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Somos feos pero tenemos la música: Una columna sobre discos que nacieron antes de tiempo

Por: Pablo Rosenzvaig | Publicado: 14.07.2016
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Hay discos y canciones que son como los sueños freudianos hechos de significantes, basta ver un revolver en la tele para tararear en tu cabeza “Tengo un revolver en el bolso y lo pienso usar” o escuchar la palabra “miel” y que tu cabeza haga esa gestalt que complete el círculo diciéndote “Luna de mieeeeeel”.

Una de las tantas obsesiones que tengo, y tal vez la que más me ha acompañado en la vida, es tratar de entender esas cosas que se adelantan al tiempo en el que les tocó vivir.

Así, Oscar Wilde habla en su juicio de una de las cartas a Lord Douglas: «¿Era una carta corriente?, pregunta el fiscal Carson. “De ninguna manera», contestó Wilde, «era una hermosa carta». «¿Fuera del Arte?» pregunta Carson. «No puedo contestar ninguna pregunta fuera del Arte», replica Wilde.

Federico Moura se adelantaba a todo mientras muchos consideraban que lo que hacía era “música para putitos”.
Los Blues Brothers tocando en un bar redneck con una malla de alambre que detenía las botellas.
Billie cantando “Strange fruit”.

Los discos de los que escribiré, no tienen más verdad que la repetición que en mi cabeza, y no esperan decir nada más que lo que me siguen diciendo a mí. Son esas canciones que no entran en el vintage nostálgico del placer culpable, sino que siguen recordándote que son putamente eternas. Esas de las que alguna vez te creíste dueño y en realidad era al revés.

Hay discos y canciones que son como los sueños freudianos hechos de significantes, basta ver un revolver en la tele para tararear en tu cabeza “Tengo un revolver en el bolso y lo pienso usar” o escuchar la palabra “miel” y que tu cabeza haga esa gestalt que complete el círculo diciéndote “Luna de mieeeeeel”.

Hay discos que son como ese taxista que, aunque te pongas audífonos, no deja de hablarte.

Esta columna se tratará de esos discos que vuelven a ti como si fueran las cartas amarillas de Nino Bravo.

Es por eso que, para inaugurarla, elegí a los Prefab Sprout; tal vez porque creo que es la que más suma todas esas cosas que te gustan de todas las bandas que te gustan.

Talento incomprendido, peleas con los sellos, salir al mismo tiempo que bandas que parecen interpretar a toda una generación y sentir que lo que dices a veces es tan intemporal que no encaja en ningún presente. Ostracismo al estilo Walden y sumemos enfermedades al oído y a la vista.

Un primer disco Swoon que ya en “Don’t sing” nos introduce a lo que sería gran parte del imaginario de Paddy en el futuro. Una mezcla entre lo religioso, las rutas de Elvis, Kerouac y el western.

“An outlaw stand in a peasant land, in every face see Judas
The burden of love is so strange
The stubborn beast and the whisky priest are hiding from the captains.
The burden of love is so plain.
Are they happy to see you, no, you always bring trouble.
Cast a shadow on Mexico – denial doesn’t change facts”.

El amor para Paddy, nunca es en presente sino ese incompleto o inacabado, parecido al de esa otra gran bestia de los Pogues llamada MacGowan, que siempre ve el amor como ese inmigrante llegando a un país que nunca será suyo.

Siguiendo con la historia de los Prefab, tenía que llegar Thomas Dolby —sí, el de “She blinded me with science”— para producir el segundo disco y hacer que todas esas novelas que tenía Paddy en la cabeza lograran empezar a golear en vez de ganar por penales. Lo que hace Dolby acá es parecido a lo que hace Mitchell Fromm con el Mercury de los American Music Club: hacer que canciones desnudas logren tener un paisaje y, por qué no decirlo, un mapa y a la vez un territorio.

Dolby le construye a McAloon un Delorean que hace que sus obsesiones con el western, Robin Hood y los Beach Boys se transformen en verdaderos himnos intemporales. Hace sonar sus canciones con esa atmosféra que tan bien le salen a los Talk Talk o a los The Blue Nile.

