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Autor de “El Vaticano y la pedofilia”: “La Iglesia debe adoptar medidas para purificarse”

Por: Samuel Romo | Publicado: 22.08.2022
Autor de “El Vaticano y la pedofilia”: “La Iglesia debe adoptar medidas para purificarse” Felipe Portales (1) |
En su último libro, Felipe Portales hace un recorrido por la historia de la Iglesia Católica frente a los casos de abusos a niños y cómo perdió el rumbo con su política de encubrimiento. En entrevista con El Desconcierto, el sociólogo y académico aborda la crisis específica en Chile, la actuación “contradictoria” el Papa Francisco y dedica un especial capítulo a los Legionarios de Cristo.

El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. La frase de Lord Acton cae como anillo al dedo para explicar la crisis que tiene devastada a la Iglesia Católica, tras los escándalos de pedofilia eclesiástica que se han trasformado en una verdadera “pandemia”, como la define el sociólogo y académico Felipe Portales.

Portales es autor del libro “El Vaticano y la pedofilia.  El Evangelio ausente” (Editorial Catalonia), una obra que -como lo señala el mismo investigador- tiene el propósito de comprender “cómo ha sido posible que una iglesia que se constituyó para difundir el mensaje de Jesucristo -de amor universal y particularmente a los más pobres y vulnerables- haya caído en lo que el Evangelio considera el peor pecado: hacerles daños a los niños”. Y sobre todo en Chile, un país considerado “como el caso más devastador en cuanto a la pedofilia y su encubrimiento”, dice en tono lapidario.

-¿Usted es católico? ¿Cómo llegó a este libro?

Soy cristiano y católico. Y, por lo mismo, estoy profundamente dolorido e indignado al contemplar el inconmensurable daño provocado a decenas de miles de menores de edad por tantos sacerdotes y religiosos pederastas; y al constatar el derrumbe ético que le ha causado a la Iglesia la jerarquía eclesiástica con su sistemático encubrimiento de aquellos. Esto ha provocado, además, un daño particularmente injusto y cruel a la inmensa mayoría de los sacerdotes y religiosos inocentes que han pasado a ser vistos como sospechosos, en virtud de la virtual garantía de impunidad que se les extendió a todos en su momento.

Y todo lo que contribuya a esclarecer las raíces históricas de esta tragedia será, por cierto, en bien de la Iglesia para que pueda estar en condiciones de adoptar las medidas necesarias para purificarse y democratizarse. Este es el sentido del libro.

-El mal de la pedofilia eclesiástica se comprende como el último eslabón de un proceso de corrupción de siglos que usted incluso describe como una “pandemia”. ¿Estamos en el peor momento de la Iglesia Católica?

Es muy difícil tener una respuesta a esta interrogante. Pero ya muchos han comparado esta crisis con la que se suscitó con la Reforma, en reacción a la profunda y generalizada corrupción a que llegó la jerarquía eclesiástica a finales de la Edad Media. Crisis que tradicionalmente se ha considerado como su peor período histórico.

-Al hacer un análisis histórico, usted alude a un contexto histórico, de autoritarismo, secretismo, corporativismo e intolerancia. ¿Se mantiene esto intacto en la actualidad?

Desgraciadamente, el autoritarismo y secretismo interno de la Iglesia, que se exacerbaron en el siglo XIX con el Concilio Vaticano I, fueron confirmados con el Concilio Vaticano II. Este último, pese a los profundos y positivos cambios introducidos en la doctrina ética y social de la Iglesia, mantuvo imperturbable la estructura fuertemente autoritaria, machista y secretista de la Iglesia. Y esto se mantiene hasta la actualidad.

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-La figura del Papa Francisco queda en tela de juicio en el libro, dadas sus actuaciones débiles frente a los casos de pedofilia. ¿Ha quedado al debe Jorge Bergoglio?

Lamentablemente, la gestión de Francisco ha sido muy errática en la materia. Y especialmente los chilenos lo tenemos muy presente. Recordemos que obstinadamente designó y mantuvo durante años en altos cargos a dos obispos chilenos que ya tenían una muy controvertida actuación en materia de pedofilia. Primero, al cardenal Francisco Javier Errázuriz nombrado en 2013 como uno de los ocho cardenales de la comisión vaticana para la reorganización de la Curia. Y ya hacía mucho tiempo que Errázuriz había reconocido públicamente (en 2002) que en Schoenstatt «todos» sabían que el obispo Francisco José Cox desde los años ‘70 manifestaba su «afectuosidad exuberante» hacia los niños; y por más que lo «retaban» persistía en ello. Y también hacía años que se sabía del reconocimiento de Errázuriz ante la jueza Jessica González de que él había retrasado de 2006 a 2009 el proceso canónico por pedofilia de Karadima, siguiendo el consejo de su obispo auxiliar -¡y estrecho seguidor de Karadima!- Andrés Arteaga. Sólo en 2018, Francisco lo separó de su cargo.

Y segundo, a Juan Barros como obispo de Osorno en 2015, cuando ya existía una «biblioteca» respecto de su nefasto rol como estrecho discípulo de Karadima. Y lo mantuvo en el cargo varios años, pese a que públicamente se lo reprocharon desde la propia Iglesia chilena. Y solo después de su desastrosa visita a nuestro país en enero de 2018 reaccionó atinadamente, llegando a pedir la inédita renuncia colectiva a todos los obispos chilenos. Pero después ha seguido también con conductas contradictorias. Por un lado, ha expulsado del sacerdocio a obispos y connotados sacerdotes pedófilos. Pero, por otro, ha dejado sin sanciones a otros y ha designado a nuevos obispos con controvertidas trayectorias en este ámbito.

