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Francisca Márquez, antropóloga: “El Rechazo se basa también en una crisis de las identidades”

Por: Rubén Escobar Salinas | Publicado: 22.10.2022
Francisca Márquez, antropóloga: “El Rechazo se basa también en una crisis de las identidades” Francisca Márquez. | FOTO: Álvaro Hoppe.
En esta entrevista, la investigadora propone una hipótesis sobre el triunfo del Rechazo basada en fronteras identitarias desdibujadas y el miedo a la diversidad alimentado por los medios de comunicación. “Espectros que reaparecieron con las discusiones en torno a la Constitución”, explica.

“El Rechazo es fundamentalmente identitario”, dice la investigadora de la Universidad Alberto Hurtado, Francisca Márquez. La antropóloga propone una hipótesis para interpretar lo que ocurrió en el Plebiscito de salida por una nueva Constitución, donde comenzamos a reconocer a otros y las fronteras de la identidad se hicieron porosas, pero donde “quedamos solos frente a esos procesos de desestructuración”. Eso “terminó por aterrar a muchos”, afirma.

En conversación con El Desconcierto, la antropóloga habla también sobre su investigación de ruinas urbanas en Santiago, Quito y Bogotá, coincidentemente tres ciudades que vivieron estallidos sociales. Además, aborda la transformación de la ciudad durante las revueltas sociales y la importancia de pensar en cómo habitar los espacios, uno de los temas que abordó en el Congreso Futuro 2020.

Márquez critica que “las universidades fueron grandes ausentes” en el trabajo en terreno durante el proceso constituyente, lo que dejó espacio para que una masa de millones de personas interpretaran la política y la diversidad en base a los medios de comunicación.

Los medios, de la mano de la derecha, no han hecho hoy más que reforzar esos miedos, el miedo a la diversidad y a la desigualdad, para reforzar esas identidades anquilosadas, que nos evitan tener que enfrentar la pregunta por una nación donde los otros también puedan convivir.

— ¿Se está tratando de reinterpretar lo que fue el estallido, a raíz del triunfo del Rechazo?

No es una reinterpretación, sino que se están retomando algunas afirmaciones que estaban presentes desde antes, que tiene que ver con una deslegitimación del acto político como tal. Los medios de comunicación siempre trataron de instalar el estallido como un asunto de vandalismo, la derecha también. Ahora, lo que ocurre a nivel de los ciudadanos comunes y corrientes que votaron de manera tan mayoritaria el Rechazo, creo que no tiene que ver con una reinterpretación, tiene que ver más bien con fenómenos culturales e identitarios. Espectros que reaparecieron con las discusiones en torno a la Constitución y donde los medios de comunicación construyen un espectáculo que ayuda a esos fantasmas.

— ¿Cuál es ese fenómeno identitario?

El Rechazo se basa también en una crisis de las identidades. Lo que aparece es el miedo al bárbaro, al indígena, a la diferencia. Con las discusiones de la Constitución se empezaron a mover fronteras identitarias. Empezaron a mostrarnos que había otras formas de habitar este país, donde la binariedad, el patriarcado y la propiedad incluso se empiezan a desdibujar. Ese desdibujamiento de las fronteras identitarias terminó por aterrar a muchos. En antropología es importante la distinción entre una cultura y una identidad. Entendemos la identidad como un principio de identificación, un nosotros, y también un principio de distinción, los otros. El 18 de octubre de pronto nos encontramos con estos otros, que no sabíamos o no queríamos verlos. Pero, en la historia de las culturas cuando no se tiene bien claro el “esqueleto” de quién soy, y de pronto se enfrenta a otra diversidad, se comienza a recular. En esta rigidez de la columna vertebral a la que se amarra nuestra identidad, reside en parte la dificultad para seguir adelante con los procesos de transformación que proponía la nueva Constitución. Cómo comprendes que a pesar del mundo globalizado, donde estamos llenos de intercambios sociales diferentes, lo que vemos es que el radicalismo se exacerba.