Hoy nos detendremos en el Crimson/Red. Porque si pensamos que Let’s Change The World With Music es un disco de demos que grabó Paddy para lo que debía ser la continuación de Jordan: The Comeback, siendo rechazados por el sello, y que I Trawl The Megahertz fue la manera de lidiar con el doble desprendimiento de retina que lo dejó casi ciego y lo obligó a componer de otra forma, Crimson es la verdadera vuelta del autor desde el 2001.

Y es una vuelta donde, a lo Prince, Paddy tocó todos los instrumentos y a lo Unabomber se retiró del planeta. Pero no se fue a vivir al bosque estilo Into the wild a hacerle himnos hispter a la naturaleza, sino que se fue a tratar de lidiar con su historia hecha de retazos de memoria. Esa tal vez sea la mayor virtud de este disco.

Volver al inicio y demostrar que quedándote sordo y casi ciego, hay estribillos que aún siguen estrenándose en tu cabeza y que cuando el reloj comienza a ir hacia atrás haciendo moonwalking, quieres demostrarte a ti mismo antes que al mundo, que aún quedan países incompletos a los que les faltan himnos por hacer.

“Para no olvidarse de lo que lee y oye, el hombre escribe y se oye escribir. Cuando se acuerda inventa la metáfora” dice Prado de Oliveira en un ensayo sobre Freud y Schreber, y calza perfecto para pensar el Crimson/Red.
Esta vuelta de McAloon no es cualquier vuelta porque ya desde el inicio parece ser un disco de esos que se roban una ambulancia, como Ledger en la de Nolan para salir a atropellar a todos los fantasmas que aún siguen vivos caminando por la ciudad.

Pero no nos confundamos, este más que ser un disco hecho con la rabia del que sabe que es un genio y quiere salir a cobrarse con muertes los años de su ostracismo, es un disco que mezcla la ironía del incomprendido que ya abandonó la fantasía de poder ser un Wayne, un McQueen o un Elvis. Este, más bien, es el disco de alguien que, temiendo quedarse sordo o ciego, ajusta cuentas con su historia.

El disco parte con lo que podría ser una cita a Cary Grant en Atrapar a un ladron (alguien que de día es todo lo que se espera de él, pero que, de noche, haciendo eso que no le puede contar a nadie, encuentra verdaderamente lo que le importa).

“Tengo cajas llenas de cancioncitas en casa” decía Paddy cuando lo entrevistaron por este disco, y lo que pudiera haber sido un single cualquiera termina siendo una metáfora de lo que para Paddy es el oficio de escribir canciones.

Masked and dressed in black
You scramble over rooftops
Carrying a bag, a bag marked swag
You’re the best jewel thief in the world.

En “List of Impossible Things” Paddy se pone a pensar en Sinatra y lo llama Francis Hoboken. Y acá ya podemos ver la genialidad de McAloon que, frente a sus operaciones al oído y a la vista, se pone a hablar de ese al que le llamaban la voz, eso que tal vez sea lo único que le quede entre tanto huracán de soledad y enfermedades.

Take your cracked violin
Let the music begin
And sing like you’re Francis Hoboken

If your voice is all shot
It’s still the best one you’ve got
You’re a work of art that’s broken

Encerrado como Thoreau en Walden, también se pone a pensar en Dylan antes de que fuera esa estatua que es hoy y lo hace nuevamente desde su lugar de ermitaño al que solo le quedan voces que le hablan en la cabeza. Como si Paddy quisiera ir acostumbrándose a esa idea de no poder escuchar a nadie más.

En “The Songs Of Danny Galway”, homenajea a Jimmy Webb, con el que llegó a tocar alguna vez “The Highwayman”. Es un himno parecido al que le hace Calamaro a Miguel Abuelo, pero Paddy cuando escribe, escribe en piedra.

“No sé por qué escribo como escribo. No siempre quiero decir lo que estoy diciendo, no estoy expresando mi punto de vista sobre algo; es como si escribiera el guión para una película. Sí que uso muchas cosas del subconsciente; esas líneas que me llegan a la mente y no acabo de entender, pero sé que debo usar. Y así pueden surgir grandes canciones. Es como la poesía. Exige cierto trabajo al oyente”.

Eso y mucho más hay en “Adolescence”, que empieza así:

Adolescence – what’s iAnnotatet like?
It’s a psychedelic motorbike
You smash it up ten times a day
Then you walk away

It’s moonlight on the balcony
It’s pure hormonal agony
Bad poetry its greeting card

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