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Opinión

La imposición de un tiempo mutante

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 27.04.2024
La imposición de un tiempo mutante Imagen referencial | AGENCIAUNO
No es posible definir lo mutante porque, justo, siempre muta. Pero este proceso es sin destino, el mutante no es teleológico, sino que busca su proteína en lo contingente, entendiendo que en tanto lo subordine siempre podrá gestionar nuestra perplejidad. ¿Qué hacer entonces con el mutante sin rostro que nos gobierna y monitorea? ¿cómo enfrentar a su tiempo? ¿qué sociología reconocer ahí donde el vínculo fue desintegrado?

En biología, y especialmente en genética, lo mutante se define como “un organismo o un nuevo carácter genético que surge o resulta de un caso de mutación, que generalmente es una alteración de la secuencia de ADN de un organismo”. Vemos entonces que, en principio, aquello que podemos llamar mutante es fruto de un proceso, no es espontáneo ni autogenerado, sino que siempre obedece a una alteración relevante en la estructura fundamental (ADN) y deviene de ella.

A diferencia del monstruo, que es sin origen, sin representación previa y no muta, sino que es una alteridad completamente otra, radical, el mutante es tanto efecto como proceso (mutación) y su condición de posibilidad, es decir de aparecer en el mundo natural como un ser vivo, no radica en la automática generación de una desviación del curso normal de un organismo sino que, se insiste, de un desplazamiento en el tiempo con ciertas características y fases que lo establecen.

Pese lo anterior lo mutante igualmente es una “alteración”, lo no esperable; una degeneración, una nueva especie de la especie madre o, bien, el reflejo deformado de nuestras certezas más fosilizadas. Lo mutante no es el orden de las cosas –el régimen– más bien por el contrario, es una suerte de cronopio o exergo (lo fuera de obra) pero que, sin embargo, y aunque su existencia esté marcada por la excepción, siempre puede perturbar lo normal y transformarse en tiempo político, en sociología extendida y generalizada, en fin, en el sello de una temporalidad que deviene sustantiva y expresiva de una sociedad completa.

En este sentido ¿de qué va el tiempo mutante que como sociedad experimentamos? ¿cómo nombrar una temporalidad que es fruto de diferentes brotes y estados de sublimación al interior de la cual no pudimos generar un proyecto colectivo?

Después de una revuelta social y cultural sin parámetros, de una Asamblea Constituyente en la que por primera vez el margen se reveló incumbente y con potencia deliberativa; posterior a la elección de un presidente con características mesiánicas al cual muchas/os apoyamos sin reservas y parecía encarnar la promesa extraviada de la izquierda; a la vuelta de la brutal restauración conservadora y el triunfo del paradigma securitario y la revitalización de nuestro culto al crecimiento y, finalmente, después del derrotero sin destino de un proceso constituyente gestionado por la extrema derecha que del mismo modo fue rechazado dejando al país aferrado al artefacto ilegítimo y espurio de la Constitución de 1980, nos preguntamos ¿cómo habitar lo que se nos hereda y convivir con el mutante?

Difícil herencia, sería mejor no reclamarla. Porque en este caso lo que se nos hereda es sin nosotros; no somos parte del patrimonio reservado para los propietarios típicos. Se trata más bien de la imposición de un tiempo mutante en el que rentabilizan los cleptócratas reconocidos y en el que las fuerzas subterráneas transmiten corriente animando entonces la estructura de dominación clásica, la subordinación folclórica.

Lo que es el recado de un naufragio, de una pérdida; pérdida en la que toda nuestra noción de lo común, al día de hoy y en los intestinos del mutante, es nada más que un eslabón extraviado, craquelado y desterrado de la faz de lo político, heredándonos entonces una sociología exótica, excéntrica: una sociología sin sociología; una en la que el tejido social dejó de ser lo propio de una comunidad, de un grupo, de un pueblo. La sociología de un país sin núcleo.

En Chile no hay tejido social, no hay sociedad, sino una compleja y efectiva máquina de mutación que nos implica a todos en una temporalidad bizarra, extendida y triste, pero útil cuando de resintonizar el poder se trata. De esto va nuestra tradición que con luces glamorosas y alfombra roja indica el camino hacia el salón vip de los exclusivos y, en un mismo movimiento, el destierro al margen de los excluidos.

Es el tiempo mutante. Y es muy posible que en las próximas elecciones presidenciales tengamos que elegir entre Matthei y Kast, es decir entre lo mismo, pero con muecas más moderadas una y más sanguinarias otro; aunque ambos se reúnen y unen en su habitus pinochetista original, y por más que los léxicos se ajusten por las urgencias de la pose campañera, les sobrevive el terraplén autoritario y de clase que no pueden mimetizar con discursos demo-futuristas.

No es posible definir lo mutante porque, justo, siempre muta. Pero este proceso es sin destino, el mutante no es teleológico, sino que busca su proteína en lo contingente, entendiendo que en tanto lo subordine siempre podrá gestionar nuestra perplejidad. ¿Qué hacer entonces con el mutante sin rostro que nos gobierna y monitorea? ¿cómo enfrentar a su tiempo? ¿qué sociología reconocer ahí donde el vínculo fue desintegrado?

El pesimismo puede ser una querella y los conceptos, también, devenir resistencia.

Javier Agüero Águila
Doctor en Filosofía. Académico de la Universidad Católica del Maule.