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Javier Sajuria: «En Chile, esas personas que uno calificaba de centro dejaron de existir»

Por: Camilo Espinoza | Publicado: 13.02.2023
Javier Sajuria: «En Chile, esas personas que uno calificaba de centro dejaron de existir» Javier Sajuria | Foto: Espacio Público
En entrevista con El Desconcierto, el doctor en Ciencia Política y académico de la Queen Mary University de Londres hace una lectura del nuevo escenario político que emerge de cara a la elección de consejeros constitucionales.

Cinco listas, la derecha dividida y la izquierda separada. La inscripción de candidatos a consejeros constitucionales ocurrió a más de 11 mil kilómetros de distancia, pero aún así captaron la atención de Javier Sajuria Garcés (38), actualmente radicado en Londres.

El doctor en Ciencia Política y profesor asociado de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Queen Mary University of London asegura a El Desconcierto que “estamos ante un buen ejemplo de una elección de segundo orden”.

Pareciera que los partidos no arriesgaron a sus grandes figuras ni pusieron grandes nombres. Tenemos a los viejos cracks, personas que han tenido una carrera política y que vienen a reforzar la identidad de las listas. Pero también hay un número importante de candidaturas que no tienen mayor figuración pública. Eso suele ocurrir en elecciones de segundo orden y me da la impresión que para los partidos no es una elección particularmente relevante, plantea.

– ¿Por qué se devaluó tanto la elección de constituyentes?

Porque tienes el órgano de expertos. Si te fijas bien, esta no es una elección donde tengas independientes fuera de pacto, es una elección controlada por los partidos políticos. Y los partidos ya arreglaron entre ellos la distribución del Comité de Expertos que, en estricto rigor, tiene una labor mucho más poderosa que el Consejo Constitucional, al menos en el papel.

El Comité de Expertos va a definir el primer borrador, tiene la última palabra, puede intervenir durante el proceso de deliberación del Consejo Constitucional. Además están los árbitros del Comité de Admisibilidad. La cantidad de personas nominadas y el nivel de poder que tienen es suficiente para que los partidos sientan que, quien salga electo, es menos relevante.

Todas las preocupaciones que ellos tuvieron durante el primer proceso, como la falta de disciplina o el poco control, ya no están. Este va a ser un proceso constituyente hecho a la medida de los partidos. Eso hubiera sido completamente inaceptable hace un par de años, pero dado el fracaso del proceso anterior, se volvió una opción mucho más tragable que la alternativa, que era no hacer nada.

El enigma de los nuevos votantes

– ¿Qué electorado se van a encontrar estos candidatos? Te lo pregunto, porque muchos dicen que no se pueden hacer predicciones…

Es cierto. Si miramos el plebiscito, que fue con voto obligatorio, las encuestas fallaron. No lo decimos porque le achuntaron a la dirección del voto, fueron capaces de anticipar que iba a ganar el Rechazo. Pero estuvieron lejos del porcentaje. Si esa falla hubiera sido hacia el otro lado, estaríamos ante un escándalo.

La verdad es que las encuestas no son capaces de tomar en cuenta a las personas que no votan.

– ¿Por qué?

Yo tengo una hipótesis personal. Por mucho tiempo asumimos que el trabajo era ver, dentro de los encuestados, quiénes eran más probable que votaran. Eso es lo que llamamos el «votante probable».

Pero está ocurriendo que la disposición de las personas de contestar una encuesta está relacionada con la disposición a ir a votar. Ocurrió que las encuestas sin corrección de «votante probable» eran más precisas, eran más representativas.

Sin embargo, ahora las encuestas no están siendo capaces de llegar a esas personas que van a entrar al proceso con el voto obligatorio. Eso es difícil de medir. Muchos de ellos son personas que tienen menos interés en la política, están menos pendientes y sus decisiones van a ser tomadas más cerca de la elección, a través de mecanismos que no tienen que ver con variables ideológicas estables.

Son electorados mucho más volátiles, que pueden cambiar rápidamente de opinión. Eso es un desafío gigante para los encuestadores, y también para los partidos, por cierto.

