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King Kong: Papá Mono

Por: Daniel Olave | Publicado: 15.03.2017
King Kong: Papá Mono Kong Isla Calavera 2017 |
A todos nos gustaría poder rebelarnos contra quienes nos quieren controlar y romper las cadenas como este gorila enojado para destrozar lo que se le cruce por delante. Si no, ¿por qué su caída desde lo alto del Empire State provoca compasión?

He’s always been king of his world, but we’ll teach him fear
Carl Denham (King Kong, 1933)

Es vieja la analogía entre cine y sueños. El estudioso de la cultura de masas Roman Gubern hace hincapié en que ahí en la pantalla -como en la experiencia onírica-, lo insólito, lo ilógico y la violación de las leyes naturales resultan perfectamente aceptables. Sólo por eso, ha dicho que “nadie cuestiona en una sala de cine la aberración zoológica llamada King Kong ni el que, entre millones de ventanas que hay en Nueva York, el gorila gigante acierte sin esfuerzo a localizar aquella de la habitación en que se halla su amada».

El crítico argentino Diego Curubeto, en su libro Cine Bizarro, dice que «la imagen de la diminuta Fay Wray siendo atrapada, desvestida y olfateada por el simio gigante es una de las más bizarras pasiones jamás imaginada: la idea del mono monstruoso enamorado de la rubia es absolutamente absurda, pero evidentemente logró tocar algún resorte oculto en la mente de millones de espectadores, convirtiendo a King Kong en una de las películas más famosas de la historia del cine».

Aquel personaje creado para la ya legendaria y bella película original de 1933, y que hoy vuelve al cine por cuarta vez en la entretenida y visualmente espectacular “Kong: La isla calavera”, es uno de los grandes íconos del cine mundial. Un clásico convertido en un pedazo de cultura pop, en un mito que trasciende la pantalla y se posiciona en los recónditos territorios del inconsciente y la memoria colectiva, provocando temor, excitación y otros tantos estímulos sicológicos.

La bestia suelta

Algo tiene la presencia de estos animales fascinantes, tan semejantes al ser humano, que atraen e inquietan. Hay cientos de películas con gorilas amigables y otros tantos que amenazan en filmes de aventuras, de terror y comedias con señores disfrazados. Antes de su descubrimiento -relativamente reciente para la zoología, en 1902-, cundían los terribles relatos sobre un ser mitad hombre mitad simio que raptaba mujeres en la profundidades de África. Otros mitos orientales hablan de un mono gigante que habría dado origen a la historia de King Kong y que ha resultado tener un origen científico: se trata del Gigantopithecus, de 3 metros de altura, que vivió hasta hace 300.000 años y que pudo haber convivido con el Homo Erectus en Asia sudoriental.

Como sea, la fascinación y el temor del animal más parecido al hombre, están conectados a la idea del salvajismo que hace tan poco abandonamos (¿lo hicimos?), cuando definitivamente nos bajamos de los árboles y comenzamos a caminar erguidos hace unos cuantos millones de años.

El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante dice que King Kong es “una de las películas más fascinantes, inolvidables y bellas de la historia del cine”, y que junto con el cuento de Edgar Allan Poe “Los crímenes de la calle Morgue”, es la “creadora del mito del animal poderoso y cercano al hombre que viene de la selva a poblar las pesadillas de una gran ciudad”.

El mono primordial

La identificación que provoca el cine fantástico, según algunos expertos, corre en dos direcciones: con la víctima y con el monstruo. Y, en el mito de Kong, ambas están poderosamente representadas. Porque si bien se sufre por la pobre joven en manos del mono, también se goza con el poder del simio que viene de la selva (lo salvaje, lo antiguo), a destruir la ciudad (lo moderno, lo civilizado). A todos nos gustaría poder rebelarnos contra quienes nos quieren controlar y romper las cadenas como este gorila enojado para destrozar lo que se le cruce por delante. Si no, ¿por qué su caída desde lo alto del Empire State provoca compasión?

Según Gubern, “la cuestión de la monstruosidad animal requiere cierta atención, porque la relación entre el hombre y el animal ha sido siempre una relación de miedo o de poder (es decir, de violencia), en la cual o el hombre ha dominado al animal (por domesticación o amaestramiento), o bien el hombre ha sido presa y víctima potencial de animales en estado salvaje. (…) El género terrorífico ha preferido contemplar la animalidad como pérdida de identidad, o bien como amenazadora monstruosidad de la naturaleza”.

Quizás, como anota Gubern en su libro “Las raíces del miedo”, la clave esté en el mismísimo padre de la sicología moderna. “Freud buceó también acerca de la supuesta paternidad animal de la tribu y acerca de las zoofobias infantiles, neurosis edípicas en las que se asimila en animal velludo, feroz y potente (hipervirilizado) a la imagen del padre. Bajo esta luz King Kong se convierte en la más bella alegoría edípica de la historia del cine”. O sea, que al final, King Kong, vendría siendo como un padre. Qué tal. Papá mono.

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