¡Otra vez Tolstoi!
Me ha pasado muchas veces, y es cuando empiezo a reconocer que cobra importancia lo que está detrás de la rutina y el tempus fugit con que corren como río mis días. Y entonces doy con voces perdidas en los libros, ¡ya lo he dicho antes!, con ciertas citas que irrumpen como destellos de luz en una carretera solitaria. Suena cursi y lo asumo, más si en este caso fue otra vez Tolstoi, quien me dictó: “Hay quien cruza el bosque y no ve leña para el fuego”. Cuestión que me ayuda a advertir la claridad con que a veces miro lo que me pasa y por qué me ocurre y creo encontrar respuestas dentro de una dimensión de certeza que, en verdad, me asombra. Mi amiga, que llamaremos Eme, aseguraba que la primera condición para salir de un problema es ocuparse, y dejar finalmente solo de pre-ocuparse. Y aunque ella refiere a las razones, las formulaciones declarativas de “decir”, yo prefiero moverme en la dimensión implícita de lo que no podemos ver. Pero que a la vez nos hace reconocer aquello que en verdad nos es útil. Hablar con un amigo o amiga, leer, hacer el amor, caminar, salir, hablar por teléfono, escribir, dibujar, dormir, tomar, comer, extender la sobremesa, demorarse en un café, mirar un pájaro en un árbol, no sé. Todo bosque tiene leña para encender una hoguera. Otra imagen en la misma línea, dice que a veces los mismos árboles no permiten ver el bosque. Por último, otro aforismo de León Tolstoi, advierte: “La razón no me ha enseñado nada. Todo lo que yo sé me ha sido dado por el corazón”. En el plano de las emociones, la piel es delgada, de ahí que en ocasiones salir a la calle con un chaleco blindado, sea el mejor uniforme para enfrentar las miserias cotidianas. Al margen de las ideas, las preocupaciones, ensueños, silencios. O peor, el canto de las sirenas del consuelo con sus voces de la recuperación y perdón del presente. Anoche –porque uno suele ser más lúcido en esas cavilaciones de trasnoche– conseguí distinguir la diferencia entre fracaso y derrota. El peso de la noche que arrastramos cada día, me dije monologante, es solo una derrota momentánea. Aunque tome esa forma de fracaso irreversible que vemos en las caras, como acotaba una lectora, de esas hordas que avanzan a las cuevas del metro, es la de sus derrotas…¡Pero no un fracaso! Así se escribe la vida, de encuentros, de hallazgos, de astillas, de varitas, de ramas, de troncos, en un vasto claro de luz, donde se halla toda la leña del bosque. ¿Puede alguien resistirse al calor de una fogata?
Apostillas desde la distancia
No puedo concluir esta crónica sin referir al correo que llegó estos días a la editorial, agregando algo a mi crónica pasada, “Bien, pero con harta pega”. Lo escribe un poeta chileno residente en Pensilvania, dice: “sobre la coincidencia de su acepción anglosajona labor, que es trabajo pero que también es trabajo de parto, una de las experiencias más dolorosas que puede conocer el ser humano. Y también descubrí el concepto que los japoneses bautizaron como karoshi, definida como muerte súbita ocupacional, que básicamente es morirse de stress, de stress producido por el trabajo”. Agradezco el aporte de Carlos Soto. Su mail me hace pensar en los alcances que pueden tener estas líneas. Y que quizás mi tarea sea esta, aunque mi trabajo sea otro.