— Es una paradoja.

Hay una paradoja. Por una parte hay mayor diversidad sexual y cultural, muchísimo más intercambios globales, y sin embargo los radicalismos y los temores se acrecientan. Una cosa son los intercambios de las culturas, todos podemos aprender a comer comida peruana o bailar afro, pero otra cosa es el sentido de pertenencia y eso tiene que ver con las identidades. Es una distinción importante y que jugó en el proceso post estallido. No podemos ignorar que en esos procesos se producen factores que en antropología llamamos extrañamiento. Por ejemplo, no enfrentas tan fácilmente a un vegano o a mujeres jóvenes con sus pechos al aire montándose sobre las esculturas, si nunca has escuchado de veganismo o feminismo, necesitas procesar de qué se tratan esas transformaciones que no reconoces. Se necesitan procesos de interpretación, un colectivo que te ayude a descifrar qué significa para ti. Ese proceso no ocurrió. Quedamos solos frente a esos procesos de desestructuración identitaria. A esto se suma la pandemia, donde nos encerramos y volvemos al núcleo familiar de lo conocido, a las certezas. En términos de las identidades y los significados, lo que habíamos visto en la calle se deja afuera y nos retrotraemos. Ahí nuevamente los medios de comunicación hacen su trabajo. Es la vuelta a esos códigos que estaban asentados por décadas.

— ¿Cuáles son estos códigos?

El orden, lo patriarcal, el binarismo, la propiedad privada, los sistemas jurídicos tal como los conocemos y por sobre todo el factor que más operó, si uno le cree a las encuestas, se relaciona con la plurinacionalidad, que es el racismo, la negación a los pueblos originarios de tener un lugar político dentro de la Constitución. Ocurrió un momento que en antropología lo llamamos de liminalidad, es decir, durante los cinco meses de la revuelta social tuvimos la posibilidad de descubrirnos en esa diversidad de una manera ritual, eufórica y violenta también, los códigos sociales se ampliaron. Con la pandemia se termina con ese momento de liminalidad ritual.

Tendríamos que haber hecho un proceso muchísimo más largo, de traducción: de qué se trata repensar los sistemas de protección social y cómo se traduce esta noción de derechos sociales. Ese trabajo formativo no se hizo. Los medios de comunicación hoy día nos dicen «aquí no ha pasado nada», pero esa desmemoria es muy grave, porque sí pasaron cosas. Pensar que el Rechazo significa hoja en blanco es un craso error, porque en el momento del estallido alcanzamos a darnos cuenta que los otros también eran parte. Pero esos 4 millones que nunca habían votado quedaron muy solos en ese proceso. Su manejo de la política y de la diversidad fue hecha en base a los medios, porque nadie leyó la Constitución y ¿por qué la iban a leer? Los medios reforzaron la instalación de que las identidades son una sola: la identidad chilena, de una sola bandera, el huaso, el rodeo, todos esos emblemas que buscan reforzar una lectura única de este país.

La antropóloga Francisca Márquez escribe sobre un panel de madera aglomerada como parte de una investigación.

FOTO: Francisca Márquez / Autor: Álvaro Hoppe.

“El relato de nación inclusiva no se va a hacer a punta de plebiscitos”

— Habla de una falta de formación, ¿quién estaba llamado a hacer esa formación? ¿El gobierno?

Todos, el gobierno también. Las universidades y los académicos estuvieron muy ausentes, ahí me incluyo. En el plebiscito del Sí y el No se logró crear una mística, pero desde una educación puerta a puerta, muy fina, de una sociedad civil que se abocó a discutir y a perderle el miedo a las transformaciones sociales. Pero en este caso no hubo mística. Para que tanta gente le creyera a sus propios fantasmas y a los fantasmas que nos instaló a la derecha, es porque muchos no hicimos el trabajo. Las universidades fueron grandes ausentes en ese trabajo en terreno, que en parte se vio debilitado por la pandemia.  La derecha fue muy hábil simplificando las propuestas constitucionales. Con eso nos ganaron los medios de comunicación que están en manos de una derecha muy esencialista y estigmatizadora de las diferencias. Entonces, nuevamente la figura del bárbaro aparece. Parecía que la Constitución se iba a escribir de una manera mucho más inclusiva y respetuosa de la diversidad, pero hoy día el gran tema es quién la escribe y ahí se ha deslegitimado esa diversidad.

