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Año nuevo chino: 4722 años de la gran civilización del Este

Por: Roberto Pizarro Contreras | Publicado: 08.02.2024
Año nuevo chino: 4722 años de la gran civilización del Este Imagen referencial – Año nuevo chino | AGENCIAUNO
El Festival de la Primavera trasciende la mera celebración temporal; es un reflejo vivo de la rica historia y tradición de un país, una ventana hacia la complejidad y la belleza de la cultura china que merece ser admirada y valorada en todo el mundo.

El ruido ensordecedor de los petardos y fuegos artificiales, y las performances lumínicas ejecutadas por drones o desplegadas en la superficie de los edificios de las futuristas metrópolis del país, marca el comienzo de un nuevo capítulo en el libro del tiempo de China. El Festival de la Primavera o Chūnjié (春节), también conocido como “Año Nuevo Chino”, ha sido una piedra angular en la vida de millones de chinos y asiáticos. Hoy trasciende las fronteras geográficas de Asia y se celebra con cada vez más entusiasmo y devoción en muchos lugares de América, Europa y Oceanía.

Desde el viernes 9 hasta el jueves 15 de febrero, millones de personas en todo el mundo se unirán para celebrar, de acuerdo al ancestral calendario lunar, el inicio del año 4722, correspondiente al Dragón de Madera.

A diferencia del Año Nuevo occidental, que se conmemora tras la adopción del calendario gregoriano a principios del siglo XX, el Festival de la Primavera hunde sus raíces en la mitología y la tradición. Una de las leyendas más veneradas es la del temible Nian, un monstruo feroz que habitaba en las montañas y descendía a los pueblos en la víspera del Año Nuevo lunar, para atacar a la gente y devorar el ganado y los cultivos, y cuya derrota se celebra como un triunfo sobre el miedo y la adversidad. Esto nos recuerda que, en su origen, esta festividad implica, entre otras cosas, una lucha por la supervivencia.

Pero como toda celebración tradicional, el Festival de la Primavera es mucho más que una batalla contra criaturas legendarias y los corolarios que pueden desprenderse de ella; es un crisol de significados en constante evolución.

En la estética contemporánea de esta festividad podemos observar aún el tributo a los antepasados y el inmenso movimiento migratorio (el más grande del planeta) que, con el retorno a sus hogares de cientos de millones de chinos, demuestra la importancia –si no el carácter sagrado– de los lazos familiares en la cultura china. Es difícil para el ser humano liberal de Occidente –que románticamente cree poder rehacer la historia y el destino con su sola voluntad, prescindiendo de quienes le precedieron– comprender este sentido de pertenencia y conexión entre las distintas generaciones.

Los chinos, en efecto, comprenden la humanidad como un continuum, que uno puede leer en el flujo curvado de los tejados o en la forma redonda de las mesas, que giran en inconmensurables ciclos durante las comidas. Las partes que componen la realidad, en efecto, no están atomizadas ni pueden desplegar su acción de forma unilateral sobre el medio en el que existen, ya que son moldeadas por él también. Ellas más bien están intrínsecamente conectadas entre sí y deben armonizarse en esta mutua dependencia, lo que se refleja en el espíritu colaborativo que impregna esta celebración.

Así, el Festival de la Primavera unifica a una nación y despierta un orgullo compartido por su rica cultura milenaria. A través de rituales y símbolos, como las linternas o lámparas rojas, los sobres rojos o hóngbāo (红包), y los adornos y amuletos que se cuelgan en las puertas y paredes, se fortalece además la creencia en la suerte y la buena fortuna.

En particular, con respecto al color rojo, cabe señalar que, contrario a la asociación que hace el comunismo occidental entre el rojo y la sangre de los trabajadores, en la cultura china el rojo ha simbolizado durante milenios la buena fortuna y la prosperidad. De hecho, habría sido el rojo junto al fuego y el ruido la tríada para ahuyentar al Nian y asegurar y proyectar la vida de la comunidad china.

Desde un punto de vista filosófico, quizá lo más fascinante del Año Nuevo Chino sea la oportunidad que ofrece para observar conceptos como el tao, la armonía y el ying y el yang. En este sentido, una nueva primavera es también un nuevo impulso, que en el contexto de la nueva China conlleva unidad territorial y social –pues el tao es uno y nos movemos a su ritmo–, el reconocimiento de las fuerzas y resistencias que se oponen en su seno –el yin y el yang–, y una manera inteligente de lidiar –o armonizarse– con ellas.

De ahí que tantos senderos sean zigzagueantes o sinuosos, o estén intervenidos por la naturaleza –o una réplica de ella, como son las montañas rocosas en los jardines–, porque la realidad ofrece oposiciones en el devenir humano, que sabiamente consideradas pueden implicar una interacción, incluso bella, entre las partes.

Esta expresión de la sabiduría ancestral es una manera de entender por qué y cómo las ideas comunistas occidentales llegaron a ser abrazadas por la nación china, y por qué y cómo también, desde una aparente paradoja que es tan novedosa como brillante –y que conversa con la interacción entre opuestos antedicha, y supera en maestría la noción de contradicción en Marx– se implementa una economía socialista de mercado, que ha rendido tan buenos frutos y ha engrandecido tanto al país, posicionándola como nación de avanzada en la Tierra.

En consecuencia, tiene sentido cuando la China contemporánea refiere su proyecto como uno “socialista con características chinas”. Porque se trata de un socialismo de nuevo cuño, moderno, revisor y crítico de la historia, ávido de aprender nuevas cosas de las naciones extranjeras, que no es ajeno a la bandera de la libertad desde el punto de vista del desarrollo y emancipación de su pueblo, y que está en sintonía con el presente y con una mirada de largo plazo en permanente y sistemática revisión, de acuerdo a la orgánica de los programas nacionales (como el Plan Quinquenal, la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, Made in China 225, entre otros). Un socialismo, en fin, que ha escrito su propia historia y que la continúa escribiendo con energía.

En conclusión, el Festival de la Primavera trasciende la mera celebración temporal; es un reflejo vivo de la rica historia y tradición de un país, una ventana hacia la complejidad y la belleza de la cultura china que merece ser admirada y valorada en todo el mundo.

Que este Año Nuevo Chino nos inspire a abrirnos desde la honestidad de conciencia y abrazar esta otra manera de entender y aprehender el mundo, recogiendo de ella lo que permita fortalecer nuestras democracias liberales occidentales, si no reinventarlas de manera original sobre nuestra tradición, así como la comunión cada vez más estrecha con los hermanos del Este.

Roberto Pizarro Contreras
Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China)