Juan, padre de cuatro hijos, es un luchador de esos que conmueven, sobre todo, a los países bien adoctrinados en el neoliberalismo. Es ese ejemplo de ciudadano, líder de familia, que resistió al apetito devorador del sistema recién implantado a la fuerza, el que recalca ante su familia que «no le hace asco al trabajo» cuando la máquina lo golpea por enésima vez. Es un personaje que puede ser querido por fachos y zurdos, querámoslo o no. Con reticencia a la política, como el Chile real, sobre todo en aquellos años complejos,y también el mismo que se enfurece al ser testigo de las nuevas posibilidades laborales de su esposa. No es un ídolo ni mucho menos, pero parece real.
Ad portas del término de la ya histórica serie, vale la pena reflexionar sobre las razones que explican la empatía del público con la llamativa representación del actor Daniel Muñoz.
1. Representados, por primera vez. Mientras los equipos de ficción de los canales se han dedicado, en los últimos años, a mostrar casi obsesivamente la realidad de personajes con amplio poder adquisitivo, viviendo en grandes casas y/o departamentos y una serie de lujos y superficialidad, Los 80 se instalaron para devolverle un poco de representación y realidad a las teleseries.
2. Es empeñoso. Primero lo echan de su fábrica, después, el hijo de su ex jefe fallecido lo estafa y tiene que soportar a un nuevo jefe facho. En la fábrica, los compañeros lo acusan de sapo y espinita hasta que él, luego de un accidente de uno de los empleados, se aburre, manda a la mierda a su jefe y se une a la protesta de los trabajadores. Tiempo más tarde, Juanito ya está encontrando la fórmula para dar inicio a su nuevo negocio: nada más y nada menos que un videoclub, igualito a esos donde arrendábamos películas los fines de semana. En el rubro que sea, él es un emprendedor, pero no en el sentido capitalista impuesto por los gobiernos de la postdictadura: Es empeñoso, como todo fiel exponente del pueblo.
De la mano de una atrevida propuesta, los guionistas de Los 80 nos llevaron a presenciar una escena de violencia intrafamiliar concretada por el querido Juan Herrera, celoso y humillado en su hegemonía en el hogar. Arriesgando a su protagonista al odio del público, la serie expuso sin eufemismos una realidad que todavía es tratada con distancia en la ficción y se aventuró a reflejar el empoderamiento femenino después de largos años de opresión dictatorial. En un país de muchos Juan Herrera y Ana López, el planteamiento se agradece.
4. Ojo con este análisis sobre su representación social. En 2012, Cecilia Cifuentes, economista regalona de La Segunda, publicó una columna donde simuló un curioso análisis del padre de los Herrera que termina por defender la educación pagada y la necesidad de esforzarse para conseguir un “premio”.
“Las dos características más marcadas de este notable personaje son su clara conciencia del deber y su honestidad a toda prueba. El y su señora viven apretados, tal cual ha sido y es la realidad de la gran mayoría de los chilenos, y a pesar de eso, no caen en la tentación de vivir más allá de sus posibilidades. Pero la lección más importante que nos da Juan es que con esas dos valiosas virtudes, trabajo duro y honestidad, es posible surgir, incluso en un contexto de Estado Benefactor inexistente para la clase media en ese entonces”, detalló.
Yendo a su punto, más adelante, y demostrando que no entendió mucho de la serie y de Chile, Cifuentes recalca su tesis: “Pero la gratuidad no sólo es mala por su elevado costo fiscal, sino también porque afecta negativamente la necesidad de esfuerzo de Juan Herrera y sus hijos. Si se les pregunta a los padres tipo Juan Herrera por su principal motivación para trabajar, la respuesta será una sola; pagar más y mejor educación para sus hijos, proyecto además que es el más rentable en que pueden invertir ¿Qué ocurre con ese esfuerzo laboral si la educación no tiene costo?”. Juzgue usted.