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Conoces mi nombre

Por: César Tudela | Publicado: 18.05.2020
Conoces mi nombre Chris Cornell | Ken Settle
Para quienes crecimos en los noventa y en los 2000, y nos gustaba el rock, el grunge fue nuestro refugio. Y probablemente las canciones de Soundgarden (para algunos) o de Audioslave (para otros), eran uno de los catalizadores de todas aquellas emociones que se palpitan en aquella temprana edad. Recordamos con este texto del periodista César Tudela, escrito a dos días de aquella fatal noticia para El Desconcierto, al gran Chris Cornell.

“Las épocas de los hombres honestos se han ido,
pero para las serpientes duran más”
‘Black Hole Sun’, 1994

Es difícil escribir sobre un artista cercano a tu corazón, no necesariamente porque siempre ha estado ahí, sino porque es la banda sonora de tu vida. Te obliga a devolverte en el tiempo, a pasearte por los caminos ya recorridos y a decirte, en muchas ocasiones: ya no es lo mismo. Ya no será lo mismo. El desafío es aún más abrumador cuando se trata de hilvanar las ideas y los recuerdos sobre aquel músico que inició su viaje al infinito…

Sin eufemismos: de su muerte.

Entre estar leyendo los reportes, lo que dicen los amigos, las responsabilidades del día a día, todo se hace más complejo, triste, emocional. En el intento de encontrar algo de parsimonia para poder enfrentar la hoja en blanco y de poder aceptar la noticia, busco uno de los discos favoritos para escuchar y poder encontrar inspiración. Craso error. Con Euphoria Morning en las manos –aquel primer disco solista realizado con sus amigos de la banda Eleven– intento buscar las palabras.

Miro la portada. La idea que se cruza por la mente es espeluznante. ¿Qué estará sintiendo en estos momentos Alain Johannes? Los últimos años han sido duros para el músico y productor chileno (qué bonito es escribirlo así), que participó junto a su compañera Natasha Schneider en aquel disco (de hecho, la huella de Eleven permea todo aquel larga duración). Despedir a uno de tus mejores amigos debe ser estremecedor. Más aún si ya es tenido que hacer lo mismo con tu esposa, padres y con quien te inicio en la música. Indirectamente –y muy probablemente en menor medida– sentimos lo mismo.

Pero el disco no está en la caja. Recuerdo entonces que días antes había intentado escucharlo, pero tuve que ceder ante mi hija y su petición de ver tele. Así que prendo el equipo y, sin previo aviso, empieza a reproducirse desde donde quedó: ‘Follow my way’. Impacto certero al corazón.

«Out on my way, I’m only pure when I get lost and you’re only needing when you’re finding that I’m not».

Me cuesta escribir su nombre. Tiemblan las manos. Y casi parece innecesario. El fulgor de su garganta es su mejor identificación. Y es lo que lo hará eterno, qué duda cabe. Su voz es heroica, conmovedora, incansable y, lo que es más importante para quienes lo seguíamos con admiración de hace tiempo, nos recuerda buena parte de nuestras vidas. En mi caso, de mis amistades.

De alguna manera, el golpe del jueves 17 de mayo fue como perder a un viejo amigo (curiosamente, se lo leí a varios por ahí). Creo que es porque siempre estuvo ahí, acompañándonos en los momentos cruciales de nuestra vida mientras crecíamos en la necesaria soledad de nuestras habitaciones. Para quienes crecimos en los noventa y en los 2000, y nos gustaba el rock, el grunge fue nuestro refugio. Y probablemente las canciones de Soundgarden (para algunos) o de Audioslave (para otros), eran uno de los catalizadores de todas aquellas emociones que se palpitan en aquella temprana edad.

Aparecen los recuerdos del colegio, de las contratapas de los cuadernos tratando de emular su tipografía. De mis grandes compañeros cuando descubrimos Temple of the Dog y hacíamos unos compilados en casete que pasaban por innumerables manos y walkmans, donde se comenzaron hacer eternas canciones como ‘Fell on black days’, ‘Spoonman’, ‘Black hole sun’, ‘Hunger strike’, ‘Jesuschrist pose’, ‘Rusty cage’, ‘Say hello 2 heaven’, ‘Can’t change me’, ‘Seasons’, entre un repertorio que también bebía de Pearl Jam, Alice In Chains, Nirvana, Stone Temple Pilots, Screaming Trees, Mudhoney… los tótemes de nuestra juventud.

Ken Settle

Así es como nos ayudó a definir no solo una era en la historia de la música, sino que a muchos nos ayudó a forjar nuestra identidad, porque desde nuestros audífonos se metió en nuestros corazones y comenzó a construir puentes hacia recuerdos imborrables. La música no es sólo música, porque el arte es una traducción de emociones y pasiones. Por eso el sentimiento de pena, confusión o extrañeza (según su grado de emotividad) por alguien a quien nunca conocimos, pero que sentimos tan cercano. Y tan “nuestro”.

El por qué decidió cortar con su vida no lo sabemos. Los demonios y fantasmas internos llegan tan sigilosos y tan letales que… bueno, ya saben. Quizás, al igual de lo que pienso de Kurt Cobain, en algún momento rápido de su vida lo mató el amor que no pudo declarar. El que no pudo decir. El que intentó gritar y que no pudo sincerar.

“Si no tuviera nada a mi nombre,
sólo fotos de ti rescatadas de las llamas,
eso es todo lo que necesitaría.
Mientras pueda leer lo que está escrito en tu cara,
la fuerza que brilla detrás de tus ojos,
la esperanza y la luz,
eso nunca morirá”.
’The Promises’, 2017

EN MEMORIA DE CHRIS CORNELL

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