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Ser con-otros. Diálogo, conversación y convivencia democrática

Por: Cecilia Sánchez | Publicado: 04.04.2024
Ser con-otros. Diálogo, conversación y convivencia democrática Cámara Baja | AGENCIAUNO
Creo que desde el momento en que hablamos tenemos un camino reflexivo ya hecho, porque salimos del solipsismo de nuestra intimidad para presentarnos ante los demás. De este modo, abandonamos nuestras emociones introspectivas y nos singularizamos en lo público, sin seguir la corriente y el eslogan fácil al que nos acostumbra la cultura de masas que intenta administrar nuestras individualidades.

De modo global podemos constatar que hoy en día aparece en entredicho el diálogo: ya como conversación, acuerdo, desacuerdo e interpelación. Este déficit se presenta en Chile bajo el manto de la desconfianza en la esfera de la política, la economía, la escena pedagógica, familiar, ciudadana, entre otras. Y es preocupante nuestra dificultad relacional porque facilita la percepción fantasmática del Otro bajo devaluaciones que nos precipitan en violencias como aquellas del acoso escolar, la violencia de género, la xenofobia y el individualismo como encierro en sí mismo.

En la esfera de la política, se vuelve costumbre la relación dicotómica entre “ellos” y “nosotros”, que en Chile fue ejercitada por Valentín Letelier en el siglo XIX para dar cuenta de la oposición entre liberales y conservadores. Se trata de la oposición entre posturas o estilos de polarización que carecen de mediaciones, uno de cuyos ejemplos más reciente es la discusión sobre una nueva constitución, a la que debimos renunciar por carecer de virtudes dialogantes.

¿Por qué es tan necesario conversar, dialogar o interpelarse? En primer lugar, porque nos permite convivir. Un convivir democrático, de género y antirracista que nos admite en una conversación infinita. También facilita el acto de pensar, definido por Platón como conversación con-otros, pero también consigo mismo/a.

El filósofo chileno, Humberto Giannini, nos dice que un diálogo se entabla cuando reconocemos un problema, pero sobre todo cuando se nos revela la condición “bicéfala” del lenguaje y del pensamiento, pues nos hace aceptar que hay más de una forma de abordar un problema. Siguiendo con Giannini, nos dice que en medio de un conflicto necesitamos “hospedar ideas”, pero también “dejar partir” algunas de nuestras convicciones más arraigadas. Es curioso, pero en Chile estas acciones se califican de “volteretas, confirmando que apreciamos como virtudes las coherencias fundamentalistas carentes de examen crítico.

A nivel ético-político, es necesario revisar nuestras capacidades para la conversación, la convivencia, la amistad y la solidaridad, por tratarse de disposiciones que nacen de nuestra condición de seres plurales. En esta línea, Hannah Arendt rescata el perdón y la promesa; Emmanuel Levinas propone la responsabilidad ante la interpelación que nos hace otro; Enrique Dussel destaca la solidaridad, que en Chile felizmente no nos falta en medio de los desastres que nos acechan. Cuando carecemos de estas cualidades Jean- Luc Nancy responsabiliza la concepción moderna del individuo que, encerrado en sí mismo, carece de inclinación al otro.

De igual modo, Jacques Derrida nos recuerda que conversaciones o acuerdos puramente fraternales son peligrosos cuando surgen en la discusión entre amigos, pues la amistad entre iguales es equivalente a una relación familiar incapaz de relacionarse con un o una diferente, que Dussel caracteriza de “amistad alternativa”.

Desde el lugar del Otro, el mismo Enrique Dussel nos hace saber que en América Latina hemos sido calificados de “inmaduros” o “inferiores”, haciéndonos “culpables” ya por “pereza” o “cobardía” ante lo que en Europa se entendía como progreso. Estas calificaciones también nos indican el necesario diálogo entre culturas y la necesidad de abandonar el solipsismo de una modernidad autocentrada para poner en su lugar una co-modernidad que se resiste a las definiciones tajantes y los saberes asimétricos.

Para terminar, quisiera que admitamos nuestra condición de seres relacionales de ser-con otros, así convivimos en la convergencia y divergencia, como nos dice Maximiliano Figueroa en su lectura sobre Giannini. Por mi parte, creo que desde el momento en que hablamos tenemos un camino reflexivo ya hecho, porque salimos del solipsismo de nuestra intimidad para presentarnos ante los demás. De este modo, abandonamos nuestras emociones introspectivas y nos singularizamos en lo público, sin seguir la corriente y el eslogan fácil al que nos acostumbra la cultura de masas que intenta administrar nuestras individualidades.

Nota de la autora

Esta reflexión forma parte de la investigación Fondecyt: “Examen ético-político sobre la modernidad y el problema del Otro en América Latina”, ANID, N°1200231.

Cecilia Sánchez
Doctora en Filosofía. Universidad Academia de Humanismo Cristiano