– ¿Cómo crees que se va a comportar ese 62% que votó Rechazo?

Bueno, este es el mismo debate que teníamos cuando el Apruebo ganó en el plebiscito de entrada. Yo siempre consideré que era un error muy grave pensar que el 80% de la población que votó Apruebo era de izquierda. Al menos, la mitad de la gente que se identificaba con la derecha votó Apruebo. Y creo que es un error hacer lo mismo de vuelta, asumir que el 62% de quienes votaron Rechazo son de derecha.

En Espacio Público hicimos encuestas durante todo el proceso constituyente, y una de las cosas que encontramos es que un 70% de las personas quería que la Convención fuera un espacio donde las fuerzas políticas fueran a dialogar y renunciar a sus posturas, que fueran capaces de encontrar puntos en común. Y cuando le preguntábamos si veían que esto estaba ocurriendo, consistentemente decían que no.

Hay muchas razones por las que ganó el Rechazo, y las victorias electorales con tanta diferencia, en general, no tienen un solo factor que permite explicarlas. Pero una parte importante de eso tiene que ver con la evaluación que hizo la ciudadanía del quehacer de la Convención y el comportamiento de sus miembros.

Entonces, por lo mismo, eso no quiere decir que sean personas de derecha. Son personas a las que no les gustó cómo funcionó el proceso.

– ¿Es una crítica a la forma?

Y al contenido también. Yo nunca he sido muy partidario del PPD, pero a mí parecer, la persona que mejor explicaba la causa a favor del Apruebo era Carolina Tohá. Ella logró generar el discurso más consistente, y aún así, ese discurso era que la nueva Constitución era un mejor punto de partida que la Constitución anterior.

Entonces, había una crítica inherente al nuevo texto, incluso de gente del mundo del Apruebo. Esa crítica asume que lo que se trabajó en la Convención no fue bueno.

– Pero da la impresión que este segundo proceso se fue al otro extremo, al menos en la forma, porque se ve mucho más sobrio y más fome. Pese a ello, las encuestas ya empiezan a mostrar que el Comité de Expertos no convence completamente. ¿Fue correcto que el proceso se moviera en esa dirección?

Es difícil saberlo, pero lo que sí pasa es que estamos en un momento en el que las instituciones políticas tienen muy baja confianza por el hecho de ser instituciones políticas.

Ya ni siquiera tiene que ver con lo que hacen o no. De hecho, yo creo que a la Convención le pasó un poco eso. En la medida que fue siendo percibida como un órgano político, como una institución más, se fue contaminando de esta mala fama que tienen los organismos políticos.

Con Noam Titelman tenemos un trabajo, que ojalá vea la luz pronto, donde testeamos el valor de la etiqueta «independiente». Y la verdad es que ser independiente es una etiqueta ganadora a todo evento. Eso es un buen síntoma de lo destruida que está la reputación de los partidos y de los órganos políticos en Chile.

– ¿Y cómo puede avanzar entonces?

La única forma de llevar adelante un proceso constituyente es asumiendo la pérdida de que cualquier organismo político va a tener una aprobación baja y, por lo tanto, hay que convencer por otro lado.

En el fondo, que la ciudadanía esté mirando mal el Comité de Expertos, a pesar de que un par de semanas atrás tú le preguntabas a la gente y lo que quería era efectivamente un Consejo de Expertos, tiene justamente que ver con eso.

Es distinto decir me gusta el Comité de Expertos en abstracto, que decir me gusta este Comité de Expertos, que ya fue definido por los partidos.

La izquierda buscando el centro

– ¿Cuál es la racionalidad que hay detrás del PS de hacer una alianza con Apruebo Dignidad, y dividirse electoralmente con el resto de Socialismo Democrático?

Por un lado, creo que hay que desdramatizar. No es primera vez que el PPD y el PS van en listas separadas. No creo que afecte tanto las relaciones, sobre todo considerando que siguen siendo gobierno juntos, es cosa de ver el Comité Político.

