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La distinción del tener

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 12.02.2024
La distinción del tener Imagen referencial | AGENCIAUNO
Lo que no pudieron dejar de enseñar las iglesias colonizadoras le hizo más sentido al pueblo común. Así se supo la imposibilidad de los ricos para entrar al cielo. Era más fácil, se dijo, como lo había dicho Jesús de Nazaret, que un camello pasara por el ojo de una aguja que un hombre rico alcanzara la maravilla del reconocimiento divino.

Tantas palabras sobre el expresidente Sebastián Piñera (1949-2024), con consideraciones hechas a la medida del lenguaje recortado de la elite. O de la masa aleccionada por ella. Al fin, una perfecta síntesis colonial. La elite relatando sus particulares intereses, sus protagonismos y modismos, convirtiéndolos en universales e intocables. Esta es sólo una parte de la historia.

En 2010 con ocasión del derrumbe de la mina San José, en Copiapó, reflexionó un intelectual francés: “Lo que nosotros vimos en Europa y Estados Unidos es que Chile es un país pobre y no un país europeo. Yo estaba en Nueva York, y la gente, sin saber mucho de Chile, miraba las caras de los mineros, de sus familias y eran indios, para nada ingleses […]. Vemos en la televisión a Piñera en París, muy elegante y muy europeo, nunca vimos antes a la gente chilena en la televisión […]. De Chile había una imagen de cierta homogeneidad, de ser un país de clase media, europeo, después de 30 años de crecimiento, y de repente descubrimos que hay distinciones sociales muy visibles entre la élite y las clases trabajadoras.” (El Mercurio, Santiago, 13.11.2010).

En el bicentenario de Chile, durante el primer gobierno de Piñera, se revelaron efectivamente los abismos históricos entre la elite y la multitud popular. Hasta el fin de la década pasada, con el estallido de 2019, durante el segundo gobierno de Piñera, la desigualdad entre la elite tan elegante y tan europea, y el pueblo con sus propias impresiones y expresiones, se mantuvo incólume, creciente y amenazante.

Nacido con característicos imaginarios indígenas, del Mediterráneo español y con componentes originales de África, el pueblo chileno supo relatar con voz genial su historia. No la impuesta por los colonizadores de ocasión, con los oropeles y los compromisos impositivos del mercado, el estado o las iglesias. Expresando sus propias convicciones sociales y religiosas la cultura popular supo decir las cosas con un sello inconfundible.

En 1782 cuando falleció el aristócrata corregidor de Santiago Luis Manuel de Zañartu el pueblo imaginó ingeniosas y humorísticas historias sobre su intento de alcanzar el cielo. El ilustre comerciante y político colonial se hizo célebre por su manera de apartarse del pueblo. Con el empeño de construir el fastuoso y moderno puente de Calicanto humilló a indios, africanos, y mestizos, con desacostumbradas e inhumanas exigencias. Sin respeto por sus derechos humanos.

El aristócrata se hizo temer y preció de tener, tener mucho. Dinero, mucho dinero, prestigio, fama, respetabilidad, mucha respetabilidad. En el círculo de las autoridades políticas y eclesiásticas virreinales. El pueblo se imaginó al apóstol San Pedro despojando de todos los méritos por los que se vanaglorió en vida el excéntrico Zañartu. Su linaje intachable, la integridad de su piedad católica, su espíritu progresista. Para bajarle los humos el portero del cielo tuvo que dejarlo esperando en las puertas de la gloria. No lo condenó, pero tampoco lo dejó entrar a la primera. No venia al caso tanto ataranto (Oreste Plath, Folklore chileno, Santiago: Nascimento, 1962).

El pueblo con su intuición y su experiencia histórica distinguió perfectamente las apreciaciones de los privilegios coloniales y la sabiduría de la enseñanza mística iniciada con el siglo I de nuestra era cristiana. Lo que no pudieron dejar de enseñar las iglesias colonizadoras le hizo más sentido al pueblo común. Así se supo la imposibilidad de los ricos para entrar al cielo. Era más fácil, se dijo, como lo había dicho Jesús de Nazaret, que un camello pasara por el ojo de una aguja que un hombre rico alcanzara la maravilla del reconocimiento divino (John D. Crossan, El Jesús de la historia. Vida de un campesino mediterráneo judío, Barcelona: Crítica, 2000; John Lynch, Dios en el Nuevo Mundo. Una historia religiosa de América Latina, Buenos Aires: Crítica, 2012).

Con el paso de los siglos estas certezas alimentaron la conciencia espiritual del pueblo para apreciar los sentidos de la vida y de la muerte, del bien y del mal. Para identificar los caminos claros de la redención. Para reconocer la bienaventuranza de ser pobre y la malaventuranza y la miseria de tener y retener la riqueza de este mundo. “Si querís seguirme a mí / le dijo al rico avariento / reparte cuanto tenís / por Asia, África y Europa” (Pascual Salinas, cantor a lo divino, “Jesucristo”, Talagante, siglo XX).

Y tal como dijo el historiador peruano Luis Alberto Sánchez de la psicología del pueblo chileno: “Desconfiada, silenciosa, suspicaz, tozuda, burlona, india” (L. A. Sánchez, Los fundamentos de la historia americana, Buenos Aires, 1943), en 2009, al enterarse de la primera campaña presidencial de Piñera, comentó el hecho el escritor chileno Pedro Lemebel, defensor entusiasta de pobres, mestizos y marginados, expresando con humor los sentimientos comunes y corrientes del pueblo.

En esa instancia Lemebel apuntó: “Demasiado barato quiere comprarse este paisito don Piñi, usted que va por la vida tasando y preguntando cuánto vale todo […]. ¿Cómo puede haber gente tan enguatada de paisaje? Me parece obscena esa glotonería de tanto tener. Me causa asombro que más encima quiera dirigirnos la vida desde La Moneda […]. Qué delirio, mister Piñi, ¿por qué no se va a Europa si ve que nunca va a poder blanquear la porfiada cochambre india de nuestra raza?” (Pedro Lemebel, Háblame de amores, Santiago: Planeta, 2016, 189-190; Equipo de Política de El Mostrador, “Piñera bueno y malo a la vez”, El Mostrador, 11.2.2024).

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.