— En cambio, gran parte de la discusión gira en torno al rol de los expertos.

Los expertos, los partidos y los políticos, todo aquello que estuvo en cuestión durante el estallido. Pero es absolutamente equívoco pensar que porque ganó el Rechazo esa crisis cultural e identitaria ya no está. Hay siempre crisis culturales cuando las identidades se tambalean y nuestras identidades se tambalearon. Resolver los problemas de la identidad pasa necesariamente por la autonomía de los actores sociales y uno de los grandes problemas es institucionalizar la escritura de esa Constitución. Si la institucionalizamos, dejamos fuera a toda esa otra capa que en un momento salió y que luego volvió a esconderse, pero no significa que haya desaparecido, para nada.

— Entonces, ¿qué opina de las posiciones que incluso hablan de un nuevo plebiscito de entrada, o de una convención mixta?

Lo que está haciendo la derecha y los políticos de pensar que ellos pueden reescribir la Constitución es una bomba de tiempo. Creo que falta la discusión del país que queremos, la discusión de las diversidades. No sé si un voto va a resolver algo si previamente no se vuelve a un trabajo más complejo y si no tenemos claridad de por qué ganó el Rechazo, que creo que no la tenemos. El relato de nación inclusiva no se va a hacer a punta de plebiscitos. Tampoco se va a hacer a puerta cerrada, que es lo que estamos viendo, “la cocina política”, porque es una conversación absolutamente excluyente. Hay un tema que tiene que ver con la legitimidad de esas decisiones, el país había decidido que quería una Convención Constituyente y no veo por qué habría que volver a votarlo. La pregunta aquí es qué es lo que faltó para que la Constitución fuera aprobada.

— ¿Qué peligros hay en retrotraerse a códigos pasados que menciona? Por ejemplo, una encuesta arrojó que un alto porcentaje de consultados creía que durante el estallido el uso de la fuerza por parte de Carabineros y el Ejército fue proporcional, dado el nivel de violencia que había en las calles.

Sospecho enormemente de las encuestas, cómo se construyen, la representatividad, el tipo de preguntas que se hacen, a quiénes se hacen. No me parecen tan creíbles. Sí me parece peligroso el uso y la legitimación en los medios de comunicación que se hace de esos resultados. El desafío hoy, parafraseando a Edward Said, no es tanto disipar la propia diferencia, sino poner en tela de juicio la noción de que toda diferencia implica hostilidad. Se busca instalar que si hay expresión, hay que reprimir, y que lo menos peligroso es congelar ciertas nociones del Estado o la Nación, ya que ahí nadie va a correr peligro. Esa similitud entre violencia y diversidad me parece que es de las cosas más peligrosas que nos pueden ocurrir, porque de ahí a los totalitarismo hay un solo paso. La diversidad no puede ser homologada a hostilidad y eso es lo que están haciendo los medios de comunicación.

Rayados de proyestas en las cercanías de Plaza Italia.

FOTO: Agencia Uno.

“A tres años del estallido, la ciudad está destruida”

— Ha llevado adelante un proyecto de estudio de ruinas urbanas, justamente en Santiago, Bogotá y Quito, tres ciudades que vivieron estallidos sociales. ¿Qué similitudes ve?

