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¡Feliz cumpleaños, Manifiesto Comunista!

Por: El Desconcierto | Publicado: 22.02.2018
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Fue un 21 de febrero de 1848 cuando se publicó uno de los tratados políticos más importantes de la historia. A 170 años de su primera edición, revisamos su vigencia e influencia en el mundo contemporáneo.

«Un fantasma recorre Europa: es el fantasma del Comunismo» es, probablemente, una de las líneas de apertura más famosas de la literatura universal. Y de la historia. Y de la política. El Manifiesto del Partido Comunista, obra escrita por encargo de la Liga de los Comunistas en 1847 a dos jóvenes Karl Marx y Friedrich Engels, quienes a la fecha de impresión del texto contaban con 28 y 27 años, respectivamente, es un texto que resume las ideas de sus autores sobre la sociedad europea de la época, en una crítica directa al rumbo que tomaba la economía, dirigida hacia la internacionalización del capitalismo, y afirmando que «toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de clases».

Pero más allá, a la fecha es el pilar fundamental de los argumentos contra el capitalismo y a favor de la justicia social, reivindicando derechos básicos que aún no están del todo garantizados en el presente resumidos por los propios autores: expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos; fuerte impuesto progresivo; abolición del derecho de herencia; confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes; centralización del crédito en el Estado por medio de un Bbanco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio; nacionalización de los transportes; multiplicación de las fábricas nacionales y de los medios de producción, roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo; proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo; articulación de las explotaciones agrícolas e industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad; educación pública y gratuita de todos los niños; prohibición del trabajo infantil en las fábricas bajo su forma actual; régimen combinado de la educación con la producción material, etc.

Sin fronteras

Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen. No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder político, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que también en él reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesía. Ya el propio desarrollo de la burguesía, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar más y más las diferencias y antagonismos nacionales. El triunfo del proletariado acabará de hacerlos desaparecer. La acción conjunta de los proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de las condiciones primordiales de su emancipación. En la medida y a la par que vaya desapareciendo la explotación de unos individuos por otros, desaparecerá también la explotación de unas naciones por otras. Con el antagonismo de las clases en el seno de cada nación, se borrará la hostilidad de las naciones entre sí.

Contra la familia

¡Abolición de la familia! Al hablar de estas intenciones satánicas de los comunistas, hasta los más radicales gritan escándalo. Pero veamos: ¿en qué se funda la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. Sólo la burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y esta familia encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de los proletarios y en la pública prostitución. Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base. ¿Nos reprocháis acaso que aspiremos a abolir la explotación de los hijos por sus padres? Sí, es cierto, a eso aspiramos.

Anti-patriarcal

El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer. No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción. Nada más ridículo, por otra parte, que esos alardes de indignación, henchida de alta moral de nuestros burgueses, al hablar de la tan cacareada colectivización de las mujeres por el comunismo. No; los comunistas no tienen que molestarse en implantar lo que ha existido siempre o casi siempre en la sociedad. Nuestros burgueses, no bastándoles, por lo visto, con tener a su disposición a las mujeres y a los hijos de sus proletarios -¡y no hablemos de la prostitución oficial!-, sienten una grandísima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres.

Trabajadores al poder

Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. ¡Proletarios de todos los Países, uníos!

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