Ahora bien, yo creo que el PS está asumiendo una responsabilidad de conducir el destino de la nueva izquierda. Se sienten responsables de su futuro. Mi impresión es que el PS sabe que, donde se ponga, gravita. Tiene un peso específico distinto a todos los otros partidos, y en Apruebo Dignidad tiene la posibilidad de construir un nuevo relato de la izquierda.

De alguna manera, está dibujando ese borde para una izquierda poderosa, no esa izquierda extraparlamentaria a la que estuvimos tan acostumbrados en los 90.

– ¿Pero le ves proyección a esa alianza?

No sé si va a llegar al punto de que haya una nueva coalición, porque hoy día todavía al PS lo sentimos como parte de la ex Concertación. Pero yo creo que hay interés de formar un nuevo polo, y también hay resistencia. Desde Insulza en el caso del PS hasta sectores de Apruebo Dignidad que no confían en los socialistas.

Pero hoy día gobiernan juntos. Lo cierto es que, más allá de las peleas que tengan a escala de política interna partidaria, a nivel de gobierno esas divisiones no son tan fuertes. Uno mira a los ministros sectoriales y no se ven dos coaliciones.

Es probable que no todo el mundo esté contento de que esto ocurra, va a haber resistencia, gente a la que no le guste, gente que se sale, pero eso es parte del proceso, las formaciones de alianzas son así.

– El PPD ha planteado la tesis de que hay un centro político que se reconstituyó tras el triunfo del Rechazo, que hoy estaría siendo capitalizado por Demócratas y Amarillos. ¿Es real ese escenario?

Puede ser que como fuerza política exista. El declive de la DC, que yo diría que está en una fase terminal, te hace pensar que hay un mundo, de la élite particularmente, que tiene mucho interés en que ese espacio exista. Un espacio que yo definiría como medianamente progresista en términos sociales, que no cuestiona el capitalismo ni el neoliberalismo, al menos no tienen una crítica esencial, sino más bien accesoria.

Pero yo tengo la duda de si eso tiene una representación real en el electorado. La evidencia que tenemos es que en Chile, con el sistema de voto voluntario, esas personas que uno calificaba de centro dejaron de existir. El centro se vació. No es que los polos se hayan alejado, sino más bien que las personas que se identificaban con el centro se restaron del proceso político.

Y cuando eso pasa, no es tan fácil como que vuelvan y se unan de nuevo al centro, sino que se mueven por razones más flexibles. Clasificarlos de centro o de moderados no es lo más correcto. Entonces, yo tengo mis dudas de si hay agua en esa piscina, si hay suficiente electorado que está dispuesto a comprarse ese discurso del centro.

Va a ser una prueba bien interesante para el PPD, la DC y el PR porque también son partidos que tienen muy mala fama.

– ¿Crees que ese electorado más flexible es algo que logra capitalizar el PDG, por ejemplo?

Yo al PDG los califico de populistas, porque tienen un discurso súper anti élite. Tienen esta dicotomía entre la élite y el pueblo, y ellos se sienten representantes de ese pueblo. Y con un discurso bien simplista, tienen una forma bien simplificada de entender la realidad.

También los calificaría de derecha. No de extrema derecha, porque no parecieran tener una lógica tan dura frente a temas valóricos, pero sí son profundamente capitalistas, creen en el mérito y el esfuerzo individual como único modelo de desarrollo. Si uno escucha su discurso hay mucho de esto de que al que no le va bien es flojo.

Y es un partido también súper masculino. Uno ve el programa Bad Boys y casi no tienen liderazgos femeninos. Con los tiempos que corren hoy día, es súper llamativo que a un partido tan masculino le haya ido tan bien. Hay una tecla ahí que están tocando de forma sutil, no diciendo que «este es el partido de los hombres», pero hay una variable de género ahí que no hemos analizado bien.

La derecha en la encrucijada

– ¿Por qué crees que la derecha decidió también ir en listas separadas?

Ahí está ocurriendo que los partidos tradicionales de Chile Vamos están súper amenazados por ambos extremos. Por un costado está el PDG, que no necesariamente es de centro, pero le ataca un electorado menos ideológico, que votaría por la derecha al sentirse identificada con sus valores. Y por otro lado está el Partido Republicano, que los amenaza por la extrema derecha.