Estaba estudiando las ruinas urbanas de las tres ciudades cuando ocurrieron los estallidos. Primero en Quito el 5 de octubre, el 18 de octubre en Santiago y luego el 4 de noviembre en Bogotá. Fue muy sorprendente. Estudiaba las ruinas porque el supuesto es que ahí se condensan memorias diversas de nuestras ciudades, vida urbana e historia política. Las ruinas muchas veces son patrimonializadas, sacralizadas, sin embargo cuando ocurre el estallido vemos que la ciudad se empieza a transformar en un cúmulo de escombros, que no es lo mismo que ruina. La ruina es aquello que ya está consolidado como una estructura, una arquitectura que tiene heridas y fisuras. El escombro es lo residual, la materia mínima. Las tres ciudades se llenaron de escombros producto del enojo, la ira, la violencia de las disputas, de las expresiones de rabia incontenida.

Quito, Patrimonio de la Humanidad, que es una belleza, pero una ciudad colonial, va a ser destruida por los mismos indígenas. En Santiago ocurre algo similar con la ciudad espejada, donde los espejos son destruidos; el Metro, nuestro gran orgullo moderno, también, aunque queda la gran duda de quién lo quema. En Chile algo ocurre con la estructura eclesial, que no pasa en Bogotá o Quito, que se la quema, se la raya y se la acusa de pedofilia. En Bogotá ocurre lo mismo con el moderno transporte público. La pregunta aquí es cuáles son esas iras que nos llevan a transformar en escombros aquello que aparentemente habíamos ganado, con ciudades que prosperan, nuestras capitales. Las ruinas son contenedores de otros deseos, de otras utopías que no funcionaron; los escombros son los escombros del progreso, son esa expresión más básica de la ira.

— ¿Qué opina de las críticas que se hacen en relación a que el estallido causó una destrucción de la ciudad?

No podemos negar que en las llamadas “zonas cero” todo se barrió. Los negocios siguen blindados, la figura del general Baquedano ya no está, la entrada del metro está transformada en un memorial -«el jardín de la resistencia”-, la calle Irene Morales es una gran animita que cruza desde el parque forestal. No podemos negarlo, a tres años del estallido, la ciudad está destruida. Se nos impone una pregunta no menor sobre qué hacemos ahora con esta ciudad, cómo la reconstruimos. ¿Poniendo nuevamente otros monumentos? Ojalá que no, porque la monumentalización tiende a cerrar la admiración en unos, dejando a otros afuera. Cómo construimos una ciudad que acoja diversidades, que acoja amablemente las expresiones culturales e identitarias. Si no se resuelve qué hacemos con ese espacio público opera lo que estamos observando con las bandas de delincuencia. No puede quedar la ciudad como un territorio de nadie, porque eso solo sirve para el apertrechamiento: la estampida de las élite en unos lados, la de los márgenes en otros, y el vacío. Pero no podemos hacer tabula rasa y hacer como que aquí no ocurrió nada. El centro histórico tiene que ser repensado, hay mucha historia en el mundo sobre centros que se han reestructurado a partir de estallidos sociales. Lo peor que podría pasar es que se construyera una autopista en la Plaza Dignidad o Plaza Italia para que nadie se detenga.

— Con la regresión a viejos códigos que comentaba, ¿podríamos volver a ver al general Baquedano en Plaza Italia?

No, ese general no vuelve. Hay un equipo en el Centro Nacional de Conservación y Restauración analizando las capas de pintura, porque ellas contienen parte de las expresiones performáticas y artísticas. Para algo se lo pintaba, se estaba discutiendo con él y con todo lo que él significaba. La pregunta es qué hacemos con ese lugar, donde cada vez que hay alguna conmemoración o manifestación se converge nuevamente. El metro sigue cerrado, el “jardín de la resistencia” se transformó en un gran memorial que se arma y se desarma, que cada cierto tiempo van jóvenes de la derecha a destruirlo, luego llegan otros jóvenes que vuelven a plantar. Ahí hay una disputa y yo pienso que tal vez no es malo que ocurra, ojalá no con violencia, pero eso está indicándonos que la ciudad necesita espacio donde confrontar opiniones. En la medida que se los niega, la violencia aparece una y otra vez.

Dos personas protestan sobre la base del monumento al general Baquedano, mientras carabineros de Fuerzas Especiales rodean la estructura.

FOTO: Agencia Uno.

 

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