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Alejandro Aravena, arquitecto: “En las periferias, el Apruebo y el Rechazo van perdidos”

Por: Rubén Escobar Salinas | Publicado: 20.08.2022
Alejandro Aravena, arquitecto: “En las periferias, el Apruebo y el Rechazo van perdidos” Alejandro Aravena |
En conversación con El Desconcierto, el arquitecto y premio Pritzker 2016, Alejandro Aravena, reflexiona sobre la Nueva Constitución y apunta al rol de las ciudades para reducir las inequidades. Para Aravena, la clave está en encontrar formas de entendimientos y responder a una pregunta central: ¿Cómo vamos a vivir juntos?

“Lo que más me preocupa del momento en el que estamos viviendo no es el Apruebo ni el Rechazo, sino la ausencia de Estado en las periferias”, dice Alejandro Aravena. El arquitecto ganador del premio Pritzker en 2016 -el más prestigioso del área a nivel mundial- visitó la Convención Constitucional en septiembre del año pasado. No fue a hablar de cosas técnicas, detalla, sino que a proponer claves para encontrar la respuesta a una pregunta: “¿Cómo vamos a vivir juntos?”. Ideas que ha “destilado”, explica, desde los procesos de participación ciudadana que caracterizan los proyectos de viviendas sociales de Elemental, su firma arquitectónica.

A medida que desarrolla las ideas deja entrever que en realidad la arquitectura es una excusa para hablar de temas más globales. Para Aravena, la ciudad, al igual que una Constitución, puede entenderse como un proceso y al mismo tiempo como una herramienta para reducir las inequidades. “Una ciudad se mide por lo que en ella se puede hacer gratis. En la medida que democratizas el acceso a la calidad de vida, se redistribuye el poder”, sostiene. Pero de trasfondo hay un problema más profundo, cree Aravena, un problema cultural y de modelo que no se resuelve con la Constitución. “La ausencia del Estado en la periferia provocó que quedara gente fuera del desarrollo. En esa cancha desnivelada, no quedaron ni en la parte más baja, sino afuera”.

-En un video que hiciste para la Convención Constitucional comparas la propuesta del texto con el borrador que hace un arquitecto, ¿cómo se comparan estos procesos?

Partiría por usar la palabra que recién mencionaste, «proceso», que es lo opuesto a un producto. En una arquitectura hay veces donde el proyecto que uno hace se transforma en una obra que tiene que estar completamente terminada, sería un producto, pero en proyectos complejos se habla más bien de procesos. Entiendo la Constitución como un proceso, no como un producto. Eso implica establecer fundaciones y luego dejar espacio para un desarrollo. Cuando hicimos la presentación al pleno de la CC, más que ir a hablar de cuestiones técnicas, me parecía que la pregunta que la Convención estaba tratando de responder era ¿cómo vamos a vivir juntos?, que es el título de la última Bienal de Venecia. Generar reglas del juego que nos permitan de nuevo poder vivir juntos. Lo que hice fue dar algunas claves de lo que hemos aprendido en los procesos de participación ciudadana. Hay muchas cosas que son antiintuitivas. Como todas las preguntas complejas tienes que poder responder a un conjunto de fuerzas que empujan en direcciones opuestas y aún así hay una capacidad de poder hacerlas convivir.

-Una de las cosas que hace una Constitución es administrar y redistribuir el poder, ¿cómo las ciudades también hacen eso? ¿Lo hacen?

Lo relaciono más a mi propia práctica profesional, la administración de libertades derechos y deberes, más que al poder. Una ciudad lo que tiene que conseguir es la coordinación de acciones individuales que, aun cuando bien intencionadas, no necesariamente son capaces de garantizar el bien común. El recurso más escaso en una ciudad no es la plata, es la coordinación. Si tratara de hacer un paralelo con la Constitución, es la coordinación de estas dimensiones. Tampoco es que tenga demasiado claro qué es una Constitución. Partí preguntándole a Stephen Breyer, exjuez de la Corte Suprema de EE.UU. y jurado del Pritzker, sobre cómo un conocimiento técnico respecto de la vivienda o de la ciudad se puede poner en una Constitución. Me dijo «no te puedo ayudar», la razón es que la Constitución de EE.UU. está basada en derechos negativos y la vivienda en la ciudad son derechos positivos. Esa respuesta me pareció extraordinaria. La diferencia, dijo, es que los derechos negativos no tienen costo, buscan cuidar que el Estado no se entrometa en las libertades individuales, como la libertad de expresión. En estricto rigor, eso no tiene costo. Los derechos positivos son los derechos sociales, tienen costo y desde ese momento se entra ya no a la Constitución, sino que a las leyes, a la política. Se tiene que decidir cuál de esos derechos se prioriza. Quién es elegible para un derecho social.

FOTO: Alejandro Aravena en las oficinas de Elemental.

