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Enfermedad y lenguaje: La importancia de las palabras

Por: Pamela Jofré Pavez | Publicado: 25.02.2024
Enfermedad y lenguaje: La importancia de las palabras Imagen referencial | AGENCIAUNO
Se lee un poema con delicadeza, con cuidado, con calma, para descubrir lo que hay en esas palabras, en la musicalidad, en los puntos suspensivos. Asimismo, las personas necesitan ser acogidas con ternura, apertura mental y una postura de curiosidad, para dejarse invadir por todos sus lenguajes y por su historia, porque en esas lides el o la paciente es el experto y quienes están del otro lado deben disponerse en la mejor actitud para comprender esos lenguajes y lo que se nos trata de decir.

Nuestro mundo se va construyendo con palabras. La mayoría de las veces han sido nuestras madres las encargadas de proporcionar ese lenguaje, por eso vamos amando las palabras que aprendemos, que nos importan y que están provistas de esas emociones que fueron parte de nuestros inicios, de nuestro despertar. Se trata de una casa común donde palabra a palabra vamos dando sentido a lo que nos rodea, y nos va construyendo un universo de significados que nos comunica, nos interpreta y nos permite conocer el mundo.

Pero el lenguaje no es sólo palabras conocidas y comunes, el espacio con otro se construye de fonemas, silencios, gestos y actitudes donde la medida en vocablos no es lo fundamental para comprender que todos nos sumergimos en el espacio de la interpretación.

Un encuentro, una cita en un centro sanitario también trata de eso mismo. Arribamos a esos espacios con expectativas que no son otra cosa que un encuentro de lenguajes. Y ahí es cuando surgen las primeras complicaciones. Lo que quiero expresar, lo que se entiende de lo que decimos, cómo se nos interpreta y por supuesto lo que se nos devuelve. Todo en un tiempo reducido, que de antemano, nos hace a nosotros mismos talar la narración pura de nuestra dolencia. El cerebro lo tiene muy en cuenta y por ello va creando metáforas que son propias del padecer y suelen acortar trayectos explicativos.

Cuando enfermamos es necesario captar lo que las palabras de nuestro padecer transmiten y quienes están del otro lado realmente ingresen a nuestro mundo a través de estas palabras, a la puerta de la imprescindible comunicación, elemento inicial de nuestros cuidados. Sin comunicación ni fluidez en ello, no hay nada, seríamos sólo un cuerpo a reparar y nadie quiere serlo.

Muchísimas veces nuestro propio lenguaje se hace ambiguo porque desconocemos nuestros cambios, estamos asustados y las emociones nos bloquean al punto de aceptar lo que se ha interpretado con poca participación de nosotros; no hay otra salida. A veces entendemos después, manipulando papeles y un listado de exámenes, recetas e indicaciones por llevar a cabo.

¿Cómo renunciar a la necesidad de la palabra, dulce, comprendida, mesurada, interpretada y consensuada para una medicina consciente y personalizada? Imposible, sería renunciar a nosotros mismos, a nuestra esencia, contribuyendo nosotros mismos a la despersonalización.

Con la idea de hacer justicia en estos ámbitos y otros es que surge el movimiento de la medicina narrativa a fines de los años 90. La idea de sus precursores se ha centrado en dotar de habilidades narrativas a las futuras generaciones de profesionales, para que de la misma forma que consiguen un dominio de saberes científicos, estos vayan aparejados de saberes humanos, que los habiliten en comprender historias, que como ya hemos mencionado son cuestiones de lenguaje y todas las complejidades que subyacen allí.

La medicina narrativa se vale de enfoques literarios y su reflexión profunda nos va habilitando en desenmarañar los lenguajes en el espacio sanitario, a interpretar los gestos, los silencios de las personas y respetar sus preferencias, sus valores y lo que ellos refieren prioritario en sus cuidados. Es lo que desde el año 2017 se viene implementando en la Escuela de Medicina de la Universidad de Valparaíso.

Saber lo que padece una persona, cómo se transforma su vida y qué necesita para sentirse cuidado es esencial en el entrenamiento de la medicina narrativa.

Se lee un poema con delicadeza, con cuidado, con calma, para descubrir lo que hay en esas palabras, en la musicalidad, en los puntos suspensivos. Asimismo, las personas necesitan ser acogidas con ternura, apertura mental y una postura de curiosidad, para dejarse invadir por todos sus lenguajes y por su historia, porque en esas lides el o la paciente es el experto y quienes están del otro lado deben disponerse en la mejor actitud para comprender esos lenguajes y lo que se nos trata de decir.

Cuando creemos que se ha producido esa comunión, esa interpretación, llega la necesidad de expresarse nuevamente a través del lenguaje. Los referentes en el espacio sanitario transmitirán el diagnóstico, las indicaciones y los pronósticos de las dolencias en un lenguaje que se espera sea comprensible y sobre todo, que cada una de las palabras que se utilizará para ello venga prescrita en las dosis, tonalidades y momentos correctos. Para ello también la medicina narrativa puede dar una mano a los profesionales.

En este punto valdría muy bien la pena recordar que nuestras primeras palabras, nuestro abordaje inicial con las personas enfermas se construye con el lenguaje, es una de nuestras primeras terapias. Estas primeras aproximaciones lingüísticas emulan al “pharmakon” del Fedro, el famoso diálogo de Platón. Un veneno que puede ser bueno y malo al mismo tiempo. Usarlo en dosis justas es todo un arte. Se trata de no dañar, para ser precisos, para poder efectivamente usarlo y comenzar a construir una comunidad compasiva con quienes atendemos y que se enlaza a través del lenguaje.

Pamela Jofré Pavez
Gastroenterologa Infantil, especialista en medicina narrativa y bioética. Directora del Laboratorio de Medicina Narrativa de la Universidad de Valparaíso.