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Sufrimiento universitario: ¿Hipersensibilidad o la insistencia de un problema?

Por: Ángela Cifuentes | Publicado: 17.04.2024
Sufrimiento universitario: ¿Hipersensibilidad o la insistencia de un problema? Sufrimiento universitario | AGENCIAUNO
El argumento de “casos aislados” podría justificar malos tratos y abusos, y a su vez, normalizar los efectos sociales de la retórica sacrificial. Pero hay sufrimientos que forman parte del engranaje de productividad y prestigio de las culturas académicas, y sólo casos extremos y dolorosos como el suicidio de una estudiante llevan a insistir con el problema.

Hace una semana se hizo público el suicidio de Catalina, una estudiante de terapia ocupacional de la Universidad de Los Andes. En una carta la madre describe que la joven entró a estudiar “con ganas de vivir” y que “pasó los primeros 4 años sin problemas, querida por sus pares y profesores”. Cuando realizaba su internado, Catalina relató una serie de irregularidades y malos tratos por parte de una docente, hechos que fueron denunciados a las autoridades de la universidad.

Al respecto, la madre señala: “fue tratada de ‘sensible’, como si serlo fuera algo negativo. Catalina fue educada con amor y respeto. Se le inculcó la importancia del respeto, la empatía y la solidaridad. Así que, efectivamente, era una mujer sensible, de lo cual me siento orgullosa” (ver la carta completa aquí).

Sensibilidad. Una palabra que suele circular con distintos usos, matices y contextos. En el ámbito académico y político ha sido objeto de diversas controversias, a menudo vinculada a la crítica al “woke” que resuena irónicamente toda vez que pensamos en nuestra historia reciente: un Chile que habría despertado, durmiéndose nuevamente en el cansancio de subjetividades implosionadas ante la exigencia de (sobre)vivir el día a día, extraviando la imaginación de otros mundos.

Es en este escenario que el término “woke” se ha convertido prácticamente en un fetiche cada vez que se desea criticar a quienes persiguen justicia social desde luchas feministas, minorías racializadas o disidencias, para en su lugar apelar al retorno de valores humanistas universales. Pero este tema y sus opacidades es otro asunto respecto del cual profundizaré en otro momento.

Lo cierto es que el término “woke” ha comenzado a circular en los espacios académicos, permeando no sólo los diálogos entre intelectuales sino que también los modos de aproximarse y leer las demandas estudiantiles enunciadas desde el lenguaje de la salud mental. Como describe la madre de Catalina, se trataría de una sensibilidad codificada así por la institución, en respuesta a una queja movilizada por prácticas docentes autoritarias y de (mal)trato.

Es precisamente el trato, una dimensión de la experiencia social cotidiana, la que habría que comenzar a interrogar. Como muestra la investigadora Kathya Araujo en un estudio empírico sobre interacciones cotidianas, estaríamos más atent-s a las “desigualdades interaccionales o de trato”. Este tipo de desigualdades son las que más molestarían a l-s chilen-s de manera transversal a sus clases sociales y edades.

Pero, además, señala algo fundamental: la percepción de estas desigualdades, en lugar de perseguir exclusivamente el reconocimiento de una identidad implica una búsqueda de ser “bien” tratad-s, esto es, lejos de humillaciones y más próxim-s al tacto, las sensibilidades.

En las protestas por la salud mental universitaria en abril de 2019, una de las polémicas surgió a raíz de comentarios de docentes sobre las expresiones y exigencias de l-s estudiantes. Algunos acusaron “clientelismo estudiantil”, otros hablaron de una “generación de cristal” inmediatista, que osaba cuestionar el mito sacrificial como único destino de la experiencia universitaria.

La pregunta que se instalaba era algo así: si nosotr-s en nuestros tiempos de estudiantes sacrificábamos la vida en pos del progreso, éxito y ascenso personal vía estudios superiores ¿de qué se quejan ustedes? Más allá de las tensiones que suscitó el debate, ahora es necesario poner atención a la forma que adoptan tales quejas y cómo fuerzas sociales más amplias toman forma en la vida cotidiana y en aquello que denominamos salud mental.

El 2022, la madre de un estudiante de medicina de la Universidad de Valparaíso que se suicidó, comenzó una búsqueda por mejorar las condiciones de la salud mental universitaria en Chile. Luego de un trabajo con parlamentarias y la Confech, impulsaron un proyecto que buscaba “dar visibilidad” a los sufrimientos universitarios a través de una moción de ley aún en tramitación.

En una entrevista la madre se refirió de un sistema universitario donde “se privilegia el exceso y no se hace cargo de quien fracasa, tiene problemas personales o académicos… No se regula la responsabilidad de la docencia, sino más bien se protege el financiamiento y el mercado designado por la competencia”.

La interpelación de Odette sugiere aproximarnos a cómo se ensamblan las características del sistema educativo superior; las transformaciones socioculturales y exigencias de competencia/rendimiento; sus sedimentos históricos (meritocráticos/clasistas/patriarcales) y sus implicancias en la reproducción de desigualdades según tipo de universidad; con los modos de nombrar, experimentar y hacer con la experiencia de sufrimiento en la vida universitaria.

Investigaciones recientes han mostrado el valor del material etnográfico y de metodologías situadas, criticando que las intervenciones individualizadas (técnicas de afrontamiento y resiliencia, dispositivos digitales, etc) a menudo dan cuenta de una desconexión con la evidencia de factores ambientales complejos y cómo las fuerzas sociales dan forma a la salud mental universitaria.

Esto es relevante sobre todo respecto de cómo las experiencias de sufrimiento tienen particularidades según cada carrera y contexto institucional, observándose que estudiantes del área de la salud conciben las etiquetas de salud mental en términos de deterioro funcional, lo que desencadena mayor autocrítica de sus capacidades y miedo a la discriminación, vinculado con las altas tasas de actitudes estigmatizantes entre profesionales de la salud.

El argumento de “casos aislados” podría justificar malos tratos y abusos, y a su vez, normalizar los efectos sociales de la retórica sacrificial. Pero hay sufrimientos que forman parte del engranaje de productividad y prestigio de las culturas académicas, y sólo casos extremos y dolorosos como el suicidio de una estudiante llevan a insistir con el problema.

Es por esto que las aproximaciones institucionales, gubernamentales e investigativas no pueden omitir las experiencias de quienes padecen, gestionan o cargan con el dolor de una pérdida. El suicidio de Catalina nos interpela, exigiéndonos habilitar una ética de posicionamiento y sensibilización.

Ángela Cifuentes
Doctora en ciencias sociales (UCH) y en antropología médica y salud global (URV, co-tutela), psicoanalista e investigadora.