-Lo que hacen acá en Elemental se parece un poco a la política, ¿no? Trabajan muchas veces con recursos escasos.

Esa quizás es la clave más relevante. Le he dado vueltas a esta aparente tensión que hay, sobre si uno o lo otro, respecto de si se Aprueba o se Rechaza. Breyer, dice, tengo un amigo, Dieter Grimm, juez de la Corte Constitucional alemana, que creo que te puede ayudar. Grimm dice que en todo el mundo están atentos a lo que se está haciendo en Chile. Efectivamente esos derechos positivos, que son los derechos sociales, hay constituciones modernas que los incluyen, lo que él llama derechos de segunda y de tercera generación. Los de segunda generación son los derechos sociales, los de tercera generación son los derechos medioambientales. En el derecho a la vivienda, dice Grimm, desde el momento que tiene costos, especialmente en países de escasos recursos, se incluye la frase de que el Estado tomará todas las medidas necesarias para garantizar el acceso a esa vivienda con los recursos disponibles. Sustituye un derecho vinculante, por las gestiones necesarias para garantizar el acceso a ese derecho social. Eso no es pura retórica, porque un ciudadano puede demandar al Estado por no haber tomado las acciones necesarias. Esa diferencia es fundamental, porque de otra forma podría ocurrir que esa Constitución empiece a tener un problema de legitimidad y la legitimidad es la razón por la cual siquiera estamos discutiendo una nueva Constitución. La brecha que había entre lo legal y lo legítimo se manifiesta en múltiples ámbitos en Chile y el caso más emblemático es el de la Constitución. Esta propuesta de Constitución en su estructura más fundamental está a la altura de los tiempos, a diferencia de la que tenemos hoy, que a pesar de todas las modificaciones, no es compatible con la contemporaneidad. Pero hay una cuestión todavía anterior, que lo he escuchado poco en la discusión: esta Constitución apunta a acortar la brecha entre lo legal y lo legítimo, se busca que haya más personas que puedan acceder a un conjunto de oportunidades que les permitan beneficiarse del desarrollo. En esa medida habremos más personas capaces de contribuir a que derechos de segunda y tercera generación puedan ser sostenidos en el tiempo. Una constitución que tiene más derechos, como consecuencia también tendrá una capacidad de más personas pudiendo tener más deberes. Por eso la veo en la dirección del desarrollo, del futuro, de lo justo. Lo deseable como sociedad.

-Si hablamos de procesos, la forma de llegar a este texto fue histórica: representativa, paritaria, con presencia de pueblos originarios, etc. Tú llamaste a la Convención a la “valentía de lo equilibrado”. ¿En qué sentido? ¿Se logró? 

Esto partió en la calle y podría haberse propagado todavía como una batalla campal. Sin embargo como sociedad encontramos que la manera de resolver el conflicto fue en una conversación, en un diálogo, en un proceso que escribiera una constitución. Eso es algo de lo que podemos sentirnos tremendamente orgullosos, porque no era nada evidente que pudiera terminar así. El llamado a la valentía de lo equilibrado tiene que ver con lo que hemos aprendido en los procesos de participación. Harto escucha o lee sobre el miedo como un recurso, de la rabia como otra fuerza. El miedo no lo veo exclusivamente en un cierto sector político, hay gente que por vía del miedo quiere evitar los cambios. Pero creo que cuando alguien no es capaz de proponer cosas razonables por miedo a la masa, también uno tendría que revisar. En los procesos de participación, comunicar restricciones, manejar expectativas, no prometer cosas que no vas a poder cumplir, forma parte de una credibilidad que se termina alcanzando y esa credibilidad creo que está en la base de la legitimidad. La manera de relacionarse con la ciudadanía no es ni vertical, “yo sé algo ustedes no saben”, el encerrado en cuatro paredes, que es la manera en que se construyó la Constitución vigente; pero tampoco es populista, demagógica, que sería de alguna manera entre miedosa o culposa. La manera en que uno establece los procesos de diálogo de participación ciudadana es horizontal, hay una convergencia de conocimiento que es necesaria cuando la pregunta es difícil. Ese conocimiento es técnico y otras veces es sabiduría popular o sentido común. La calle, en ese sentido, es una manera de conocimiento. Si se haya logrado o no, no lo sé, pero me parece que algo que en vez de haber sucumbido a la violencia de la calle fue capaz de dar un paso hacia algo que es más civilizado y democrático, aunque se haya hecho de manera defectuosa o deficitaria, tiene en su ADN algo que en la lógica del proceso es más perfectible que algo que nunca partió así.

-En las instancias de participación, cuando tienes que manejar las expectativas y decirles que, muchas veces, incluso lo que debiese ser no se puede, ¿qué te dicen?