En ese contexto, Chile Vamos va a esta elección a proteger sus bordes. No por una razón ideológica, no creo que sea un cerco sanitario, pero hay una motivación electoral de definir dónde empiezan y dónde terminan ellos.

Hay ciertas personas dentro de esa coalición, Macaya en la UDI y me imagino que también en Evópoli, que sienten que están pagando costos por haber ido con Republicanos en elecciones anteriores. Están cerrando filas en ese aspecto.

– ¿Qué te parece el discurso que ha levantado el Partido Republicano, que llega a impugnar este proceso constituyente?

De a poco se ha convertido en un partido de libro de extrema derecha. Se trataron de desligar, pero en el fondo, se sienten muy identificados con lo que representa Bolsonaro y lo que representó Trump en Estados Unidos. Es decir, una cultura profundamente religiosa, muy conservadora en lo valórico, muy anti inmigración.

No sé si la variable económica los diferencia tanto con Chile Vamos, pero definitivamente hay un discurso de extrema derecha bien claro, donde se miran en menos iniciativas como las cuotas de género o la paridad.

– ¿Qué rol crees que van a cumplir los Republicanos en el proceso?

Son los que van a jugar el partido, pero porque no quieren que haya partido. En el fondo, quieren defender el legado de la Constitución del 80. A eso van, quieren convertirse en los defensores del status quo, y tienen por dónde, porque están ocupando este discurso de que la derecha tradicional entregó la Constitución.

El Partido Republicano no ataca a la izquierda, ataca a la derecha tradicional. Eso está ocurriendo en muchos países, no es algo exclusivo de Chile. Las derechas tradicionales están perdiendo terreno electoral e ideológico.

Hay derechas tradicionales que se están volviendo cada vez más irrelevantes, piensa en Vox y el Partido Popular en España. O hay derechas tradicionales que han terminado tomando el discurso de la extrema derecha como propio, a costa del público más moderado y perdiendo su propia identidad, como el Partido Conservador en Reino Unido o el Partido Republicano en Estados Unidos.

El objetivo natural del Partido Republicano es quitarle piso a la derecha tradicional, usurparles ese espacio ya sea por absorción o por cooptación.

– ¿Hay agua en esa piscina?

Sí. Hay dos fenómenos que ocurrieron muy rápidos en Chile y que las políticas públicas están tratando de resolver. El primero es la inmigración, que se triplicó en muy pocos años. Mucho de eso tiene que ver, a mi parecer, con el desastre que fue la regulación durante el gobierno de Piñera.

Y el otro problema es que tenemos un aumento explosivo de algunos delitos, algunos crímenes subieron muy rápido y Chile pasó de ser un país relativamente seguro a un país donde la gente no se siente segura.

Esos dos procesos son ideales para el surgimiento de la extrema derecha, porque su solución es la mano dura, de sacar a los militares a la calle y cerrar las fronteras, que no solucionan el problema de fondo. Por eso sí creo que hay caldo de cultivo, y en la medida en que el gobierno no sea capaz de manejar esos temas, vamos a seguir teniendo ese escenario.

– ¿Y la estrategia de Chile Vamos podría ser efectiva, pensando que igual hay dos almas encarnadas en Chahuán por un lado y Macaya por otro?

No es fácil el camino para la derecha tradicional chilena porque, al no estar en el gobierno, no está en sus manos controlar la delincuencia ni la migración.

Entonces un camino es cerrar filas y hacer un cerco sanitario. Pero eso va a tener un costo electoral. El otro es mover su discurso para hacerse cargo del cuestionamiento que hace Republicanos, eso es quizá lo que está haciendo Chahuán. El problema de eso es que necesariamente vas a perder al mundo más moderado. Y eso puede significar un camino sin retorno.

La evidencia disponible muestra que la estrategia de Macaya es más lenta, pero más exitosa que la estrategia de Chahuán. Es decir, generar una identidad que respete las reglas del juego y el orden democrático es una actitud que da réditos, pero en el largo plazo. Pero por ahora, requiere apretar los dientes y aguantar un rato.

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