Marcial Maciel, quien construyó el esquema offshore de los Legionarios

-Usted se detiene en particular en el caso de los Legionarios de Cristo, con fuertes vínculos con la elite chilena. A pesar de la caída en desgracia de esta congregación, ¿sigue siendo gravitante en los grupos de poder de nuestro país?

Resalté en un capítulo a los Legionarios de Cristo y Marcial Maciel, porque su caso constituye la más clara ilustración de los extremos históricos de la indolencia e impunidad a que llegó el Vaticano en relación a la pedofilia eclesiástica. En realidad, los lectores quedarán abismados al leerlo, porque es casi increíble. Primero, Maciel por su aparente desequilibrio sicológico y emocional fue rechazado por numerosos seminarios en México e incluso por uno en Estados Unidos a fines de los 30 y comienzos de los 40. Luego, pudo ordenarse sacerdote gracias a un tío obispo y en condiciones bastante irregulares. Sin embargo, antes de ser sacerdote (1944) ya «convocó» a menores en un proyecto de congregación; y en 1943 llegaron al Vaticano los primeros informes de su pedofilia. Luego, en 1948 logró engañosamente el reconocimiento vaticano a su congregación. Posteriormente, en 1956 se le investigó y suspendió dado el cúmulo de denuncias recibidas de abusos sexuales y de conciencia, y de drogadicción. Sin embargo, no se le pudieron comprobar sus delitos gracias a un juramento secreto que se le imponía a todos los miembros de la Congregación de nunca hablar mal de sus superiores. Luego fue «exonerado» de sus cargos por la Curia en el período entre el fallecimiento del Papa Pío XII en 1958 y el entronizamiento de Juan XXIII. Para terminar con los grandes elogios públicos y honores que le efectuaron Juan Pablo II y su secretario de Estado, Angelo Sodano.

No sólo en Chile, sino en todas partes, los Legionarios de Cristo han focalizado su mensaje en las elites. Ahora, la subsistencia misma de esta congregación va a ser sin duda un tema de debate, porque cada congregación responde al sello que le ha dado su fundador. ¿Podríamos comprender que los jesuitas o los franciscanos (o cualquier otra congregación) hubiesen subsistido si Ignacio de Loyola o Francisco de Asís hubieran tenido un récord como el de Maciel?

-Usted define a Chile como el caso más devastador en cuanto a la pedofilia y su encubrimiento por parte de la Iglesia católica en el mundo, y por ende la Iglesia chilena es la más “devastada del mundo en su autoridad moral”. ¿Ha sido suficiente la reacción de las autoridades eclesiásticas en Chile para enfrentar el tema?

En rigor, lo definió implícitamente así Francisco, al haber sido el único país en que solicitó la renuncia colectiva de todos sus obispos por el enfoque que le dieron (o que no le dieron) al tema. Y también lo consideró así el profundo estudio de dos años sobre el tema que efectuó un grupo interdisciplinario de académicos de la Universidad Católica de Chile, encabezados por su decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Eduardo Valenzuela.

Creo que constituye un diagnóstico bastante compartido el considerar muy débil la reacción que ha tenido la jerarquía chilena. Pero también ha sido muy impresionante constatar la debilísima reacción manifestada por la generalidad de los sacerdotes y laicos chilenos. Entiendo además que, muy lamentablemente, esta ha sido la tónica general en todo el mundo. Sin duda, que esta representa una consecuencia más del carácter profundamente autoritario -organizacional y cultural- de la Iglesia Católica actual. Para convertirla realmente en un «pueblo de Dios» (como la definió el propio Concilio Vaticano II) se necesitarán profundos cambios democratizadores y fraternales, tanto en su sistema organizacional como en la mentalidad de los católicos.

Agencia UNO

– El título del libro dice también “El evangelio ausente”. ¿Cómo puede encauzarse la Iglesia?

La Iglesia tiene completamente a mano la solución de su grave problema. Consiste simplemente en aplicar hacia adentro lo que ella predica hacia afuera: El Evangelio y su propia doctrina social, tan magníficamente reseñada en los documentos finales del Concilio Vaticano II. En hacer que el amor universal, radical e incondicional postulado en el Evangelio se haga carne al interior de ella. Y lo mismo respecto de la democracia y la justicia social propuesta en sus encíclicas y documentos conciliares.

– ¿Por qué en la Iglesia Católica debieran leer este libro?

Aprendí muchísimo al efectuar la investigación para escribir el libro; lo que espero compartir con católicos y no católicos. Y no sólo sobre la situación actual, sino también de la historia de la Iglesia y, en muchos aspectos, de Occidente. Creo que una de las particularidades de este libro es haber reseñado los elementos teóricos fundamentales que inspiraron las distorsiones históricas del Evangelio, por parte de las jerarquías eclesiásticas: El autoritarismo, intolerancia, machismo y antijudaísmo, cuyas principales y más nefastas expresiones se vieron en la Inquisición, las Cruzadas, la «caza de brujas» y el antisemitismo. Y como, ¡hasta el día de hoy!, dicho espíritu subsiste en gran medida por la mantención en un pedestal de dos teólogos que estuvieron en la raíz de dichas distorsiones medievales: San Agustín y Santo Tomás de Aquino.

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