Las reacciones son de todo tipo. Cuando hay gente que ha vivido toda una vida postergada y marginada es entendible que la primera respuesta sea con bastante rabia o con escepticismo. Es parte de los procesos de participación bancarse una respuesta adversa de entrada. La manera en que se está dando la discusión hoy apunta a poner un test de la blancura a las acciones, cometiste o no cometiste un error, si cometiste un error, estás invalidado como interlocutor. En verdad, para no haber cometido nunca un error, solo puedes haber vivido o detrás de un escritorio o en las redes sociales. Lo que permite establecer una comunicación honesta es la intención que hay detrás y esa intencionalidad la tendemos a incluir poco en la manera de evaluar los hechos. «Esta persona es así, no le quedó todo lo bueno que podría haber sido», pero ¿por qué? ¿Porque se robó la plata, porque quiso acaparar privilegios? O porque en verdad aun cuando el sistema es frágil, incluso así prefirió hacer algo en vez de no hacer nada. Esa intención se huele en los procesos de participación. La gente le huele a uno cuando tú vas plantear cuestiones y los intereses que te guían no son los del bien común. Aún cuando la primera reacción sea friccionada, tensa, incluso agresiva, dado que es un proceso, a la segunda, a la tercera, o a la cuarta reunión, lo que termina emergiendo es la verdad de la restricciones. Para poder hacer las cosas esto es lo que va a hacer posible. Eso es fundamental porque como los procesos son largos, si el punto de partida no hubiera sido así, al segundo o tercer año difícilmente seguirías pudiendo conversar con la gente. Vuelvo a la pregunta fundamental, ¿cómo vamos a vivir juntos? En la medida en que uno puede poner el foco en la intención que hay para determinadas acciones, creo que se genera una base de una convivencia común. De otra forma no queda nadie disponible para poder hacerse cargo de temas complejos, porque la única manera de adquirir experiencia es habiendo podido pasar por situaciones donde los óptimos son todos relativos, no hay ninguno absoluto. Difícilmente uno se podría no haber equivocado cuando las preguntas son tan complejas, el punto es que uno aprenda de eso y la próxima vez haga advertencias. Esa es la importancia de la horizontalidad de la comunicación.

FOTO: Alejandro Aravena en las oficinas de Elemental.

-También esa persona tiene que reconocer su error. Vuelvo a la política porque me parece que lo que ustedes hacen, más allá de los proyectos arquitectónicos, probablemente se centra en una forma de hacer las cosas. Pero en la política se reconocen poco los errores.

Sí, puede ser, aunque no tengo tanto conocimiento interno sobre la política.

-Cuando estuviste participando en la campaña de primaria presidencial de Paula Narváez (PS), ¿no te empapaste un poco con lo que pasa en la política?

En un acto pre elección presidencial, Paula Narváez y el equipo fueron a entregarle su apoyo a Boric. La primera cosa que dijo Boric fue pedirle disculpas a Paula porque en la campaña la había tratado muy mal y que sentía que él no había estado a la altura, no correspondía que él hubiera hecho eso. Probablemente porque no es común me llamó mucho la atención. Uno podía oler que era algo muy genuino. Cuando alguien hace ese tipo de reconocimientos se genera otra convivencia. El proceso de convivencia tiene que estar principalmente orientado a los que opinan distinto a uno, para qué voy a seguirle hablando a alguien que ya sé que opina igual a mí. Por ejemplo, la historia del letrero de “aprobemos”, era una invitación especialmente a la gente de que en ese momento quería rechazar el cambio, pero no produjo el efecto deseado, lo sacamos y dije “cedimos”, pero “cedimos” tiene un componente de que uno perdió algo y en verdad lo que hicimos fue anteponer el bien común: si no estamos logrando dialogar con la gente del Rechazo, entonces la acción no es la correcta. Podría tener un montón de argumentos, decir que son ellos el problema, pero probablemente estamos equivocando el medio para poder establecer un diálogo. En la medida que uno confía en que su conocimiento o acción tiene el trasfondo de un bien superior, se hace bastante más fácil buscar otros medios para generar ese diálogo. Si crees que los procesos de participación son para ir a mostrarle a la gente cuál es la respuesta, hay bastante chances de que te equivoques. Si en cambio entiendes que son para saber cuál es la pregunta, lo que estás haciendo es entender dónde le aprieta el zapato a la gente.

FOTO: Letrero de «Aprobemos» en la Torre Santa María.

-Esta forma de entendernos los unos a los otros se trunca cuando empezamos a vivir en las noticias falsas. Donde no solamente existen por error, sino que hay una estrategia detrás, se pagan campañas. ¿Cómo entendernos cuando hay una fuerza que viene precisamente a destruir la discusión?

