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Opinión

Hacer música como profesión: Ni tan terapéutico ni tan romántico

Por: María Rosario Bravo Collado | Publicado: 16.04.2024
Hacer música como profesión: Ni tan terapéutico ni tan romántico Imagen referencial | AGENCIAUNO
Los malos tratos y la excesiva presión sobre los estudiantes en Chile se ha convertido este mes en tema de debate público, luego del lamentable suicidio de una estudiante de la Universidad de Los Andes. La siguiente columna extiende el caso a quienes siguen carreras vinculadas a la música: «En conservatorios, universidades, e institutos profesionales, la excelencia musical a menudo se fomenta a partir de una cultura de miedo y autoritarismo».

Si bien el contenido de esta columna aborda temas relacionados con la salud mental desde una perspectiva respetuosa y preventiva, promoviendo la salud mental y el autocuidado, es importante destacar que no debe interpretarse como un sustituto del consejo específico de un profesional cualificado en salud mental. Si estás enfrentando una emergencia o crisis de salud mental asociada al suicidio, puedes contactarte con un psicólogo especialmente capacitado que te escuchará y ayudará en la línea telefónica *4141, que es completamente gratuita y está disponible para llamar desde celulares, los 7 días de la semana, las 24 horas del día.

«Son los críticos los que impulsan las mejoras. Los críticos son los verdaderos optimistas», afirma el autor y compositor estadounidense Jason Lanier en su libro The Social Dilemma. De acuerdo a eso, uno esperaría que las instituciones de educación superior celebraran la capacidad de sus alumnos para identificar problemas y proponer mejoras en la formación profesional.

Sin embargo, y como hemos podido verlo dramáticamente este mes en Chile, la experiencia de estudiantes como Catalina Cayazaya demuestran lo contrario.

En una carta abierta (ver aquí), la madre de la estudiante denunció los abusos y malos tratos que sufrió su hija durante su internado en la carrera de Terapia Ocupacional, los cuales la llevaron al suicidio. A pesar de las múltiples denuncias realizadas al respecto por ambas, los protocolos y reglamentos correspondientes no fueron respetados. Hace unos días, la Superintendencia de Educación Superior hizo público que, debido a la gravedad de esta situación, actuará de oficio para esclarecer lo ocurrido (ver aquí).

Lamentablemente casos como el de Catalina no son aislados, tal como lo confirman los numerosos testimonios que en estos días circulan sobre establecimientos educativos y de salud que no resultan entornos seguros para mucho/as estudiantes. Como directora de coros e investigadora musical, puedo dar fe de que en la música también se realizan prácticas abusivas, a menudo normalizadas por profesores y autoridades.

Esta normalización del abuso da cuenta de una ideología neoliberal que despolitiza e individualiza los conflictos, desviando la atención de los problemas sistémicos. Entre estos últimos, destaca la enorme presión por alcanzar el éxito musical, la cual se ve exacerbada por la romantización de la profesión musical, que pasa por alto los desafíos inherentes a la carrera. Se espera que los músicos superen cualquier dificultad en nombre del arte. Incluso, algunos profesores son especialmente maltratadores para “probar” el carácter de sus alumnos y descartar a aquellos que no están dispuestos a soportar abusos con tal de avanzar en su carrera musical.

El libro Can Music Make you Sick? (¿Puede la música enfermarte?) desmitifica la idea de que hacer música de manera profesional sea siempre una experiencia positiva y terapéutica. Por el contrario, puede incluso llegar a ser traumática. Según una encuesta realizada en el Reino Unido a músicos profesionales (ver aquí: Gross y Musgrave 2020), el 71,1% de los encuestados reporta haber sufrido ataques de pánico y/o altos niveles de ansiedad, mientras que un 68,5% indicó haber tenido depresión.

Entrando en el detalle de la encuesta queda claro que las mujeres enfrentan un panorama aún más desolador, con un 77,8% de las entrevistadas informando ataques de pánico o altos niveles de ansiedad, en comparación con un 65,7% de los hombres.

Además, las mujeres están expuestas al acoso sexual, según evidencia un informe realizado por un sindicato de músicos, donde el 50% de las consultadas informó haber sufrido acoso sexual en contextos laborales.

Estos datos sugieren que los músicos tienen tres veces más probabilidades de experimentar problemas de salud mental que el público en general.

Otro problema sistémico tiene que ver con las condiciones laborales de los trabajadores de la cultura, quienes operan en un contexto de precariedad de base. En Chile, un alarmante 88,3% trabaja sin contrato, y un 59% no está afiliado a ningún sistema de pensiones ni seguridad social (ver aquí: Brodsky, Negrón y Possel 2014).

Según las musicólogas Eileen Karmy y Estefanía Urqueta (ver aquí: 2021), esta situación es aún más problemática para los trabajadores de las artes performáticas, cuyo trabajo es en gran medida inmaterial, lo que dificulta la generación de ingresos asociados.

La mala salud mental de los músicos se origina incluso desde antes de convertirse en músicos profesionales. En conservatorios, universidades, e institutos profesionales, la excelencia musical a menudo se fomenta a partir de una cultura de miedo y autoritarismo, que incluso permea proyectos de acción social, tan relevantes como El Sistema de Orquestas de Venezuela (ver aquí: el trabajo de Geoff Baker sobre el tema).

Sin embargo, no existe evidencia de que esta sea la mejor forma de enseñar. Por el contrario, la evidencia sugiere que los estudiantes con alto rendimiento musical valoran no solo la competencia musical de sus docentes, sino también su capacidad para impartir clases de manera entretenida y amigable (Davidson, 2002).

 

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Gracias a la denuncia de la familia Cayazaya Cors y la visibilidad que le han dado sus compañeros, nos damos cuenta de la importancia de tener y respetar protocolos y reglamentos que permitan prevenir e intervenir oportunamente en situaciones de violencia. Lamentablemente, la mayoría de las instituciones y agrupaciones musicales, como orquestas, coros, bandas y academias de música carecen de dichos protocolos, lo cual es especialmente grave considerando que muchas de estas instituciones trabajan con menores de edad.

El caso de Catalina evidencia que las «soluciones parche» a problemas de raíz no solo resultan insuficientes, sino que además implican una irresponsabilidad y complicidad frente a graves casos de abuso. Es hora de abandonar las malas prácticas aprendidas y comenzar a utilizar nuestra creatividad no solo para expresarnos artísticamente, sino también para buscar métodos alternativos de enseñanza y creación musical que pongan el foco en las personas y no solo en el producto artístico.

Tal vez podríamos extraer enseñanzas de los músicos comunitarios, quienes desafían la noción de que solo algunos nacen con talento musical y, por lo tanto, tienen derecho a dedicarse a la música, mientras que otros quedan relegados al consumo pasivo o a roles secundarios en grupos musicales. La música comunitaria propone una visión radicalmente diferente de la música, centrada en la coautoría, la resolución colaborativa de problemas y el potencial creativo de todos los miembros de una comunidad.

A través de su práctica, la música comunitaria busca transformar actitudes, comportamientos y valores relacionados con la música. Basta con buscar en el barrio una banda de bronces, una murga, una comparsa o un coro compuesto por músicos profesionales y no profesionales para darse cuenta de que existen otras formas posibles de hacer música y comunidad.

María Rosario Bravo Collado
Tesista del Núcleo Milenio en Culturas Musicales y Sonoras (CMUS), Doctora (c) en Artes, mención Música (PUC), Master of Music- The University of Manchester y Directora de Coros (U. de Chile).