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Gabrielle Houbré, historiadora francesa: “Las mujeres tienen la libertad de decidir cómo vender su fuerza de trabajo”

Por: core | Publicado: 29.05.2017
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Entre mesas de trabajo y exposiciones agendadas en la 11ª versión de la escuela Chile-Francia, Gabrielle Houbré conversó con El Desconcierto sobre los juicios morales construidos alrededor de la prostitución y su ejercicio.

Profesora titular de Historia Contemporánea e investigadora del Departamento de Historia de la Universidad Paris Diderot-Sorbonne, conocida también como París VII, las investigaciones de Houbré se concentran en las mentalidades de los sujetos-otros. Especialista en la historia del siglo XIX, a través de la revisión de documentos historiográficos la académica ha podido reconstruir, en parte, impresiones sobre el género, la historia de la sexualidad, el cuerpo y la juventud que, a pesar de los doscientos años de distancia, aún permanecen en el imaginario francés.

En su estudio sobre madres e hijas (Histoire des mères et filles), Houbré se enfoca en desmenuzar la intimidad y la “educación sentimental” que se desprende de esta relación de parentesco. Entre las fuentes utilizadas, destaca el uso de obras literarias del período para describir la solidaridad entre madres e hijas, pero también el dolor que inevitablemente se asocia a este lazo y que, a la vez, se venera como si fuese una parte esencial del vínculo. También enfatiza en la misión educativa que la madre tiene con su(s) hija(s) dentro de la clase trabajadora: la herencia del aprendizaje del bordado y las dificultades de la relación madre-hija dentro del mismo contexto laboral.

¿Cómo es que pasas desde el análisis de la cuestión de madres e hijas a la prostitución, siendo este último un fenómeno que ocurre fuera del núcleo familiar?
Llegué al tema de la prostitución porque me propusieron editar un archivo de la policía de moral y buenas costumbres del siglo XIX en Francia. Encontré mucho más interesante trabajar sobre este fenómeno en vez de continuar con madres e hijas, cuestión de la que ya se ha dicho mucho.
Francia es un escenario muy prolífico para estudiar la prostitución pues, a comienzos de 1800, en vez de abolir el “delito”, decidió reglamentarlo. Los burdeles se institucionalizaron en esta época, por ejemplo. Este nuevo marco jurídico implicó que las prostitutas tuvieran que presentarse en las oficinas de la policía y en los municipios para poder ejercer el oficio.

¿Qué opinas tú sobre criminalizar, penalizar, regular?
En mi país nunca ha sido objeto de criminalización penal, sino más bien desde un enfoque médico, aséptico. La necesidad de establecer determinados límites en el ejercicio de la prostitución viene del ideal de la mantención del control higiénico, con el fin de frenar el contagio de sífilis.
En el 2013, desde las áreas más conservadoras del poder legislativo emanó una ley que sancionaba el racolage, entendida como la acción de incitar a recibir favores sexuales a cambio de una compensación económica. El uso de esta palabra no es antojadizo, pues el hecho no está delimitado por el acuerdo explícito que es parte del consentimiento de esta práctica, sino que apela a un significado mucho más sutil. La prostituta no tiene que estar vestida como tal, ni tener actitudes de, ni enunciar que lo es para ser, en este caso, delincuente.

¿Y cómo es que la policía puede dirimir que este delito está ocurriendo o no, si los signos que lo delatan son tan poco claros?
Ese es el problema, porque la interpretación de la ley puede ser muy ambigua. Finalmente, esta fue la razón por la que el 2016 esta ley quedó sin efecto. La criminalización, actualmente, recae en el cliente y no en quien ejerce la prostitución. Sin embargo, la mayoría de las prostitutas están en contra de esta medida porque es más difícil trabajar cuando el cliente tiene miedo de ser multado o detenido.
Me gustaría precisar, como historiadora, que ninguna de las leyes que se han aprobado en Francia en relación con la prostitución ha tomado en cuenta la palabra de las propias trabajadoras sexuales. La mujer no es considerada como un sujeto político activo.

Hasta ahora, hemos conversado sobre las prostitutas francesas, mujeres, blancas. ¿Qué pasa con los otros cuerpos que también son parte de este mercado?
Llama la atención que se hable tan poco de la prostitución masculina. Es cierto, la balanza está inclinada hacia una mayoría femenina, pero dentro de mis investigaciones me interesa dar cuenta de la diversidad de cuerpos y subjetividades que, a lo largo de la historia, participan en este campo. Reconocer este punto es muy importante en el presente, cuando hay muchas prostitutas que vienen migrando desde los países del este de Europa y de África cuyas razones para entrar al mercado sexual, entre las que podemos listar los conflictos en sus países de origen y la pobreza asociada a la condición migrante, son muy distintas a las que tienen, por ejemplo, las mujeres nacidas en Francia.

¿Cuál es tu posición frente a estos debates?
Yo me considero abolicionista en lo que refiere a las circunstancias particulares de las mujeres que enuncié, las migrantes, donde se observa que ejercer la prostitución es más bien una obligación de las circunstancias. Una respuesta a la contingencia. No así en el caso de las mujeres que deciden, libremente y sin presiones externas, ingresar a este mercado. En los años 60 existía un eslogan entre las feministas francesas que decía “Mi cuerpo es mío”. Esta proclama se extiende también a la libertad de las mujeres de decidir cómo venden su fuerza de trabajo.
Mi postura, entre los movimientos feministas de mi país, es minoritaria. Ellas, en general, están en contra de todo tipo de prostitución. Por mi parte, creo que cada mujer es dueña de su cuerpo y, por lo tanto, puede hacer con él lo que se le venga en gana.

¿Qué motivos derivan en esta postura intransigente contra la prostitución?
La primera razón que se me ocurre es una absoluta oposición a la mercantilización de los cuerpos. La segunda es que se concibe a la prostitución como un acto degradante. Creo que estos motivos son reduccionistas en tanto, como ya sostuve, no consideran la opinión de las y los sujetos que están involucrados activamente en la prostitución. Esas voces son las que hay que escuchar de manera tal de llegar a un consenso en este aspecto. No se puede legislar y condenar desde un pedestal que desconoce las condiciones materiales de quienes ejercen el comercio sexual.

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