otros con evaluaciones de suficiencia. ¿Propone Ortúzar que sólo puedan ejercer los que se titulan con nota 7? Pues bien, en la diversidad de instituciones y características de sus estudiantes, unos egresados saldrán a ocupar cargos mayores en sus oficios y otros cargos de distintos niveles. No todos los ingenieros se encaminarán a cargos gerenciales en los bancos, como sucedía ayer, ahora también algunos serán buenos ejecutivos bancarios, lo que sin duda eleva la calidad de toda la cadena productiva.

Se critica que se están formando profesionales cesantes o fabricando frustraciones ex profeso. ¿Sugiere Ortúzar que es preferible tener cesantes ignorantes antes que “ilustrados”? ¿Acaso es mejor tener personas ignorantes frustradas que profesionales frustrados, si ese fuera el caso? Vaya qué sociologismo aristocrático.

La educación superior ya no es lo que era. Ha devenido desde el más alto umbral de las trayectorias formativas a un estadio pos escolar casi indispensable para acoplarse a los niveles de desarrollo social y productivo actuales. Pronto llegará el día de su obligatoriedad.

Hoy existen más jóvenes y adultos jóvenes en pos títulos y pos grados que hace 50 años en toda la educación superior. Ya nadie cuelga el título profesional en su oficina. Hoy la formación de las élites y su posicionamiento social dice relación principalmente con estudios pos profesionales y sus trayectorias en el trabajo o el emprendimiento.

Hace unas décadas los gremios de ingenieros del mundo pedían que se frenara la formación de estos profesionales puesto que no había más viviendas, hospitales, fábricas, puentes, etc para construir y se degradaría la profesión. Pues bien, hoy la mitad de los ingenieros del mundo se desempeñan en dominios que entonces no existían.

Existe el extraño sentido común acerca que el mercado debiera señalar que profesiones se requieren o no. Cuando se abrieron las carreras de cine y audiovisualismo se producían un puñado de películas en Chile, hoy varias decenas, y de calidad. Entonces no había mercado para estos graduados, porque el mercado es cortoplacista y miope. Mismo ha sucedido con profesiones como los video juegos o animadores digitales, las tecnologías de la información y tantas otras.

¿Y qué nos depara ahora la inteligencia artificial? La incertidumbre misma montada en la vertiginosa velocidad de los cambios, que ha llegado para instalarse como esencial en la vida humana, así como también la deconstrucción de lo sabido y la neoformación durante toda la vida, sumado a trayectorias flexibles y una experiencia formativa sostenida en la capacidad de atención como pilar sustantivo de ella.

El fantasma que recorre a la educación y sus crisis tienen que ver con estos fenómenos emergentes y no con la simplona mirada elitista de Ortúzar, y menos con sus extemporáneas obsesiones contra las nuevas generaciones frenteamplistas.

José Sanfuentes Palma