Avisos Legales
Opinión

Después del muro de Berlín: El entramado de una distopía donde agoniza la libertad

Por: Tomás Pérez Muñoz | Publicado: 23.04.2024
Después del muro de Berlín: El entramado de una distopía donde agoniza la libertad Imagen referencial | AGENCIAUNO
La libertad, con la que tanto se regocijó Occidente en la Guerra Fría, ha caído en un lamentable letargo, en tanto hemos perdido la consciencia de nuestro sometimiento. La mayoría vive sujeta a la restricción de la rutina, presa de las expectativas de productividad y rendimiento, empero, no visualiza la explotación y coerción que recae sobre sí bajo el mantra de producir más.

¿Te imaginas perder tu libertad?

Seguramente, para la mayoría aquello implica caer en un estado de cautiverio, vivir prisionero de una retención forzosa y trabajar simplemente por antonomasia. En cualquier caso, un escenario alejado de nuestra realidad.

En el marco de la Guerra Fría, muchas figuras de Occidente se inspiraron en este concepto para apaciguar el descontento social contra el capitalismo. Así pues, centenares de discursos, films, creaciones literarias y, en definitiva, panfletos ideológicos, se destinaron para retratar el triunfo del estatismo como la agonía de la libertad y así escenificar al librecambismo como la única alternativa viable.

El mantra «No hay alternativa», atribuido originalmente a Margaret Thatcher, se transformó en la directriz de los líderes de este bloque.

Tras más de tres décadas del descenso de los socialismos reales, la hegemonía neoliberal se ha volcado a cada rincón del mundo. No sería raro encontrarse actualmente más de un McDonald’s en lo que alguna vez fue Leningrado o Stalingrado.

La globalización del capitalismo, sin embargo, ha puesto en tela de juicio la libertad. En la posmodernidad, vivimos presos de nuestras propias rutinas, atrapados en las exigencias que nosotros mismos nos ejercemos y sometidos al ansía de eludir esta realidad por intermedio del entretenimiento y el consumismo. Después del Muro de Berlín, somos testigos de la agonía de la libertad.

En los lejanos ensayos de la Guerra Fría que buscaron entender el comportamiento del cuerpo social, Michel Foucault planteaba que la opresión de los poderes fácticos provenía de una entidad externa que, por medio de la vigilancia y el suplicio, se encargaba de someter a los sujetos a la voluntad del status quo. Eran, pues, sociedades disciplinarias marcadas por la negatividad y la prohibición.

En el contexto posmoderno, sin embargo, dicho modelo de civilización ha quedado obsoleto. En su lugar, en la jerga del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, hoy habitamos en el marco de las sociedades del rendimiento, donde cada individuo cree ser dueño y -por tanto- responsable de su propio destino.

Para Han, «La actual sociedad del rendimiento, con sus ideas de libertad y desregulación, elimina en masa barreras y prohibiciones, que son las que constituyen la sociedad disciplinaria» (1). De este modo, el sujeto tardomoderno se expone por medio de la tecnología a una sobreestimulación de información que crea un estado permanente de positividad.

Las redes sociales, en ese sentido, juegan un rol clave en este panorama, en tanto permiten la segregación de dopamina (la hormona ligada al placer) a través de la explotación del carácter social del humano. La simple idea de poder cuantificar la popularidad gracias a los Likes, seguidores o visitas al perfil, derivan en toda una innovación en nuestros sistemas de recompensas.

En la década de 1930, B.F. Skinner creó un experimento consistente en la administración de refuerzos positivos y negativos con el objetivo de inducir a sus ratas de laboratorio a repetir o evitar un comportamiento respectivamente. El connotado psicólogo notó a poco andar que los roedores respondían de forma más intensa al estímulo per se que al refuerzo positivo. Así pues, se concluyó que la incertidumbre de una posible recompensa suscita mayor placer que el resultado en sí.

Aldous Huxley, conocedor de las conclusiones de Skinner, planteó en sus escritos el peligro latente de la utilización de estos conocimientos por parte de una oligarquía en pos de someter a la población mediante la estimulación positiva, creando la ilusoria sensación de libertad.

«Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre» (2) sostenía dicho novelista.

Ciertamente, actualmente nos hemos reducido a prisioneros satisfechos con nuestra esclavitud. El neoliberalismo, por intermedio del entretenimiento y el consumismo, nos desconecta de la realidad a fin de evitar cualquier atisbo de pensamiento crítico inquisidor de los intereses del establishment. Una población inconsciente es, consecuentemente, una masa sometida a las voluntades ajenas, cuyos individuos permanecen inertes y diluidos en la positividad.

La libertad, con la que tanto se regocijó Occidente en la Guerra Fría, ha caído en un lamentable letargo, en tanto hemos perdido la consciencia de nuestro sometimiento. La mayoría vive sujeta a la restricción de la rutina, presa de las expectativas de productividad y rendimiento, empero, no visualiza la explotación y coerción que recae sobre sí bajo el mantra de producir más.

¿Te imaginas perder tu libertad? Después del muro de Berlín, parece ser que las distopías de antaño, que presagiaban la agonía de la libertad, se han materializado.

Tomás Pérez Muñoz
Dirigente estudiantil en la comuna de Villa Alemana