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Opinión

Piñera, el bueno

Por: Patricio Soto Caramori | Publicado: 09.02.2024
Piñera, el bueno Imagen referecial – Funeral de Estado | AGENCIAUNO
Que no les sea tan fácil instalarnos a sus seres de luz, que los alaben y santifiquen ellos, las elites de siempre y los advenedizos de ahora, pero no sus víctimas. Que no nos confunda la acción humana y decente del Presidente Boric con su familia y sepamos distinguirla de la posición política reivindicativa que hace de Piñera como “demócrata desde la primera hora”.

El rico se enorgullece de sus riquezas, porque siente que naturalmente atraen sobre él la atención del mundo y que la humanidad está dispuesta a acompañarlo en todas esas agradables emociones que tan fácilmente lo inspiran las ventajas de su situación. Al pensar en esto, su corazón parece hincharse y dilatarse dentro de él, y por este motivo siente más cariño por su riqueza que por todas las demás ventajas que le proporciona.

Smith, Teoría de los sentimientos morales.

La muerte no sustituye a la justicia, menos devuelve la visión o la dignidad arrebatada. La muerte de Sebastian Piñera no es la compensación de nada, ni vemos en el natural sufrimiento de sus cercanos una forma de redimir los sufrimientos de los propios, pero no iremos a ese lugar común de transformar, por el simple hecho de su muerte, al sujeto en ese ser puro y supremo que nos propone Karla Rubilar.

Piñera representa lo mismo antes que luego de su trágica muerte. Un experto en sacar ventaja, en transformar esas ventajas y privilegios en acumulación y poder económico, un experto en hacer trampa y vestirla como la combinación perfecta de esfuerzo e inteligencia, un gerente de la razón privada que quiso gerenciar lo público.

Piñera tenía la inteligencia que reconoce el modelo, la del especulador, del vivaracho, del ventajero. Se benefició de sus vínculos con la dictadura, acumuló riqueza mientras en Chile se desaparecía, asesinada y torturaba, llego a lo público ya con el poder que le daba su posición económica.

En la síntesis post mortem se le reconocen tres acciones como legado, la reconstrucción luego del terremoto del 2010, el rescate de los mineros y, en su segundo periodo, la gestión temprana de vacunas en la pandemia. Todas ellas acciones y decisiones explicadas por la “virtud gerencial” de su propensión al riesgo, quizás el atributo más valorado en el mundo de los negocios, la vida mirada y determinada desde la relación riesgo-rentabilidad.

Por esto sería más honesto por parte de sus partidarios, en vez de buscar imponer una santificación del personaje, recurrir al fundamento basal de la razón liberal, y que pudieran decir que Piñera fue un sujeto que buscando maximizar su propio beneficio, movido por el egoísmo, impulsó el bien común.

Con esta idea se puede discrepar y debatirla, pero hay honestidad y legitimidad intelectual en defenderla, no pasa lo mismo con la manipulación de la imagen del sujeto, la instalación de atributos que nunca tuvo, el reemplazo de las motivaciones de su acción pública, o el olvido súbito de su prontuario de negocios gris oscuro (Banco de Talca, coimas en Argentina, caso chispas, caso cascadas, operaciones en paraíso fiscales, entre tantos otros).

Podría esto no pasar de ser una reacción colectiva determinada culturalmente, una suerte de empatía mecánica con la muerte trágica e inesperada de una persona pública, un miembro de la “clase dirigente”, uno de los elegidos para que definan nuestro destino, un rito de la muerte trágica que dura poco más que el duelo oficial y luego necesariamente se vuele a la realidad concreta, tan poblada de otras tragedias colectivas.

Sin embargo, la simple revisión histórica muestra una alta densidad de personajes oscuros, siempre, o casi siempre hombres, ricos, aristócratas, políticos o militares o miembros del clero, cuya acción en vida estuvo definida justamente por la defensa de intereses de clase, pero donde la muerte los constituye en héroes, también y muchas veces fundamentalmente para los oprimidos. Sospecho que en el caso de Piñera no será distinto.

Que no les sea tan fácil instalarnos a sus seres de luz, que los alaben y santifiquen ellos, las elites de siempre y los advenedizos de ahora, pero no sus víctimas. Que no nos confunda la acción humana y decente del Presidente Boric con su familia y sepamos distinguirla de la posición política reivindicativa que hace de Piñera como “demócrata desde la primera hora”. Será la misma elite la que comience a reconocer en Boric brotes de estadista por su juicio arrepentido sobre Piñera, como si nada hubiera ocurrido, como si Gustavo Gatica siguiera viendo.

Patricio Soto Caramori
Vicerrector de la Academia de Humanismo Cristiano