No tengo redes sociales, veo bastante poco de noticias, por lo tanto la manera en que yo me entero de este mundo es más bien indirecta, las cosas importantes terminan llegando igual. Me parece que una actitud sería sustituir sistemáticamente la sospecha del otro por el beneficio de la duda, ver qué tiene el otro que decirme. Eso creo que tiene que ver con una tercera dimensión, cuando no están las redes sociales: el encuentro cara a cara es insustituible. Me puedes estar escuchando y con un pequeño gesto puedo decir si es que no me crees nada o parece que lo que estoy diciendo te resuena. Yo a su vez puedo entender si la pregunta que me están haciendo es por cumplir o es algo que genuinamente te interesa saber, entonces pasamos de la información a la comunicación. La información puede pasar a través de distintos medios, la comunicación creo que todavía requiere la presencia cara a cara. En una conferencia en India, sobre inteligencia artificial y arquitectura, al final de la charla se dijo que podíamos estar usando software del siglo XXI, pero el hardware con el que funcionábamos todavía era prehistórico. Nuestros cuerpos no han cambiado. Eso no solo hace que una escalera cómoda para los romanos siga siendo cómoda para nosotros, sino que todavía las emociones, que son nuestra estructura de conocimiento del mundo, son arcaicas. Se sigue respondiendo a miedo, envidia, cariño, empatía, desconfianza. No está mal que hagamos el esfuerzo de poder encontrarnos cara a cara y ahí la ciudad tiene un rol importante. Uno puede por medio del entorno generar las condiciones para que se multipliquen esos encuentros. El espacio público, la geografía, la infraestructura, el transporte público, tienen que hacerse cargo físicamente de la convivencia. Nuestras ciudades reflejan de manera muy concreta las inequidades y por lo mismo podrían corregirlas. Aunque no se puede garantizar.

-En ese sentido, vuelvo a lo que iba antes sobre redistribuir el poder, tú lo llevas más al punto de encuentro. Que la ciudad nos pueda llevar a converger.

Ahí sí podría tener una dimensión clave, algo de lo que hemos destilado como lección: una ciudad se mide por lo que en ella se puede hacer gratis. Pasear a lo largo del río, encontrarte con otras personas, movilizarte. Quitar barreras de entrada asociadas al ingreso. En la medida que democratizas el acceso a la calidad de vida, se redistribuye el poder. La inequidad no se corrige solo por medio de la redistribución del ingreso, las ciudades pueden jugar un rol en poder dotar de calidad de vida en plazos relativamente cortos. En ciudades como Copenhague, la gente se tira al mar desde cualquier costanera. Para disfrutar de ese momento da lo mismo si eres rico o pobre. Por medio de una redistribución de la calidad de vida, lo que estás haciendo es nivelar la cancha y redistribuir el poder.

-Aparte de la falta de espacio o de recursos, también muchas veces existe una resistencia. Pienso en el caso de la Villa San Luis en Las Condes, donde hubo una resistencia de quienes ya vivían ahí. ¿Notas eso? ¿Se da esa resistencia también?

Más que resistencia, me parece que es como la gente que estudia y no entiende lo que lee, ¡qué más lecciones necesitamos! Lo que más me preocupa del momento en el que estamos viviendo no es el Apruebo ni el Rechazo, sino la ausencia de Estado. La ausencia de bien común que generamos, justamente por sistemáticamente haber desplazado hacia la periferia a la gente. Allá no se llega ni con seguridad, ni con servicios básicos, ni con expectativas de vida, ni con una ciudad agradable. Lo que generaste entonces fue un montón de gente que no tiene nada que perder, donde lo que opera no es el Estado de Derecho sino que la ley de la selva. Donde entra el narco, el crimen organizado y la violencia, si la Constitución es A o B es irrelevante. En las periferias, el Apruebo y el Rechazo van perdidos. La urgencia de nivelar la cancha tiene que ver con llegar con derechos sociales, que puedan ser administrados de manera democrática y civilizada y no por el sucedáneo de Estado de este mundo criminal. Esto está cruzado por otro tema que es anterior a la Constitución y que la crítica más profunda que uno escucha hablar de modelos, de neoliberalismo, del capitalismo, donde el valor está asociado a tener. La ausencia del Estado en la periferia provocó que quedara gente fuera del desarrollo. En esa cancha desnivelada, no quedaron ni en la parte más baja, sino afuera. Entonces, el atajo, el adelanto por la berma es bueno, yo también quiero mostrar que tengo, porque si lo muestro, valgo. Hay un desafío cultural, no solo de Chile, es de Occidente en general, que es la relación entre «pertenencias», las cosas que tienes, en plural, como sustantivo; y la «pertenencia», en singular. Es un problema cultural donde no llegamos por medio de una Constitución. Me gustaría ver el tema de la Constitución como una capa o un componente de estos dos problemas, que sí que son complejos y difíciles, y ahí sí que estamos perdiendo los del Apruebo y los del Rechazo.

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