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Buscando a Rubén Darío por Nicaragua

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 14.11.2014

nicaragua5El muro cayó hace 25 años. La revolución Sandinista triunfó hace 35. En eso pensaba mientras caminaba bajo el sol de León en busca de la casa de Rubén Darío. El fin y el comienzo de las revoluciones. Revoluciones que no fueron. Tras mi breve paso por Nicaragua me preguntaba si la revolución no sería como el amor: Amores incompletos he tenido por montones, cantaban Los Tres. Aquí, tras casi medio siglo –con una guerra fratricida claro está de por medio y gobiernos oligárquicos—queda tanto por hacer. Managua, una ciudad que ha mantenido la extrañeza en que la dejó un terremoto hace cincuenta años, bien puede servir como metáfora de lo que falta, de lo que no ha sido (aún) y de lo que todos esperan que sea (todavía).

nicaragua11En el encuentro al que asisto –sobre memorias, dictaduras, dolores y flores añejas— las críticas al gobierno de Ortega son parejas y unánimes. Desde traición a los principios de la revolución a fanatismo esotérico combinado con una tendencia a llenarse los bolsillos propios que ni dista mucho de lo que han hecho tantos líderes en nuestras tierras. Corrupción a destajo y, quizá lo peor, una estética francamente cuestionable cuando se trata de monumentos y de embelesar las calles y la innumerables rotondas (Nicaragua es un país de poetas, qué duda cabe, pero no creo que se pueda decir lo mismo respecto a su escultura). Las paredes muestran aún, descascarados, afiches del Frente de Liberación y banderas rojinegras todavía flamean en lo alto. Daniel ha optado por el rosa, me dicen: suavizando la retórica, abriendo las ventanas y los mercados. Cambiando los sueños dicen unos; acabando con ellos, escucho a mis colegas y amigos.

Pero la señora Lidia que se sienta a mi lado en el minibús a León no piensa eso. Ella se declara sandinista “de verdad” y me cuenta, además de trescientas exquisitas recetas de comida nica que prepararé apenas llegue a casa, que la gente no entiende a Daniel. Que él hace lo mejor que puede; que no hay dinero para todos. Pero que ha dado muchas casas y repartido a los más necesitados. Que ella cree en él. Se ríe cuando le pregunto por el grupo de sandinistas que se oponen a él. Lo que quieren es el poder, me dice. Como todos. Como Daniel, le digo bajito. Pero él ya lo tiene, me responde categórica y vuelve a reír con sus dientes de oro. Lidia ha trabajado como cocinera en Honduras y El Salvador y me explica las diferencias en el vocabulario entre esos países. Aquí se dice así, allá se dice de esa otra manera. Yo intento recordar, aprender. ¿Pero la gente es feliz en Nicaragua?, cómo se me ocurre preguntar algo así. Lidia no se inmuta: mira, las cosas ahora no están tan bien, pero sí, yo estoy feliz. Me habla de sus nietos. De las cosas terribles que lo toco vivir en El Salvador.

nicaragua24Entonces Lidia me devuelve las preguntas: cómo es Chile. Cómo es la comida. Cómo es la gente. ¿Hace calor como en Nicaragua? Yo respondo con los lugares comunes que he aprendido viajando, pero intento ser honesto. Ella a todo sonríe. Le gusta lo del desierto y lo del hielo. Afuera el verde es un ataque glorioso a nuestros ojos. Y me pregunta si los chilenos son felices. La miro sin sonreír. Qué le puedo decir. ¿Hablar de fútbol? No sé, le digo. Algunos, supongo. Las cosas están cambiando, voy a empezar, pero me doy cuenta que de verdad no sé qué decir. Por un rato ninguno de los dos habla.

Me despido de ella con un apretón de manos. Nos indica cómo llegar a la catedral donde está enterrado Darío. Nos subimos a una camioneta. Siento el calor como si estuviera en una novela de García Márquez. Una mujer a mi lado, bellísima, me mira. Si tuviera diez años menos, imagino (pero no quiero imaginar tanto). Si los sueños de la razón producen monstruos, qué serán capaces de crear los sueños de la fantasía. Corte: llegamos a la catedral protegida por sendos leones. En el interior encuentro la tumba del poeta que se hizo famoso en Chile, en Valparaíso, en 1888, con un librito de poemas y cuentos que después se llamaron modernistas. nicaragua9Un león protege la losa de Darío. Sin embargo, su rostro está triste (como el de la princesa famosa), a punto de ponerse a llorar. ¿Llorará por la muerte del poeta? Difícil saberlo. Los leones son difíciles de interpretar. Especialmente cuando protegen las tumbas de vates famosos.

Afuera el calor pega aún más fuerte. Y hay más leones y más esculturas que remedan a Darío. Juventud divino tesoro. Yo soy el que ayer no más decía. Canto sonoro. Mi abuelo recitaba a Darío mientras tomaba de la mano a mi abuela. Yo no me atrevo a tomarle la mano, pero largo unos versos igual. Pienso en el león y en su vigilancia eterna, en su tristeza histórica. Y pienso que quizá se trate de un león revolucionario que está esperando tiempos mejores, tiempos en los que la alegría (como el amor) nos devuelve el futuro a nuestro presente.

Pido una cerveza, una Toña, para paliar el calor que se pega a lo que queda de mi alma. Pasa un verso volando. Lo dejo ir.

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