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Crítica de TV: «Esposa joven» o cómo romper paradigmas sin perder la identidad

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 05.06.2019
Crítica de TV: «Esposa joven» o cómo romper paradigmas sin perder la identidad esposa joven |
Mi corazón feminista de hembra alfa tiembla impotente con cada capítulo de este drama turco creado en septiembre de 2013 y transmitido por TVN desde enero de este año. Demasiadas cachetadas a una menor de edad. Es perturbador.

La historia de Zhera, la adolescente de trece años escogida para saldar una deuda de honor, plantea profundos conflictos arraigados en el ADN de la sociedad patriarcal. En Turquía fue éxito rotundo y se convirtió en producto de exportación. Cagla Simsek, actriz que interpretó a Zhera, por entonces tenía 11 años y cursaba la secundaria en Estambul. Su realidad no coincidía con la del personaje, fue penoso para ella interpretar la escena del matrimonio. Paradójicamente, hoy forma pareja con el actor que da vida a Alí, su esposo en el drama.

Según cifras de la Unicef para 2013 alrededor de 650 millones de mujeres en el mundo se casaron antes de cumplir los 18 años. Y cerca de 250 millones antes de alcanzar los 15 años. Millones de historias, un abanico de experiencias adolescentes que van desde el enamoramiento al abuso y la violencia.

El caso puntual que expone Esposa joven representa parte del fenómeno global. En esta serie, el amor entre la hija del patrón y el hijo de la empleada es una deshonra que se castiga con la muerte de los enamorados. El drama y la violencia de esta historia se acentúan por la actuación de las mujeres mayores: la matriarca se cobra una novia para la familia por el agravio. Una decisión que afecta el desarrollo personal de la adolescente que solo quiere estudiar.

El matrimonio precoz de Zhera sitúa a la menor en un ambiente de vulnerabilidad, ya que no cuenta con independencia económica ni tampoco con la formación que le permita completa autonomía, además de los factores físicos y psíquicos que aún están en desarrollo. En vez de completar sus estudios asume la maternidad temprana, se transforma en madre protectora.

En la telenovela se ven pocas mujeres solidarias  y muchas intrigantes, reflejando una cultura de servidumbre y posesión sobre sus vidas. Plena sumisión a la autoridad masculina. Esta realidad no es exclusiva del mundo musulmán. Pasa en Turquía, en Estados Unidos, Asia, África y Latinoamérica.

En Chile la legislación permite el matrimonio entre menores de 16 años con el consentimiento de los padres. En Estados Unidos más de doscientas mil menores contrajeron matrimonio entre 2000 y 2015. En veinticinco Estados no hay edad mínima para casarse y en el resto llega a ser tan baja como de 13 o 14 años (BBC Mundo). En Tanzania las hijas se intercambian por vacas y en países como India la novia es prometida a un completo desconocido.

Esposa joven sucede lejos de la ciudad, donde el poder del clan es mayor al de las instituciones. No es muy distinta a la “realidad” mostrada en el Señor de la querencia; las estructuras son similares, el ordenamiento de roles también.

La producción turca denuncia la cara más dura del patriarcado. Los hombres son temidos, respetados, volubles. Alrededor de la mesa se conversa y se decide sobre el clan. El respeto, el recato son normas del Corán. Los ritos y ceremonias se cumplen de acuerdo con las costumbres. La palabra empeñada es ley.

Para muchas comunidades rurales la educación de la mujer implica una amenaza a la tradición. Se considera que el rol de las niñas está circunscrito a la cocina, a la reproducción. Una mujer educada puede dejar su pueblo en busca de mejores oportunidades. Melek, la madre de Zhera es el arquetipo que muchos temen. Es maestra de escuela, ya no usa velo y cuestiona la autoridad.

Nuestro paradigma occidental a veces olvida que millones de mujeres devotas se entregan voluntariamente a la fe y al consenso social que se configura a partir de esta. Las reglas se cumplen porque son palabra divina. Por ejemplo, existe el hiyab, norma de vestimenta que indica cubrir el cuerpo femenino y solo mostrarlo en el círculo familiar más cercano, y varía según la región y sus costumbres. Las mujeres se sienten protegidas y seguras en la calle cuando acatan el hiyab.

Turquía es un país laico donde el 99% de la población es musulmana; no obstante, prohíbe el uso del hiyab religioso y símbolos teo-políticos en edificios públicos, escuelas y universidades. En 1983 se legaliza el aborto y la educación es obligatoria y gratuita desde los seis a los quince años.

El rotundo interés de la audiencia por conocer este mundo abrió el debate en las redes sociales sobre tradiciones, matrimonio y derecho infantil.  No hay que perder de vista el factor económico y la estabilidad política en esta ecuación. En muchas zonas estas bodas son resultado tanto de las costumbres, como de las precarias condiciones de vida y de los conflictos armados. Los padres ven una forma de aliviar la carga económica y la falta de oportunidades.

El cambio de paradigma es empujado por las mismas niñas afectadas. Payal Jangid, una niña hindú de doce años se negó al matrimonio y hoy promueve la escolarización desde el parlamento infantil de su pueblo. Malala Yousafzai, una bloguera pakistaní, recibió tres balas por enfrentarse a la ley talibán que prohíbe estudiar a las mujeres. En 2014 recibió el Premio Nobel de la Paz con solo diecisiete años. Ambas reflejan la lucha activa por los derechos de las niñas a la educación.

Al parecer el boom de las teleseries turcas no se agota. Es de esperar que el debate se convierta en acción. Las tareas pendientes sobran, es hora de ser algo más que un espectador.

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